¿Es irresponsable abandonarse a la Providencia?
Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
Mi vida en números es sencilla: Tengo 4 hijos, 57 años, 29, de casado con Vida, mi esposa, una editorial familiar en casa con la que publico mis libros, Ediciones ANAB, y muchos sueños por realizar.
Como ves, debo sostener a mi familia y llevar adelante una editorial católica. ¿Cómo lo hago? Perseverando, confiando mucho en el buen Dios, abandonándome en sus brazos paternales.
Suelo decir: “Un libro, un alma”. Mi anhelo es llegar a un millón de personas, con un mensaje de esperanza. ¿Podré lograrlo? La verdad es que nunca me inquieto por ello. Si necesito algo, rezo y espero. Sé que Dios se hará presente.
Cuando inicié este camino, tenía sólo un sueño. Hice un acto de abandono. “Confiaré”, me dije, “Dios lo puede todo”. NUNCA he quedado defraudado. La editorial no deja de crecer. Y cada semana recibimos hermosos testimonios de nuestros lectores que nos animan a continuar.
¡Qué bello es Dios! Y qué GRANDE y bondadoso es.
He comprobado que vale la pena vivir en su presencia. También me he dado cuenta que TODAS las promesas del Evangelio se cumplen. No es algo que he leído. Lo vivo cada día. Le llamamos Providencia. Yo lo llamo Ternura.
Sé que muchas veces lo habrás experimentado y tal vez no le pusiste atención, la gracia pasó desapercibida. Pero igual la recibiste, igual Dios sintió compasión de ti y te habló.
Una gran amiga me escribió una vez: “Dios es tan humilde que para acercarse a cada uno busca la mejor manera de llegar a nuestro corazón, con nuestro propio lenguaje…”.
A mí me encanta cuando estas cosas ocurren, porque sé que Jesús está cerca, aquí, con nosotros.
Te contaré una experiencia simpática que me ocurrió unos años atrás.
Era un lunes. Salí del trabajo al mediodía y me encontré que los estudiantes habían cerrado algunas calles en protesta. Tuve que ir a un comercio de comida rápida, pero al final decidí no comprar nada.
“Cuánto desearía una comida casera”, pensé mientras me marchaba, sabiendo que no podría llegar a casa para el almuerzo. Y regresé al trabajo.
En el camino hallé una monjita franciscana, que esperaba un taxi parada en una esquina. Su convento quedaba justo detrás de mi trabajo y me ofrecí a llevarla. Gustosa aceptó.
Me preguntó por mi familia, el trabajo. Y le conté que fui a comprar comida rápida, porque las calles estaban cerradas, pero que al final no lo hice.
“Y, ¿por qué no viene al convento y almuerza con nosotras?”, me invitó, mirándome, con una amplia sonrisa. “¿Es en serio?”, pregunté sorprendido.
“Por supuesto”, añadió ella.
Y allí estaba yo, rodeado de estas dulces monjitas, saboreando una deliciosa comida casera… ¡Justo lo que deseé!
En otra ocasión, me encontré en la Biblia con esta promesa de Jesús: “Dad y se os dará: os verterán una buena medida, apretada, rellena, rebosante” (Lc 6, 38).
En esos días recibí varias solicitudes de una joven de Costa Rica para que le donara algunos libros de nuestra editorial.
En su barrio proliferaba la vida desordenada y pensó que nuestros libros harían mucho bien a estas familias.
Me animé cuando leí estas palabras de Chiara Lubich, la fundadora de los Focolares:
“¿No te ha sucedido nunca que al recibir un regalo de un amigo, sientes la necesidad de hacerle tú otro? ¿Y de hacerlo, no para pagar la deuda sino por verdadero amor agradecido? Seguro que sí. Si a ti te sucede eso, imagínate a Dios, a Dios que es Amor…"
Me pareció tan impresionante que quise tener la experiencia. Y preparé una caja rebosante, llena de libros. La llevé al correo y la envié luego de dudar un poco por el elevado costo de las estampillas.
"Bueno Señor", le dije, "hice mi parte. Ahora te toca a ti".
Pasaron tres días. Casi había olvidado el tema cuando una amiga me telefonea.
"Claudio, llevo días intentando localizarte. Ocurrió algo increíble. Un amigo que vive en Europa vio tu página web y de pronto sintió que Dios le decía: "ayúdalo". Y te ha enviado una donación en euros".
Apenas podía creerlo. De inmediato recordé la caja de libros. La cifra equivalía a 7 veces el valor de lo que envié.
"Este es el secreto para crecer", reflexioné sorprendido. "Hay que compartir, dar de lo que tenemos a los que no tienen".
Aprendí mucho ese día. Cuando la editorial parece llegar a una encrucijada siento como que estoy en un globo aerostático, sobrecargado de peso. Debo donar, arrojar las cosas que valoro, para retomar altura.
He descubierto que compartiendo, me va de lo mejor. Es cuando Dios cumple su promesa y nos da la medida rebosante.