Santo Tomás de Aquino es un brillante y reconocido filósofo y teólogo medieval, Doctor de la Iglesia, patrón de los estudiantes y las universidades y escuelas católicas.
Se pasó la vida sumergido en libros, pero a la vez fue muy humano. De familia noble y formación exquisita, siendo un niño fue enviado a estudiar al famoso monasterio de Montecassino.
Permaneció allí hasta pasada la adolescencia. Pero a pesar de que su familia hizo todo lo que pudo por evitarlo, se hizo dominico: sí, un pobre fraile predicador itinerante.
Físicamente era un hombre alto y corpulento aunque solía mostrarse taciturno y silencioso. Por eso algunos le llamaban el “buey mudo”. Tenía una mente prodigiosa y era conocido por su sencillez, su humildad y su bondad.
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Escribió grandes libros que se han convertido en clásicos, entre ellos la Summa Theologica, que ha ayudado a muchas personas a creer en Dios con sus profundos argumentos a favor de su existencia.
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También sus obras más poéticas siguen vigentes, como sus famosos himnos a la Eucaristía Adoro te Devote y Pange Lingua.
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Millones han rezado a Dios y siguen haciéndolo con oraciones del llamado Doctor Angélico.
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Y su sabiduría traspasa credos y fronteras.
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Pero el 6 de diciembre de 1273, después de un éxtasis de los que le dejaban abstraído en ocasiones, dejó de escribir. ¿La razón? Él mismo la explicó así a un profesor y amigo suyo que le animaba a continuar:
“No puedo hacer más. Se me han revelado tales secretos que todo lo que he escrito hasta ahora parece que no vale para nada”.
Ya a punto de morir, pronunció este acto de fe:
“Si en este mundo hubiese algún conocimiento de este sacramento mas fuerte que el de la fe, deseo ahora usarlo en afirmar que creo firmemente y sé de cierto que Jesucristo, Dios Verdadero y Hombre Verdadero, Hijo de Dios e Hijo de la Virgen María está en este Sacramento… Te recibo a Ti, el precio de mi redención, por cuyo amor he velado, estudiado y trabajado. A Ti he predicado, a Ti he enseñado. Nunca he dicho nada en Tu contra: si dije algo mal, es sólo culpa de mi ignorancia. Tampoco quiero ser obstinado en mis opiniones, así que someto todas ellas al juicio y enmienda de la Santa Iglesia Romana, en cuya obediencia ahora dejo esta vida”.
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