No tengas nada a lo que puedas llamar tuyo, y todo será tuyo; si te adhieres a una parte, pierdes la totalidad, pues lo suficiente es lo mismo, venga de la riqueza o de la pobreza #SanAgustin (Sermón 350A,4).
Podemos aplicar esta frase a los bienes terrenales, la riqueza, la amistad y también a la fe.
¿Consideramos que la fe es de nuestra propiedad? A veces parece que esto es así, porque la defendemos como su fuera algo propio que no queremos compartir y que desconfiamos de compartir hasta con quienes consideramos que están cerca. La fe es un don de Dios que no puede ser propiedad de nadie. Si nos adherimos a una parte, a la parte que más nos gusta o en la que mejor nos sentimos, perdemos la totalidad. Es el discurso de “lo mejor” que excluye todo lo bueno. El peor enemigo de lo bueno, es “lo mejor” ya que nuestras ideologías hacen de “lo mejor” algo tan lejano, perfecto y puro, que nos resulta inalcanzable. Esto nos pasa con Cristo, lo idealizamos hasta el punto de hacerlo inalcanzable para nuestra naturaleza limitada y herida. Entonces tomamos una parte y la defendemos como lo único que nos salva.
El Papa Francisco nos comentaba esta tendencia en la homilía de ayer. Nos creemos elites y nos separamos de los demás. Perdemos el contacto con los carismas y sensibilidades que nos complementan y terminamos desesperados. Muchas veces nos falta humildad para aceptar que la parte, sólo tiene sentido cuando se integra en un todo. Cuando se integra de verdad, no sólo formal o nominativamente.
San Agustín nos habla de “los suficiente” que en este caso sería el anverso de “lo mejor”. Lo suficiente lleva impreso el signo de la humildad. Es lo que nos permite seguir adelante sin crear líneas divisorias que nos resguarden y alejen de los demás.
Buenos días, tardes o noches