En un mes, mi mujer y yo nos iremos a pasar un fin de semana a un conocido pueblo de Extremadura. Hace ya dos años que nos nos damos el gusto de irnos de viaje solos, sin los niños, y lo necesitamos.
Cuando uno dice que la pareja "necesita" sus momentos hay mucha gente que entiende que lo que necesitamos es "respirar", descansar, despertarnos tarde un fin de semana… y no niego que también es importante. Pero lo que realmente necesitamos como pareja es redescubrirnos como tal. Necesitamos mirarnos a los ojos y sentir que esa mirada sigue cautivándonos. Necesitamos desayunar juntos, despacio, saboreando la vida juntos sin relojes ni horarios. Necesitamos hablar de nosotros y no hablar de los niños, hablar de cómo estamos, de cómo nos sentimos. Necesitamos recuperar el pulso del deseo mutuo, acariciarnos, besarnos, abrazarnos, pasear lentamente de la mano, disfrutar del encuentro sexual sin el peso del cansancio y la prisa. Necesitamos, en definitiva, fortalecer la columna vertebral de la familia: nuestro matrimonio, nuestra promesa mutua, nuestra entrega generosa el uno al otro, nuestro proyecto común.
Explicándoles a los niños, anteayer, que ese fin de semana se iban a quedar con los abuelos, me volví a encontrar con la dificultad que, por ejemplo, para mi padre, siempre fue insalvable: ellos no lo entienden. Los niños quieren venir, quieren participar de la escapada, del hotel, de sus padres, de otro ambiente. Es una tentación muy sutil: ¡la familia siempre junta! Pero, como padre, y porque les quiero, les tuve que explicar que no puede ser. Que mamá y yo nos tenemos que cuidar como pareja, entre otras muchas cosas, por el mucho amor que les tenemos a ellos. No son mejores padres quienes más tiempo le dedican a sus hijos sino quienes cuidan mejor los pilares sobre los que se sustenta el origen de toda la familia, el foco del que irradia todo lo bueno que somos capaces de vivir en casa.
El matrimonio es una promesa de largo recorrido, un compromiso de por vida. Durante el trayecto se multiplican las dificultades, los sinsabores, las oscuridades. La alegría del comienzo, la frescura del primer amor, a veces, desaparece. Y es tarea de ambos cónyuges trabajar para volver a traerla a primera plana. Y repito: es tarea, es trabajo. Y como tal, muchas veces, no surge espontáneamente. El amor no se sostiene sin esfuerzo, palabra nada romántica por cierto.
Si el fin de semana del 20 de diciembre me encontráis con mi mujer… haced el favor de no molestar. 🙂
@scasanovam