Bien, tú puedes, yo no. Guardemos lo que uno y otro hemos recibido; inflamémonos en la caridad, amémonos unos a otros, y de esta forma yo amo tu fortaleza y tú soportas mi debilidad #SanAgustin (Sermón 101,7).
Cristo oró al Padre para que fuésemos uno, como El y el Padre lo son. Mientras, nosotros desconfiamos de quien viene a echarnos una mano, si esta mano pone en evidencia nuestras debilidades. La caridad no aparece por ninguna parte, ya que siempre es embarazosa. Siempre pide de nosotros que sepamos callar sobre nosotros mismos, nuestros éxitos, nuestros talentos y que aceptemos los talentos que provienen de nuestros hermanos y que Dios no nos ha dado.
Habría que empezar por aceptar lo que San Agustín nos señala: “Bien, tú puedes, yo no”. Aceptemos que aquello que no podemos es tan importante como en lo demás que sí somos capaces. Dejemos de buscar “lo mejor”, que desprecia todo lo bueno que no nos gusta o nos parece secundario.
Si la caridad es nuestro carisma, despreciamos la oración. Si la oración nos encanta, despreciamos la formación. Si el conocimiento nos llena, despreciamos la caridad. El discurso de “lo mejor” individual, es una trampa que el enemigo nos tiende y en la que solemos caer con facilidad.
Buenos días, tarde o noches