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Un tema de las imágenes sagradas suele ser bastante polémico; y en la relación de la Iglesia con quienes pretenden seguir a Cristo fuera de la misma es inútil, porque estas personas, entre otros muchos errores, creen que en la Iglesia adoramos imágenes, pero no es así en absoluto.
Para aclarar el tema demos un vistazo a la historia sagrada. Comencemos por decir que en el Antiguo Testamento estaba severamente prohibido el culto a todo tipo de imágenes o representaciones plásticas de la divinidad.
Qué dice el Antiguo Testamento
El primer mandamiento del Decálogo lo dice con palabras contundentes:
“No habrá para ti otros dioses delante de mí. No te harás ni escultura ni imagen alguna… No te postrarás ante ellas ni les darás culto, porque yo Yahveh, tu Dios, soy un Dios celoso…”. (Ex 20, 3-5).
Queda pues prohibido todo tipo de imágenes que se presenten como divinidad.
La idolatría
Pero a pesar de esta prohibición tan clara, inmediatamente después de haber prometido cumplir la ley, el pueblo se fabrica un becerro de oro, y lo adora como Dios: “Este es tu Dios, Israel, el que te ha sacado de Egipto” (Ex 32,8). De esto precisamente Dios les advertía.
El pecado de idolatría es causa de que Dios decida destruir al pueblo. Solo la intercesión de Moisés consigue que Dios se apiade y le perdone (Ex 32, 1-14).
Se reitera en el Nuevo Testamento
Naturalmente, esta prohibición queda en pie en el Nuevo Testamento con la misma intención o el mismo objetivo. La Biblia muestra que también los cristianos evitaron el uso de imágenes que pudieran ser objeto de adoración. San Pablo dice en su discurso en Atenas:
“Si somos estirpe de Dios, no podemos pensar que la divinidad se parezca a imágenes de oro o de plata o de piedra, esculpidas por la destreza y la fantasía de un hombre” (Hechos 17, 29).
¿Y por qué han existido y existirán las imágenes?
Esta prohibición se refiere directamente a la adoración de imágenes, no al simple hecho de hacerlas con tal de que estas sirvan sólo de signo de la presencia de Dios.
En este sentido Dios manda hacer cosas, objetos o imágenes. Como es el caso de El Arca de la alianza con sus querubines de oro y con el propiciatorio también de oro puro (Ex 25, 10-22); elementos que no merecen honores divinos, no se les puede rendir culto como si se tratase de Dios.
¿Otro ejemplo? La construcción de la serpiente de bronce que Dios ordena a Moisés:
La gente necesitaba y necesita también esos signos sensibles. Dios ha mandado construir esto como signo de su presencia en medio del pueblo.
El culto a la imágenes
Los textos del Nuevo Testamento que hablan de los ídolos, se refieren a auténticos ídolos adorados por paganos, pero no a simples imágenes.
Por eso el II Concilio Ecuménico de Nicea del año 787, “justificó… el culto de las sagradas imágenes…”: (Catecismo de la Iglesia Católica, 2131).
El Dios del Antiguo Testamento no tenía cuerpo, era invisible. No se le podía representar por imágenes. Pero desde que Dios se reveló en forma humana, Cristo se hizo "la imagen visible del Dios invisible", como dice san Pablo (Col 1,15); y sí, le vieron y tocaron.
Dios sigue siendo puramente espiritual, pero ha quedado íntimamente unido a una naturaleza humana, que es material. Por esta razón, es lógico que lo representemos para darle culto (Catecismo de la Iglesia Católica, 1159ss, 2129ss).
Representar imágenes de Cristo es completamente lícito, ya que es la representación de alguien que es realmente Dios.
Y con respecto a las imágenes de la Virgen y de los santos, en la Iglesia los veneramos porque se merecen nuestro verdadero respeto, admiración y gratitud.
Gracias a sus imágenes los recordamos y al mismo tiempo nos traen a la mente verdades religiosas de gran provecho espiritual y nos dicen algo relacionado con sus vidas.