Por unas causas u otras, la Nueva Evangelización está dejando de ser un impulso eclesial. La Iglesia está cambiando el paso porque se ha dado cuenta que evangelizar es dar testimonio y no tanto, planificar y ejecutar planes. Podremos utilizar los medios más modernos, pero el medio nunca es lo esencial, sino la forma. Dar testimonio necesita de cada uno de nosotros dando un ejemplo atractivo a imitar por los demás. Esto no es nada fácil en la sociedad del marketing, ya que los modelo que se ofrecen en los medios, son diametralmente opuestos a los que el cristianismo señala.
No puede uno agradar a Dios sin presentarse como modelo para ser imitado por aquellos que quieren sean salvados, por cuanto nadie pretenderá imitar a aquel que no le agrada #SanAgustin (Sermón de la Montaña 2,1,3).
San Agustín no indica justamente eso, ya que para ser imitados debemos agradar a quien nos observa. Agradar de forma que desee ponerse en nuestro lugar y dar el mismo tipo de testimonio. La gran pregunta es ¿Cómo ofrecer un testimonio de las virtudes que son rechazados como inútiles e inoperantes en nuestra sociedad?
Corremos el peligro de ser ignorados, despreciados o en el mejor caso, admirados como se admira a los bellos santos de piedra que están en nuestros altares.
Mi reflexión no tiene una respuesta para convertir al mundo, ya que me topo con las mismas palabras u parábolas de Cristo: muchos son los llamados, pocos los elegidos. Los invitados al banquete de boda que se disculpan por estar “ocupados” en sus cosas. Las doncellas necias que olvidan llenar sus lámparas de aceite y pierden la oportunidad de encontrarse con el novio. El evidente rechazo que el mundo ha tenido y tiene, por el verdadero mensaje cristiano.
Por ello, creo que la respuesta está escondida dentro del pensamiento agustiniano: “No puede uno agradar a Dios sin presentarse como modelo para ser imitado”. El objetivo es agradar a Dios. Si lo hacemos, estaremos dando inmediatamente testimonio a aquello que quieran y necesiten de él.
Buenos días, tardes o noches