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¿Moralmente fumar es malo?

Toscana Oggi - publicado el 06/09/14

Es innegable que daña nuestro cuerpo y comporta el riesgo de graves enfermedadesDesde hace muchos años tengo el vicio de fumar y no consigo dejarlo, quizás por falta de convicción. Últimamente alguno me ha dicho que según él fumar es pecado, porque daña nuestro cuerpo y comporta el riesgo de graves enfermedades. Y sin embargo, mi antiguo párroco fumaba. ¿Cómo están las cosas? (Alessandro Bianchi)

Responde don Gianni Cioli, profesor de Teología moral.

La pregunta del lector es menos sencilla de lo que puede parecer a primera vista.

No tengo constancia de que la teología moral en el pasado, cuando estaba tendencialmente centrada en los actos para establecer con exactitud lo que era pecado y lo que no, se haya planteado seriamente el problema de la pecaminosidad del fumar.

Por lo que he visto, las únicas cuestiones relacionadas con el uso del tabaco que se encuentran en los viejos manuales escritos en latín se referían al ayuno eucarístico: si masticar, esnifar o fumar tabaco podía comprometer el ayuno previsto para poder comulgar, y en general, parecía que no (cf. Alfonso Maria De Liguori, Opere morali; D. M. Prummer, Vademecum theologiae moralis).

La falta de atención al tabaco como problema moral por parte de los manuales de teología post-tridentina se debe en buena parte al hecho de que durante siglos, en los que se difundió la costumbre de fumar, no se tenía aún la conciencia de que el tabaco pudiera hacer daño.

Al contrario, incluso se pensaba que hacía bien: por ejemplo, si no recuerdo mal, mi abuelo contaba que de soldado se le invitaba a fumar como medida profiláctica contra posibles infecciones en las vías respiratorias.

Durante el siglo XX, la experiencia clínica y la investigación científica han demostrado en cambio que, en realidad, fumar daña gravemente la salud –la de quien fuma y la de los demás– sobre todo si se fuma mucho.

Estudios recientes confirman que el humo es particularmente dañino en ciertas condiciones, como los ambientes cerrados y los automóviles. Por esto, muchos países han emanado en los últimos años leyes particularmente restrictivas respecto al tabaco.

Sobre estas bases, textos de ética médica (P. Chaurchard, Farmaci, psicofarmaci e morale) y manuales recientes de bioética (L. Ciccone, Bioetica. Storia, principi, questioni) han subrayado que el abuso del tabaco puede constituir una grave incorrección moral.



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Por volver a la pregunta del lector, más que en el plano del pecado, preferiría afrontar la cuestión en el plano del deber moral, también en línea con la renovación de la teología moral de los últimos cincuenta años, que ha quitado el acento en decir los límites entre lo lícito y lo ilícito, para ponerlo en reflexionar sobre las actitudes que encarnan mejor la caridad (cf. Optatam totius 16).

El pecado implica, por encima de todo, una implicación de la persona que parece problemático vincular a priori a un determinado acto material.

No es por tanto el caso considerar que quien fuma comete de por sí y siempre un pecado, pero sin embargo, sí es verdad que el tabaco puede dañar gravemente a la salud.

Creo que el sentido común, y sobre todo el sentido de la caridad, bastan para ponernos frente a una serie de deberes que no se pueden dejar de lado.

El primero es el deber de no dañar la salud de otros y, por tanto, evitar fumar ante todo en los sitios donde la ley lo prohíbe, es decir, en los ambientes públicos, pero también en los sitios privados donde hay muchas personas y sobre todo niños.

El segundo deber es el de no dañar la propia salud y cuidarse, y esto, si es verdad que el humo es nocivo –siempre, pero sobre todo si se abusa–, comportará el deber de no empezar a fumar y, si se es ya fumador, el de intentar seriamente dejarlo, quizás gradualmente si esto facilita las cosas, o fumar menos, evitando en todo caso lugares y situaciones en las que fumar puede ser más nocivo, como en casa o en el auto.

A estos deberes podríamos añadir el de apartarse lo más posible de cualquier dependencia –y por tanto del tabaco, que es notoriamente una dependencia insidiosa– para ser cada vez más libres de crecer humanamente y en la vida espiritual.



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Paradójicamente, puede suceder que un fumador empedernido no se pueda considerar ya responsable, y por tanto no se le puede imputar culpa si fuma demasiado porque la dependencia limita su libertad de elección.

Pero también es verdad que todos tenemos la responsabilidad de prevenir las dependencias y que podemos ser responsables por nuestras faltas de plena libertad.

Dicho esto, también hay que tener presente que no se puede pedir siempre esta responsabilidad en quien empezó a fumar muy joven, sin plena conciencia, quizás con la ilusión de sentirse grande, y resbaló hacia la dependencia.

No se debe olvidar el hecho de que para quien tiene la costumbre, el cigarrillo puede ser percibido como un apoyo irrenunciable para afrontar momentos delicados de concentración en el estudio y el trabajo, como pasa con el café.

Se trata ciertamente de condicionamientos falsos de los que uno se puede liberar con voluntad, paciencia y terapias adecuadas – seguramente vale la pena hacerlo, y se debe intentar–, pero también es verdad que liberarse de la necesidad de fumar no parece inmediatamente fácil.

Más que al confesor, diría que uno debería ir al médico para decidir con él la mejor forma de dejar de fumar: si es preferible por ejemplo una decisión drástica o gradual y con qué terapias.

Y respecto a esto no pretendo relativizar el valor terapéutico de la oración y de los sacramentos, porque en la antropología auténticamente cristiana no hay dualismo entre espíritu y cuerpo.

En conclusión, no niego que en determinadas circunstancias la decisión de fumar pueda consistir un pecado, pero no creo que haya que generalizar, generando sentimientos de culpa y favoreciendo neurosis en quienes ya tienen bastantes problemas.

Me parece en cambio que se puede razonablemente proponer, con coherencia, un deber que podríamos resumir en una frase: es bueno fumar menos, dejarlo es mejor, y no empezar es aún mejor.



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Artículo publicado por Toscana Oggi y traducido al español por Aleteia

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