A caballo, en bicicleta o burro, a pie... estas monjas llegan a donde no llega nadie más
Estábamos en un receso preparándonos para saborear un café expreso cuando llegaron con sus hábitos azules de manga larga y velos del mismo color. Eran dos religiosas invitadas al programa de televisión “Nuestra fe en Vivo” que conduce el señor Pepe Alonso. Se unieron al pequeño grupo y comenzaron las presentaciones y las preguntas.
Así conocimos a la madre María Clara, peruana de nacimiento y a la madre Aracelli de la tierra del papa Francisco, pertenecientes a las Misioneras de Jesús Verbo y Vida.
A veces uno piensa que lo ha visto todo o casi todo. Llevo un poco más de 10 años trabajando como productor y editor de Radio en EWTN, la red Católica Global de Televisión y Radio que fundó la Madre Angélica en Birmingham, Alabama, en los Estados Unidos y durante este tiempo he conocido una gran cantidad de obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que abarcan los carismas y trabajos más variados que puedan imaginar. Pero he aquí que, de pronto, me quedo pensativo, revisando rápidamente el archivo mental y no encuentro ninguna información sobre esta congregación misionera.
Lo primero que me llamó la atención fue la sencillez y humildad con que hablaban de su vocación y su abnegado trabajo misionero con los más probres y alejados. Decía la hermana Aracelli, la más conversadora, con una sonrisa en sus labios: “nuestra misión es preparar el camino al sacerdote para que llegue a los más necesitados” y continuaba: “de nosotras se ha dicho que donde termina una carretera asfaltada, allí empieza la labor de una Misionera de Jesús Verbo y Víctima.”
Y resulta que realmente es así, porque para cumplir el mandato apostólico de Cristo de anunciar el Evangelio hasta los confines de la tierra, estas religiosas recurren a todos los medios a su alcance. Esto incluye, mulas, borricos, caballos, viejas bicicletas o simplemente unas piernas fuertes, entrenadas en largas caminatas a través de parajes inhóspitos perdidos en las montañas a donde no llega ningún ningún medio de transporte.
Los lugares sin un sacerdote residente son el campo exclusivo de nuestro apostolado, apuntaba la madre María Clara. Un sacerdote ambulante llega a esos lugares tal vez una vez al año. Incluso hemos encontrado un pueblo donde las personas más ancianas nunca habían visto un sacerdote. Cuando un niño tenía 3 ó 5 años, su papá lo llevaba a caballo al otro lado de las cumbres andinas para hacerlo bautizar.
Nos contaron que su fundador es Monseñor Federico Kaiser, quien en 1939 llegó al Perú como sacerdote desde Alemania y en 1957 fue nombrado Obispo de la nueva Prelatura de Caravelí, una jurisdicción de 30,000 kilómetros cuadrados, que contaba con unos 10 sacerdotes y ninguna religiosa. Forzado por esa realidad fundó en 1961 la Congregación de Misioneras de Jesús Verbo y Víctima que desde 1982 es de Derecho Pontificio. Actualmente también se encuentran presentes en Bolivia, Argentina, Uruguay, Paraguay y Chile.
Tengo frente a mi el humilde y pequeño folleto de propaganda que nos dejaron como recuerdo de su visita. Hecho con un rústico papel blanco y todo en tinta negra muestra el enorme apostolado que realizan estas misioneras entre los más olvidados, como a ellas les gusta decir.
Para cumplir con el carisma misionero de su vocación, reciben una intensa y sólida formación espiritual e intelectual durante siete años que incluyen uno de postulantado, dos de noviciado y cuatro de juniorado. Entre las materias de estudio están la Teología Dogmática y biblíca, Moral, Filosofía, Liturgia, Misionología, Catequesis y muchas otras.
Además, no pocas de ellas se capacitan técnicamente como enfermeras, obstetras y dentistas. El servicio que realizan al prójimo abarca tanto las necesidades espirituales, como las materiales y temporales. La Catequésis, los Bautizos, las Celebraciones de la Palabra y la distribución de la Eucaristía forman parte de esa misión que va formando y alimentando la vida espiritual de esas personas que no tienen la posibilidad de disfrutar la presencia frecuente de un sacerdote.