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¿Por qué pide Dios matrimonios para siempre y con una sola persona?

Juan Ávila Estrada - publicado el 23/07/14

Una de las enseñanzas más difíciles de la Iglesia es precisamente sobre el divorcio
Existen enseñanzas de Jesús que causan escozor e incomodidad pues las vemos demasiado restrictivas y limitantes de la libertad y de ese deseo perenne de construir la felicidad. “¿No habéis leído que en el principio, Dios los creó varón y mujer y por eso deja el hombre a su padre y a su madre, se une a su mujer y se hacen los dos una sola carne? De modo que ya no son dos sino uno…Por eso, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mt. 19,3 ss).  

Este inciso puesto directamente por Jesús con autoridad, contraviniendo incluso la ley mosaica, ha sido causa de debates, de escisiones, cismas dentro de la Iglesia y dolor por parte de muchos que habiendo fracasado en su matrimonio han intentado rehacer sus vidas afectivas y se sienten hoy excluidos o rechazados por la Iglesia al negárseles la comunión.

Esta es una de esas enseñanzas que no son fáciles de entender. ¿Cómo puede Dios pretender que una unión marital sea para siempre, si nosotros, tan vulnerables, tan proclives al mal, tan frágiles, nos sentimos muchas veces incapaces de ser fieles a nuestros compromisos perennes? ¿Es que acaso puede darse una unión para siempre? ¿Y si nos equivocamos?

De otro lado son muchos los que defienden la posibilidad de disolver el matrimonio teniendo en cuenta que el amor es voluble voluble o que no existe un afecto que pueda ser duradero en el tiempo debido a la contingencia misma del hombre. ¿Por qué pide Dios uniones matrimoniales por siempre y para siempre con una sola persona? ¿Acaso no nos conoce? ¿No sabe de lo que estamos hechos?

Precisamente en el argumento para la negación de la indisolubilidad está la defensa de la misma. Dios sabe de lo que estamos hechos y precisamente por ello cree en nosotros. “Fue él quien nos hizo y somos suyos”, conoce perfectamente todo aquello de lo que somos capaces pero que a causa de nuestro pecado hemos borrado poco a poco de nuestra inteligencia. Somos pecadores, eso lo sabe perfectamente, pero también somos seres redimidos y esa redención es la que permite hacer de nosotros nuevas creaturas. Estamos hechos para el amor y capacitados para ello. El amor no es sólo posibilidad humana sino obligación metafísica. Quien no ama ha perdido su humanidad y el sentido de lo que es.

Ahora bien, para creer en la indisolubilidad matrimonial es necesario creer en la fidelidad y para creer en la fidelidad es necesario creer en el amor, pero para creer en el amor en fundamental creer en Dios. Así como lo lee. No se puede creer en el amor verdadero si no creemos en Dios.

Que el amor sea eterno y perenne depende del creer que existe un Dios que es amor; porque las palabras “para siempre” (infinitud), “desde siempre” (eternidad), perfección y trascendencia están ligadas al Creador. Es decir, cuando se pierde la noción de Dios se disuelve la concepción del amor.

Nadie cree tanto en el amor humano como Dios, quien sabiendo cómo somos ha permitido darnos siempre a través de todas las generaciones la oportunidad de aprender de él que es nuestro mejor maestro y proponernos un modelo de trinidad terrena en el que la experiencia amorosa pueda vivirse en esta vida y en la otra.

La “muerte de Dios” como la proclamó Nietzsche, ha sido la muerte del amor humano pues no es comprensible lo uno sin lo otro. ¿De dónde entonces podríamos tomar un referente para entender qué es lo que ofrecemos cuando entregamos nuestra vida a otra persona? Negar a Dios es negar la eternidad y con ella sucumbirían la resurrección y estaríamos condenados a la nada o a un eterno retorno reencarnacionista para intentar aprender en una nueva vida lo que no aprendimos en la anterior, pero que nunca lo haremos por no saber lo que es.

Si dejamos el amor como un puro mecanismo fisiológico estaremos exponiéndolo a la veleidad de la piel que siempre quiere darse gusto a sí misma y se justifica en cualquier cosa para ello. Sólo cuando comprendemos que Dios existe, que “es amor” y que nos ha amado con amor eterno, entonces podemos vivir la experiencia de la entrega y de la donación, del “sí” para siempre sin temor a habernos equivocado, pero sobre todo sin dejar ese “sí” a merced de los instintos viscerales que cada día piden más y más como una enorme serpiente que se devora a sí misma por la cola.

El amor humano está ligado a Dios. La incredulidad, el ateísmo, son la muerte del “amor para siempre”; y si no existe ese amor para siempre, entonces estamos condenados a vivir anhelando lo que no es posible. El sin-sentido es lo que nos espera.
 

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