Ayer por la tarde me quedé impresionado con un gesto de mi hija. Se acercó a mi mesa de trabajo, con la carterita donde guarda alguna monedilla que le damos, de vez en cuando, para comprar alguna cosilla.
– Papá, toma estos cinco euros para el pueblo ese que me dijiste que lo estaba pasando tan mal.
Mi hija se refería a Irak. Ya habíamos hablado todos en familia de la situación de mucha gente en Irak y de cómo habían tenido que dejar sus casas, abandonarlo todo, y escapar de la violencia y la guerra. Ella, que en su momento dijo que ayudaría, cumplió ayer su palabra.
– Lo que pasa es que me tenéis que dar alguna moneda, papá, porque me quedo sin ninguna.
Por un momento, desde mi ser adulto, pensé que bien se podía quedar directamente con las monedas que ya me estaba dando. ¿Qué más da? Tú me das cinco y yo te tengo que dar cinco… pues ya no me las des y estamos en paz. Razonamiento lógico. Pero me di cuenta que no podía hacerle ese. Ese dinero debía ser entregado. Y su cartera debía quedar vacía. Esa era su donación y ese era el gesto. Yo no era quién para, utilizando las matemáticas, echar a perder su decisión.
Mi hija ha empezado el año dando. Lo ha empezado bien. Para ello, primero, tuvo que conocer una información. ¿Hablamos con nuestros hijos de las necesidades del prójimo, cercano o lejano? Luego, segundo, tuvo que sentirse corresponsable de la ayuda. ¿Hacemos partícipes a nuestros hijos, a su nivel, de cualquier ayuda o decisión familiar? ¿Les animamos a que ellos tomen su decisión o les solucionamos la papeleta? ¿Les damos la oportunidad de dar y darse o como ya nos damos nosotros… se la negamos? Y por último, tuvo que ver la consecuencia de su donación. Ella tenía que tener menos para que otros tuvieran más. ¿Educamos en esto? ¿Tener menos… ? ¿Nuestros hijos?
Ojalá la generosidad de los pequeños convierta nuestros corazones.
@scasanovam