Ella ayuda a recomponer la relación con la madre y a redescubrir al PadreMaría tiene un papel fundamental en la vida de todo cristiano, pero especialmente en la de un homosexual.
Tanto para quien no acepta su propia homosexualidad, como para quien está orgulloso de ella, es posible, si no necesario, un recorrido de aceptación de sí mismo, un redescubrimiento de la propia identidad y el aprendizaje de un modo equilibrado de relacionarse tanto con los hombres como con las mujeres.
A menudo, en los itinerarios de apoyo a personas homosexuales egodistónicas, que viven con sufrimiento sus pulsiones homosexuales y que quisieran descubrir su propia identidad masculina y heterosexual, se les plantea como objetivo primario el de sanar su relación con las personas del mismo sexo: los varones deberían por tanto tener como psicoterapeuta a un hombre, un grupo de amigos hombres, una figura de referencia paterna, jugar al fútbol, lanzarse a actividades masculinas.
A veces estas propuestas parecen, a quien afronta este camino de conocimiento de sí mismo, difícil como escalar el Everest.
Si bien es verdad que a menudo en la persona con pulsiones homosexuales hay heridas que afectan a la relación con los hombres, es también verdad que en esta relación ha habido una figura femenina, a veces ansiosa y sofocante, otras veces castrante, a menudo extremamente crítica hacia la figura paterna.
En todo caso, una protagonista absoluta (no por casualidad los iconos gay son siempre prima donnas): la madre.
Por eso, María es fundamental. María es la madre de la humanidad, la sierva del Señor, la mujer humilde por excelencia. Su misión es llevarnos al Padre.
Ella viene a curar la relación primaria, sobre la base de las cuales se modelarán todas las demás relaciones (incluso con uno mismo): la relación con la madre.
Nosotros homosexuales concentramos primero nuestro deseo y nuestra atención en los hombres pensando que de ellos podremos recibir el afecto que nos ha faltado.
Durante años deseé un padre espiritual y busqué un psicoterapeuta hombre pensando que me ayudarían, pero al principio cuando los encontré no estaba contento: con los varones no estaba acostumbrado a expresarme, y en la relación era sumiso y desconfiado, esto no creaba empatía, sino más bien antipatía.
Sucesivamente, en mi recorrido de crecimiento, fueron fundamentales en cambio las figuras maternas.
Gradualmente estas mujeres me enseñaron a tener confianza en los hombres por los que me sentía herido, me enseñaron a escucharlos, y por tanto a conocerlos, fueron el punto de referencia para crear nuevas amistades masculinas, y al tratarme como hombre me hicieron redescubrir quién era yo.
También las hermanas son figuras muy importantes. Me identifiqué siempre mucho con mi hermana y me sentía atraído por los hombres de los que ella se enamoraba.
La relación con mi hermana cambió cuando ella se casó, cuando nos confiamos y descubrimos que habíamos sufrido por las mismas dinámicas familiares, redescubriendo juntos nuestro pasado, a la luz del recorrido terapéutico que estábamos haciendo ambos.
Uno junto al otro, sin sentirnos en competición por un solo plato de pasta. También María es madre y hermana, no sólo da a luz una vida nueva, sino que está a nuestro lado, como una hermana en la que confiar.
Os cuento otra cosa. Los hombres homosexuales tienen a menudo una fijación con los pectorales. Recuerdo que yo también, en mis primeras experiencias sexuales, lo que buscaba en seguida era el pecho de un hombre.
Un terapeuta me dijo: “El gesto de buscar el pecho es típico del recién nacido hacia la madre. Usted parece buscar en un hombre lo que el niño busca en la madre”.
Allí donde los inevitables límites humanos de nuestros padres, inconscientemente, no nos dieron lo que necesitábamos, María viene en nuestra ayuda.
Que el don más bello para nosotros sea renacer entre los brazos de María y nutrirnos de su seno, para crecer en edad, sabiduría y gracia, como hijos de un solo Padre.
Artículo publicado en el Quotidiano La Croce y traducido por Aleteia