Aprendiendo a sacar lo mejor de las tecnologías
Últimamente me da vueltas el tema de los móviles y de internet. De las redes sociales y de esa necesidad del hombre moderno de estar continuamente conectado. Tal vez es que siento que se ha metido el móvil en mi propia rutina con tanta fuerza que es difícil pararlo…
En mi generación no había móviles cuando éramos jóvenes. Sólo podíamos hablar con un aparato conectado a un cable. Los mensajes tenían tinta y papely tardaban mucho en salir y en llegar. Tener muchos amigos no era posible, porque no teníamos tanto acceso a gente diferente.
Nuestro cumpleaños nos lo felicitaban sólo algunos. De viva voz generalmente o por carta, pasados los días. Como contrapartida, no era necesario tener a todos presentes y felicitarles en sus cumpleaños. No manteníamos el contacto vivo con tanta gente.
Una conferencia telefónica al extranjero era muy cara, sobre todo a partir del tercer minuto. Parece que fue entonces cuando se puso de moda vender relojes de arena de tres minutos.
Nadie, cuando te mandaba una carta, esperaba tu respuesta inmediata. No había forma de saber si la habías leído ya o sólo la tenías en tu buzón de entrada sin abrir. Si llegabas tarde a una cita no tenías forma de avisar.
No te metías en la cama con el teléfono fijo. Salías a pasear totalmente incomunicado. Y nadie podía dar contigo ni localizar tu posición. Era todo más difícil para contar cosas a los demás.
No subíamos fotos a ninguna parte. Si queríamos ver una película teníamos que ir al cine o ver un video en casa.
Acostumbrarse a la tecnología lleva tiempo. De repente en el bolsillo llevamos un ordenador que continuamente emite señales y nos invita a estar comunicados. Nos asusta no hacerlo. Nos da miedo quedar mal.
Hemos perdido una cierta capacidad de aislamiento. Cualquiera da con nosotros. Y ahora nos es más difícil concentrarnos en nuestros pensamientos, aburrirnos mirando las estrellas, soñar despiertos sin interferencias. ¡Qué difícil trabajar o estudiar con el móvil cerca! Seguro que alguien nos busca o necesita.
Definitivamente no podemos dar marcha atrás. No lo queremos tampoco. Se trata, eso sí, de aprender a vivir conectados, localizados, con muchos más amigos de los que conocemos, con muchas más relaciones de las que realmente queremos y podemos cuidar.
Se trata de aprender a vivir con ello. Hacer silencio en el ruido. Paz y soledad en el bullicio de los vínculos. Aquí van algunas sugerencias:
1. Ignorar las llamadas urgentes que piden respuesta inmediata. Dejar de vez en cuando mensajes sin responder sin que nos remuerda la conciencia. Aceptar que es imposible responder a todas las expectativas que las redes sociales crean.
2. No dejarnos atrapar por esa adicción que surge a lo nuevo, a la novedad, a la última noticia.
3. Descansar en una piedra del camino sin pensar en nada. Aburrirnos sin un móvil entre las manos. Salir a la calle sin el teléfono, sólo por hacer la prueba y comprobar si el mundo sigue su marcha sin mi presencia.
Ventajas y peligros
Toda esta reflexión me plantea más preguntas que respuestas. Veo muchas ventajas de todo lo que ahora tenemos al alcance.
Podemos cuidar mejor a los que están lejos y mantener relaciones que antes morían por inanición. Estamos al corriente de lo que pasa en el mundo y eso nos mantiene vivos. Compartimos nuestra vida y eso enriquece a otros. Son ventajas increíbles que nos hacen crecer.
Pero también hay peligros. Nos podemos secar. Como toda adicción podemos perder libertad. Teniendo la cabeza inclinada cada día podemos dejar de mirar a lo alto, abiertos a los imprevistos.
Corremos el riesgo de descuidar precisamente a los que están más cerca, a nuestra familia, a los que podíamos cuidar simplemente hablando un rato. El teléfono puede aislarnos y alejarnos de los que viven a nuestro lado.
Podemos dejar de hablar con Dios. Se nos puede olvidar lo que significa estar realmente a solas con Él.