Queridos hermanos y hermanas
Tras haber revisado las diversas figuras de la vida familiar – madre, padre, hijos, hermanos, abuelos–, quisiera concluir este primer grupo de catequesis sobre la familia hablando de los niños.
Lo haré en dos momentos: hoy me detendré en el gran don que los niños son para la humanidad, y la semana próxima sobre algunas heridas que por desgracia hace daño a la infancia.
Me vienen a la mente los muchos niños que encontré durante mi último viaje a Asia: llenos de vida, de entusiasmo.
Y por otra parte, veo que en el mundo muchos de ellos viven en condiciones indignas… en efecto, de cómo son tratados los niños se puede juzgar una sociedad.
Lo que transmiten los niños
En primer lugar, los niños nos recuerdan que todos, en los primeros años de la vida, hemos sido totalmente dependientes de los cuidados y de la benevolencia de los demás.
Y el Hijo de Dios no se ahorró esta etapa. Es el misterio que contemplan cada año en Navidad. El Belén es el icono que nos comunica esta realidad de la forma más sencilla y directa.
Dios no tiene dificultad para hacerse entender por los niños, y los niños no tienen problemas para entender a Dios.
No por casualidad en el Evangelio hay algunas palabras muy bellas y fuertes de Jesús sobre los “pequeños”.
La necesidad de ser pequeños
Este término “pequeños” indica a todas las personas que dependen de la ayuda de los demás, y en particular los niños. Por ejemplo, Jesús dice:
Y también:
Por tanto, los niños son en sí mismos una riqueza para la humanidad y para la Iglesia, porque nos recuerdan constantemente la condición necesaria para entrar en el Reino de Dios: la de no considerarnos autosuficientes, sino necesitados de ayuda, de amor y de perdón.
Siempre seremos hijos
Los niños nos recuerdan que somos siempre hijos: aunque uno sea adulto, o anciano, aunque sea padre, ocupe un puesto de responsabilidad, en el fondo sigue estando la identidad de hijo.
Y esto nos remite siempre al hecho de que la vida no nos la hemos dado sino que la hemos recibido.
A veces corremos el riesgo de vivir olvidando esto, como si fuéramos nosotros los dueños de nuestra existencia, y en cambio somos radicalmente dependientes.
En realidad, es motivo de gran alegría sentir que en cada edad de la vida, en toda situación, en toda condición social, somos y seguiremos siendo hijos. Este es el principal mensaje que los niños nos dan, con su misma presencia.
Riquezas de los niños
Pero hay muchos dones, muchas riquezas que los niños llevan a la humanidad. Recuerdo sólo algunos.
Traen su manera de ver la realidad, con una mirada confiada y pura. El niño tiene una confianza espontánea en papá y mamá; y tiene una confianza espontánea en Dios, en Jesús, en la Virgen.
Al mismo tiempo, su mirada interior es pura, no aún contaminada por la malicia, por las dobleces, por las “incrustaciones” de la vida que endurecen el corazón.
Sabemos que también los niños tienen el pecado original, que tienen sus egoísmos, pero conservan una pureza, una sencillez interior.
Los niños además llevan en sí la capacidad de recibir y dar ternura. Ternura es tener un corazón “de carne” y no “de piedra”, como dice la Biblia (Ez 36,26).
La ternura es también poesía: es “sentir” las cosas y los acontecimientos, no tratarlos como meros objetos, sólo para usarlos, porque sirven …
Los niños tienen la capacidad de sonreír y de llorar: dos cosas que en nosotros los mayores a menudo se “bloquean”, ya no somos capaces…
Depende siempre del corazón que se endurece… Y así los niños pueden enseñarnos otra vez a sonreír y a llorar.
Por todos estos motivos, Jesús invita a sus discípulos a “ser como los niños”, porque “de quien es como ellos es el Reino de los cielos” (cfr Mt 18,3; Mc 10,14).
Queridos hermanos y hermanas, los niños dan vida, alegría, esperanza. Ciertamente dan también preocupaciones y a veces problemas; ¡pero es mejor una sociedad son estas preocupaciones y estos problemas, que una sociedad triste y gris porque se ha quedado sin niños!