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¿Para qué la ceniza?

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Nestor Mora - publicado el 16/02/15
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Quien no espera nada, termina por cerrarse sobre sí mismo y soportar la vida

Este miércoles se inicia la Cuaresma. Un tiempo litúrgico que desemboca en la Semana Santa y la fiesta más importante del cristianismo: la Pascua.

Como todos los años, el miércoles podremos recibir la ceniza en nuestra frente, pero este sacramental no suele comprenderse con facilidad.

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San Agustín nos habla de cómo es posible recibir el Espíritu Santo y qué proporcionalidad hay en esta recepción:
Ciertos estamos de que todo hombre recibe el Espíritu Santo, y recibirá tanto más cuanto mayor sea el vaso de la fe que lleve a la fuente ‪#‎SanAgustin (Tratado sobre el Evangelio de San Juan 32,7).

Quien se acerca a recibir la ceniza y sabe su significado y simbolismo, podrá acceder a la Gracia de Dios con más facilidad que quien va sólo por costumbre.



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La ceniza simboliza la fragilidad humana que proviene del pecado. En la Biblia se pueden encontrar varios pasajes que evidencian esta identificación.

El pecador es ceniza en los libros de la Sabiduría y Ezequiel (Sab 15,10; Ez 28,18). El pecado evidencia su pesar sentándose sobre ceniza (Job 42,6; Jon 3,6; Mt 11,21) o cubriéndose la cabeza con ella (Jdt 4,11-15; 9,1; Ez 27,30).

¿Por qué recibimos la ceniza en nuestra frente? Para simbolizar que somos conscientes de esa fragilidad y para predisponernos a la penitencia cuaresmal. Penitencia que busca acercarnos al misterio de la encarnación, pasión, muerte y resurrección de Cristo.

Se trata de limpiar el cristal del alma del pecado, para poder ver a Dios y comprender lo que vamos a celebrar durante la Semana Santa y Pascua.



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Antes se utilizaba la frase “Polvo eres y en polvo te convertirás” durante la imposición de la ceniza. Se buscaba evidenciar la fragilidad del ser humano y la necesidad de hacer penitencia para buscar la conversión.

Ahora se utiliza otra frase: “Conviértete y cree en el Evangelio”, que resalta la necesidad de abrir el corazón a la Gracia de Dios.

San Agustín nos habla de una proporcionalidad entre el grado de recepción del Espíritu Santo y la fe que haya en nosotros. Entiéndase la fe como conocimiento del significado de lo que celebramos y confianza en el Señor. A mayor fe, la iluminación será mayor, ya que sin fe es imposible aceptar que la Gracia de Dios limpie nuestro corazón.

Junto con la fe, es necesario poner esperanza y caridad. Esperanza en la acción de Dios sobre nosotros. Quien no espera nada, termina por cerrarse sobre sí mismo y soportar la vida.

Sin caridad, seríamos recipientes cerrados a la acción del Espíritu. Si algo recibimos, no es para quedarnos con ello y atesorarlo, sino para compartirlo con los demás.


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