Y nos muestra que, una cosa tan simple como que las personas tienen conciencia moral es obviada por todos los escritores de la Roman Noire, pero para él, es factor diferencial, la marca de la casa.
Sus personajes matan, dejan pistas de sus crímenes y bailan con la mujer más bella. Pero - y este es el "factor Greene" - también, dudan, sueñan con una vida familiar y, en ocasiones, reconocen haberse equivocado.
¿Qué es la verdad?
En El americano impasible, Fowler, el alter ego de Greene, arrastra una carga. No cree que haya una verdad de las cosas.
Sin perder de vista su actitud, demos un pequeño salto. Casi veinte siglos. Ese aire que ya conocemos lo encontramos en Poncio Pilatos cuando, al interrogar a Jesús, le pregunta "¿Qué es la Verdad?" y al momento abandona la sala sin interesarse por la respuesta. Lo que implica esa pregunta lo explica con claridad Joseph Ratzinger en Jesús de Nazaret. A esa actitud, los expertos la han venido en llamar relativismo.
El Gobernador romano no reconoce, en Jesús, a un gran Rey. Pero sabe que lo han entregado por envidia. Entonces se plantea el dilema, ¿qué hacer con ese preso? Temeroso de la multitud y ajeno a los consejos de su esposa, la duda se instala en su soledad.
Sin perder el poder y autoridad que su cargo comporta, tiene el triste honor de juzgar a quien nadie osaría. Al mismo Creador. Al Autor de su propia vida.
Es la misma disposición de ánimo que subyace en la pregunta que hace Fowler en la novela: ¿Porqué Dios permite ciertas cosas en el mundo, como el hambre o la guerra? Esa pregunta se oye a menudo en la vida real y en los medios.
¿Por qué permite Dios el mal en el mundo?
Una simple pregunta, sin más, parece algo completamente inocente. Incluso en ocasiones, es el camino más corto para llegar a un lugar- siempre que se sepa entender. Pero es habitual que esta pregunta en concreto se presente como antesala del relativismo.
"Qué extraño – piensa Fowler- que la población que Dios tiene en su reino sea tan pobre, asustada, helada, muerta de hambre («No sé cómo vamos a hacer para alimentar a toda esta gente», me decía el cura); uno esperaría algo mejor de tan gran Rey".
Esa posición relativista, según los filósofos, tampoco tiene entidad propia. No existe entre las cosas creadas. Pero es un juego con truco. A juzgar por lo que nos enseña el caso de Pilatos y los últimos años de Greene, la trampa radica en que los relativistas han de pagar un alto precio. Al relativismo, le sigue la soledad.
Si el lector ha acudido a una celebración cristiana, sabe que en el Credo aparece Pilatos. Pero sigue estando muy solo ¿Te imaginas, lector, a Poncio Pilatos acompañado de sus cómplices y aduladores en esa oración?, ¿o a nuestro autor, Greene, de buen humor? De hecho, el Sacramento de la Reconciliación tampoco es bueno para el presuntuoso juicio de Fowler.
"Exhibir el alma ante otra persona. Tiene que disculparme, padre, pero a mí me parece una cosa morbosa, hasta inhumana".
Es importante quién gobierna
El "yo" va cobrando importancia en Fowler. Se convierte en el nuevo legislador. Es decir, el centro de gravedad se desplaza de Dios al personaje. Y con esto, lo que se consideraba arbitrario en el orden de la Naturaleza, ahora pasa a ser Ley. Así, Greene tomará como juicio de su conciencia, lo que se ajusta a la realidad de sus sentimientos. Por ejemplo, la simpatía por la víctima, las náuseas, o la aceleración del corazón en un vuelo picado.
Así lo expresa en un pasaje en que una población es bombardeada. Mueren miles de personas y cientos, huyen aterrorizadas. Un soldado, con un rifle, apunta la espalda de un niño. Un tiro certero vuelca al pequeño. Miles de muertos, más uno (un niño, un disparo a quemarropa), para Greene es solamente este "uno" la víctima de acto moral.
"Había habido algo tan escandaloso en esa elección repentina y fortuita de una víctima". Es importante la reflexión de Fowler, pero …
Lo más importante es quién dice la última palabra
Para finalizar este artículo, debemos recordar que a los cristianos se nos ha ordenado enterrar a los muertos. No se trata de la "inhumación", sino algo más completo y compasivo. Por ello, quiero decir una evidencia. El americano impasible no fue la última palabra de Greene.
Al final de su vida, enloquecido por el uso de drogas, vivía solo, sin vida social, en una casa junto a un lago en Suiza. Una tarde sonó el timbre de la puerta. Tambaleándose por el pasillo, consiguió abrirla. Delante tenía un hombre con aspecto de sacerdote católico. Este le explicó que en la Universidad había estudiado a Graham Greene y que, por casualidad, le acababan de informar que vivía en aquella casa.
En realidad, era el nuevo rector en la parroquia católica, y le insinuó que sólo quería visitarle para hablar de Literatura. Este encuentro, documentado en los diarios, llevó a la confidencia y, de ahí, al hablar despacio … y lo dejamos en el susurro de la Gracia.