Me gustan las personas que son como niños. Me gustan esos niños con mirada sencilla. Tal vez me gusta el niño que siempre llevo dentro. El niño que se esconde y sale sólo a veces, cuando se siente en casa.
¿Podría yo ser así también, pequeño, rezando esta oración?
Poder liberar al niño interior sin miedo
Es importante aprender a vivir como niños. Sacar a pasear por la vida el niño que llevamos dentro, sin miedo a que me hagan daño.
Necesitamos personas y lugares donde poder ser niños. Sin miedo a los gritos y al rechazo. Reír como niños. Jugar como niños.
El ascensor de la santidad
Decía el Padre José Kentenich:
El niño confía
El niño confía en su padre. Se abandona. Lo entrega todo. Comprende que no puede hacer nada si su padre no lo sostiene.
¡Qué difícil ser como niños cuando queremos controlarlo todo, tenerlo todo en nuestras manos!
El niño aprende a confiar y se suelta de manos. Pone todo en manos de Dios. Así de sencillo. Abandono total.
El niño que ríe y también confía. El niño que cree en lo imposible. Ser como niños es la gracia para la vida que queremos seguir pidiendo.
Infancia sagrada
Todos tenemos momentos de infancia que guardamos dentro de forma especial, y no tienen que ver a veces con cosas fundamentales ni decisiones trascendentales.
Nos acordamos del olor de un momento, o de cuando aprendimos a montar en bici, o de ese día en el que comimos fuera con nuestros padres.
Son momentos sagrados que recordamos con cariño. Un beso, un abrazo, unas pocas palabras. Un encuentro inesperado. Un día cualquiera.
Jesús valora mis necesidades
Jesús da mucho valor a los momentos. Las palabras. Las miradas. Los gestos. Le importa todo lo que nos ocurre.
Le preocupa nuestra hambre y nuestro descanso. Se preocupa hasta de los detalles más pequeños.
A veces pensamos que con Dios solo podemos hablar de cosas importantes, trascendentales. Temas graves.
Pero a Él le importa todo lo mío. El pan de cada día. Mi hambre, mis necesidades. También mis tonterías, mis pequeñeces, mis alegrías secretas.