No es cautela, no es mirar las cosas desde la barrera, no es temor. Tampoco es indecisión. Una interesante reflexión de un obispo español
Dentro de la consideración que vengo haciendo de “las siete lámparas”, como denominó Juan Pablo I a las virtudes teologales y cardinales, hoy deseo hablar de la prudencia, comenzando por decir lo que no es, para evitar malas interpretaciones.
No es cautela, no es mirar las cosas desde la barrera, no es temor. Tampoco es indecisión, como la de la fábula del Asno de Buridán, aquel jumento que por no decidir si era mejor comer primero avena o beber agua, al final murió de hambre y sed.
Vayamos a lo que es: la prudencia nos lleva a saber qué hacer, a evitar los peligros, sortear los obstáculos, valorar las consecuencias de nuestros actos y tomar decisiones ajustadas.
Para ello, antes de tomar decisiones que puedan ser importantes, es necesario pararse a pensar y, si es el caso, pedir consejo para tener más elementos de juicio.
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Juan Pablo II decía que es prudente aquel que edifica su vida según los dictados de su conciencia recta.
Alguien que actúa después de informarse y de reflexionar tiene muchas más posibilidades de acertar y, si se equivoca, sabrá más fácilmente reconocer luego su error.
En la vida de un cristiano, la prudencia exigirá a veces tomar riesgos, involucrarse en causas justas.
El buen samaritano de la parábola evangélica, se “complicó la vida” porque actuó prudentemente: vio a un hombre mal herido al borde del camino, cargó con él, lo llevó a una posada y pagó su estancia para que fuera curado.
Ser prudente no consiste pues en quedarse al margen de las responsabilidades con los más necesitados, pensando “ya lo hará otro”.
¿Cómo acertar en lo que debemos hacer en cada momento? La Biblia nos trae el ejemplo de Salomón, que no pidió a Dios más reinos y riquezas, ni una vida más larga, sino la sabiduría, la capacidad de acertar en sus juicios.
Y la vida de santo Tomás de Aquino nos muestra un episodio que recuerda a aquel patriarca. En la quietud de una iglesia de Nápoles, el santo sintió que un Cristo esculpido, ante el que estaba arrodillado, le decía: “Bien has escrito de mí. ¿Qué recompensa quieres?”. Y Tomás, alzando la cabeza contestó: “Os quiero a Vos”.
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En el ámbito de la oración será cuando acertaremos mejor la voluntad de Dios para nosotros. Rezar es una manifestación de prudencia.
Es en la plegaria donde hallaremos el sentido de nuestra vida y las acciones posibles en beneficio de quienes nos rodean.
Por Jaume Pujol Bacells, arzobispo emérito de Tarragona. Artículo publicado por SIC