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¿La Iglesia católica es machista?

POPE FRANCIS AUDIENCE

Antoine Mekary | ALETEIA

Monseñor Jacques Perrier - publicado el 13/07/14

De acuerdo a su propia enseñanza, la Iglesia defiende la igual dignidad de cada ser humano y alienta su respuesta al amor de Dios en sus vidas

Lejos de creer que los hombres son superiores a las mujeres, la Iglesia católica respeta la dignidad que Dios ha dado a todas las personas.

Cada persona, hombre y mujer por igual, está llamada a amar a Dios y al prójimo con su propia vida y en su vocación.

Los hombres y las mujeres están llamados a realizar sus vocaciones de forma muy distinta pero a la vez complementaria.

Las mujeres, desde la Bienaventurada Virgen María hasta las santas modernas como Gianna Molla, han sido honradas por la Iglesia como ejemplos verdaderos de cómo responder generosamente al regalo del amor y de la gracia de Dios en sus vidas.

 1. La Iglesia enseña que los hombres y las mujeres son amados por el Señor por igual, pero reciben diferentes dones. 

Muchos de los que dicen que la Iglesia es machista están preocupados por el hecho de que las mujeres no lleven a cabo las mismas funciones que los hombres en las instituciones de la Iglesia.

Se preguntan cómo es posible que la Iglesia considere a las mujeres con la misma dignidad si no les permite ser ordenadas sacerdotes… (para una respuesta más completa sobre por qué las mujeres no son sacerdotes pincha aquí).

Aquí subyace una malinterpretación de lo que verdaderamente constituye la dignidad del hombre y de la mujer.

En la fe católica los hombres y las mujeres tienen una dignidad porque han sido creados por Dios.

Y las diferencias manifestadas en su antropología indican las diferencias que tienen en sus funciones.

Jesucristo designó a los hombres para servir como sacerdotes y la Iglesia continúa haciéndolo así en obediencia a la enseñanza de Cristo.

Dios le dio sólo a la mujer la capacidad fisiológica de concebir y de dar a luz a los hijos. Y la Iglesia también afirma esta realidad.

Algunos dicen que todos los “buenos trabajos” se los quedan los hombres en la Iglesia católica. M.Timothy Prokes, F.S.E, experta en la Teología del Cuerpo, replantea la premisa de la cuestión:

“El término ‘buenos trabajos’ debería ser revisado a la luz de la fe”, explica. “Como san Pablo escribió a los corintios, hay muchos dones y muchos ministerios pero un solo Cuerpo.

“Porque el cuerpo no es un solo miembro, sino de muchos. Si el pie dijera: “Porque no soy mano, no pertenezco al cuerpo,” que no por ello es menos una parte del cuerpo. … Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿dónde estaría el oído?”.  

La hermana Prokes también recuerda que el mismo san Pablo dijo que no todos son apóstoles, profetas, maestros o hacen milagros… Pero que todos están llamados a amar, sin esto todos los dones son inútiles.

 2. Los hombres y las mujeres fueron creados con la misma dignidad, pero de distinta manera para ser complementarios. Sin duda ambos están llamados a amar y ser amados de acuerdo con sus carismas particulares.

San Juan Pablo II es famoso por su enseñanza sobre la sexualidad humana y la dignidad de la mujer. Él hablaba sobre la manera como Dios creó a los seres humanos y cómo los hizo para amar.

La hermana Prokes comenta que san Juan Pablo II “reconoció la dignidad de cada persona en una cultura que distorsiona y malinterpreta las relaciones entre el hombre y la mujer”.

Las diferencias entre el hombre  y la mujer han degradado a esta última a través de la historia en muchas culturas. Pero la Iglesia siempre ha defendido la dignidad de la mujer y sus vocaciones.

En su encíclica Mulieris Dignitatem(“Sobre la Dignidad de la mujer”), san Juan Pablo II aborda cuestiones difíciles. Como por ejemplo que Eva estaba considerada la “ayudante” de Adán.

Lejos de este rol femenino que se considera inferior, la vocación de la mujer al lado del hombre “como una ayuda adecuada para él” (Gn 2,18) en la “unión de los dos” ofrece el mundo visible de las criaturas con las condiciones particulares para que el “amor de Dios sea derramado en los corazones” de los seres creados a Su imagen.

Cuando el autor de la Carta a los Efesios llama a Cristo “el Esposo” y a la Iglesia la “Esposa”, confirma indirectamente mediante esta analogía la verdad de la mujer como esposa.

El Esposo es el que ama. La Esposa es amada: ella es la que recibe el amor para amar a cambio”.

La hermana Prokes explica este pasaje añadiendo: “Mucho depende de cómo se entiende la “igual dignidad”.

Si “igual” significa “idéntico” entonces el significado de Esposo y Esposa en la Carta a los Efesios se pierde con respecto a la relación entre Cristo y su Iglesia y a la relación entre el hombre y la mujer.

Si, sin embargo, “igual dignidad” se entiende como con una diferencia complementaria, la relación entre un hombre y una mujer explicada en la Carta a los Efesios y en la Mulieris Dignitatem es un objetivo deseado y vivido con la ayuda de la gracia.

Al desarrollar su Teología del Cuerpo, el papa Juan Pablo II afirmó que el verdadero sentido de la persona humana es ser un “don”.

La teología católica es mucho más rica que la simple cuestión sobre qué tipo de trabajo tiene cada uno.

Más aún, la fe nos revela la verdadera dignidad que asumimos al responder a la llamada de Dios convirtiéndonos en un don para Dios y para todos a los que estamos llamados a amar.

 3. La Bienaventurada Virgen María es la mujer perfecta y, por tanto, la persona perfecta. Su vida como madre, como virgen y como esposa –pero sobre todo como persona que respondió al amor de Dios- es un ejemplo para todos los hombres y mujeres del mundo.

Los que se preguntan si la Iglesia honra a la mujer no tienen más que mirar el gran respeto y veneración que se le da a la Madre de Dios.

Y aunque su papel en sí ya es muy importante, nuestra razón más destacada para venerarla es la manera en la que respondió al amor y a la llamada de Dios.

Pronunciando su fiat (“Señor: que se haga en mí según tu palabra”) ella se convierte en el ejemplo por excelencia de lo que significa decir “sí” a Dios con la propia vida.

A través de su vida como madre y esposa, María continua diciendo “sí” a Dios: ella da a luz a Cristo en un pesebre y cría humildemente al Hijo de Dios.

Ofrece a su único hijo en un templo y continúa viviendo sin pecado, incluso cuando le dicen que “una espada traspasará su alma” (refiriéndose a la Crucifixión de Cristo).

Ella ve cómo su Hijo inocente muere en la cruz y sigue manteniendo su confianza en Dios.

Su maternidad es el ejemplo de cómo todas las madres están llamadas a dar sus vidas en sus familias.

Pero la Bienaventurada Virgen María también nos enseña de otra manera: con su vida y su cuerpo consagrados a Dios. San Juan Pablo II escribe:

“La mujer, llamada desde el mismo principio, a ser amada y a amar, en la vocación a la virginidad se encuentra con Cristo Redentor, ‘que amó hasta el extremo’ a través del don total de sí mismo, al que responden con ‘la sincera entrega’ de sus propias vidas”.

Cuando se le preguntó sobre qué pensaba sobre la vida religiosa como “el segundo mejor puesto” después de ser sacerdote, la hermana Prokes respondió:

Nos necesitamos los unos a los otros en amorosa comunión de auténtica fe: laicos, sacerdotes, religiosos y religiosas.

Las religiosas de nuestro tiempo podrían haber sido llamadas, como los primeros apóstoles, “a beber el mismo cáliz” que Cristo bebió para dar testimonio del Amado y de las verdades de la fe hasta la muerte.

No hay un “segundo mejor puesto” entre los verdaderos fieles; lo único que importa es hacer la voluntad de Dios, manteniéndonos unidos en la presencia de Cristo, el Padre y el Espíritu Santo.

Incluso cuando se está involucrado en actividades más mundanas y más llenas de ruido, es el amor esponsal el que está en el centro del corazón de la vida religiosa”.

4. A lo largo de la historia de la Iglesia ha habido mujeres increíbles veneradas por su fe, santas e incluso Doctoras de la Iglesia. 

Sólo necesitas pasearte por la Iglesia más cercana para ver imágenes o vidrieras en honor a grandes mujeres.

No son mujeres de un tipo concreto, por ejemplo está santa Faustina que pasó su corta vida amando apasionadamente a Dios.

O santa Gianna Molla, una mujer italiana casada, madre y médico que sacrificó su propia vida para que su hijo no nacido pudiera vivir.

También está santa Juana de Arco que lideró a sus huestes a la batalla.

Tenemos a muchas mujeres que han aportado mucho a la Iglesia: santa Teresa de Lisieux, santa Teresa de Ávila, santa Catalina de Siena y santa Hildegarda de Bingen, famosas Doctoras de la Iglesia.

La hemana Prokes añade:

“Ahora las mujeres sirven en la Curia Romana. Algunas de ellas son teólogas que enseñan en seminarios y universidades; otras colaboran con obispos y dirigen las oficinas diocesanas.

También hay mujeres que se encargan de programas sociales de asistencia a los pobres, a las víctimas de la violencia y del tráfico de las personas.

La necesidad de lo que el papa Juan Pablo II definió como “el genio de la mujer” en el liderazgo de la Iglesia en incuestionable.

Las mujeres no duplican el liderazgo y el ministerio de los hombres sino que los complementan”.

Santa Teresa, una mujer muy querida en la Iglesia católica, explica de la mejor manera lo que realmente importa en la vida de una mujer (y de un hombre):

“Entiendo muy bien que sólo a través del amor podemos complacer al buen Señor, cuyo amor es lo único que yo anhelo”.

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