Pierluigi Molla y sus hermanas Laura y Gianna son de las pocas personas en el mundo que pueden llamar en la oración a su mamá llamándola santa.
Su madre es Gianna Beretta Molla, la mujer canonizada por Juan Pablo II en 2004 por haber aceptado traer al mundo a una niña aun sabiendo que el parto habría podido costarle la vida.
Un gesto heroico, extraordinario, para algunos quizás discutible si no se mira con los ojos de la fe, y que se puede intentar comprender mejor sólo escuchando el afectuoso y conmovido retrato de esta mujer directamente por las palabras del hijo.
Ella amaba la vida
Pierluigi, 59 años, desde detrás de la mesa de su despacho de hombre de negocios en el centro de Milano, disipa en seguida cualquier equivoco:
“Mamá amaba extraordinariamente la vida, no la muerte. Pero precisamente por esto, no podía dar más importancia a su vida que a la de mi hermana Gianna Emanuela”.
Los Molla eran una familia feliz, unida, acomodada: Pietro, ingeniero, dirigía una fábrica de cerillas en Magenta, no lejos de Milán; Giovanna, llamada por todos Gianna, era médico y pediatra en la cercana Mesero.
Ambos procedían de familias numerosas y profundamente creyentes, ambos eran militantes de Acción católica.
Se conocieron en 1954 cuando ella tenía 32 años y él 42, y menos de un año después ya estaban casados.
En 1956 nace Pierluigi, el año siguiente Mariolina y en 1959 Laura.
Cáncer
En 1961 Gianna se queda de nuevo embarazada: en el segundo mes de embarazo, descubre que tiene un grueso fibroma en el útero, un tumor que aunque es benigno, debe ser operado con urgencia.
Hay que interrumpir el embarazo, o bien recurrir a una técnica de operación que podría ocasionar complicaciones en el momento del parto.
La doctrina católica admite que, si está en riesgo su vida, una madre puede curarse aunque la terapia tenga como efecto colateral y no querido la muerte del niño. Pero ella no tuvo dudas: elige operarse sin abortar.
“Fue una elección coherente con toda su formación, dictada por la fe”, explica Pierluigi, “pero sinceramente pienso también por su amor profundo por los niños, por el deseo de aumentar la familia”.
«Si tenéis que elegir…»
Llegado al término el embarazo, Gianna dijo a su marido: “Si tenéis que elegir entre mí y el niño, ninguna duda: elegid –y lo exijo– al niño”.
Era médico, sabía bien el riesgo que corría: “Recuerdo bien cómo nos besó durante mucho rato antes de ir al hospital para dar a luz, consciente de que podía ser el último adiós”, cuenta Pierluigi que entonces tenía sólo 5 años.
“Pero al mismo tiempo, esperaba que todo acabara bien: antes de ingresar, había elegido vestidos de un catálogo que papá le había traído de París: confiaba en encargarlos a la vuelta”.
De la muerte a la Vida
Por desgracia, inmediatamente después del parto por cesárea, llegaron las complicaciones, y Gianna muere el 28 de abril de 1962 por peritonitis séptica, siete días después de haber dado a luz a Gianna Emanuela. Tenía 39 años.
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