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Lo que quiero de Dios

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Claudio de Castro - publicado el 17/12/14
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Te quiero a ti buen Jesús, porque teniéndote, lo tengo todo…
A mi edad, la vida cobra diferentes significados. He visto a mis hijos nacer, he visto a mi padre partir. He leído muchos libros y escrito otros. He sembrado árboles. Y en ocasiones, he sentido la presencia viva de Dios en mi pequeño corazón.
 
Cada vez que voy a comulgar, miro a Jesús en esas hostias blancas, hermosas, consagradas, y le repito a Jesús una y mil veces que le quiero, que soy feliz sabiendo que es mi amigo.
 
Su amistad me ha acompañado a lo largo de mis días.  Sé que está conmigo, como está contigo.
 
De niño, mi mayor deseo era ser santo, tener contento a Jesús. Recuerdo una dulce monjita a la que le conté y me preguntó: “¿Y ahora?”. “Ahora más”, le respondí. “Pero cometo tantos errores…”.
 
Vivimos de la gracia, nos sostiene el Amor infinito del Padre.
 
Me doy cuenta de lo pequeños que somos y lo grande que es Dios. Y me encanta saber que soy su hijo, que somos sus hijos y por tanto, hermanos.
 
Siempre he sentido que esta búsqueda de Dios es como escalar una montaña. Suelo rodar cuesta abajo, pero persisto y empiezo a escalar de nuevo. Y mientras escalo pienso: “Debo esforzarme, amar más. Amaré al que me hizo daño, al que no me comprende, al que me ama”.
 
La vida es tan corta que vale la pena gastarla en algo más grande que nosotros, en alguien: “Dios”. La vida es para ser vivida. Hemos venido a este mundo para ser felices, para amar

Me han dicho que debemos ser como un reflejo, un eco del amor de Dios, llevarlo a los demás. Yo pienso que Dios espera que demos el primer paso, anhela una pequeña gota de nuestro amor. Le encanta saberse amado por sus hijos.   
 
Dios espera lo que podemos dar, para multiplicarlo y convertirlo en algo extraordinario.  
 
Con su Amor, podremos amar desinteresadamente, amar por el puro hecho de saber que el otro es mi hermano.
 
Es Dios, no nosotros, la respuesta. Es su Amor, no el nuestro, el que traerá la paz. Es su gracia la que transformará nuestras vidas. 
 
Si un día Jesús me preguntara: “¿Qué quieres Claudio? ¿Qué puedo darte?” Le respondería sin dudarlo: “Te quiero a ti buen Jesús, porque teniéndote, lo tengo todo”.

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