Cantos, fórmulas, ritos… Nada está puesto por casualidad en la celebración eucarística, hay que redescubrirla
Vivir la espiritualidad litúrgica es muy hermoso, pero hemos de reconocer que los fieles cristianos están aún lejos de conseguirlo. Por eso es indispensable la formación litúrgica de las comunidades para que descubran toda la riqueza de la vida espiritual basada en la fuente de la liturgia.
Estamos en un momento propicio para elevar el listón espiritual del pueblo cristiano. En medio del rimo trepidante de la vida moderna con sus formas existe un despertar espiritual. El trabajo y quehaceres en asuntos temporales no son estorbo, sino ocasión de impregnar la existencia entera de espiritualidad. Es posible encontrar y dedicar para Dios todas las horas, no sólo unos minutos. No hay clasismo entre los que tienen tiempo para la contemplación y para la acción. Ahora ya se acepta que la santidad no es sólo para los gigantes de santidad de siglos de antaño.
También hay conciencia de que tener una espiritualidad como guía de la vida no es un refinamiento aristocrático del espíritu. Aparecen nuevos movimientos espirituales que demuestran que hay una creciente inquietud religiosa. La espiritualidad se presenta como búsqueda y experiencia de Dios, respuesta al sentido de la vida y aliento del compromiso.
El Concilio vaticano II promueve la formación litúrgica de los fieles para que puedan beneficiarse de toda su riqueza para todas las dimensiones de la vida. “Los pastores de almas fomenten con diligencia y paciencia la educación litúrgica y la participación activa de los fieles, interna y externa” (SC 19).
Es necesario que el pueblo participe activa y conscientemente en la celebración del culto para que descubran que es la cumbre a la que tiende la actividad de la Iglesia y la fuente misma donde se alimenta el espíritu cristiano. La pastoral litúrgica está orientada a la formación auténtica de la comunidad cristiana (cf PO 6).
En las parroquias hay personas que se dedican especialmente a promover la pastoral litúrgica. Son los llamados equipos de liturgia. Realizan una labor encomiable. Esas personas son las primeras beneficiadas. Al formarse litúrgicamente viven en toda su riqueza las celebraciones que preparan. Perciben con gozo los sentimientos que provocan las palabras, los signos, los misterios. Ellos son los primeros que viven con temblor el gozo de las emociones religiosas. Poco a poco van transmitiendo y contagiando a las comunidades el gusto por la liturgia. Viven la espiritualidad litúrgica y los misterios que se celebran. Se sienten felices de hacer que sus hermanos bautizados gusten y canten las alabanzas del Padre, unido a Jesucristo en un mismo Espíritu (cf SC 7-8). Esto lo realizan de forma práctica ayudando a los fieles a participar leyendo, ayudando al altar, realizando la colecta, etc. Enseñan a participar cantando, rezando y realizando los gestos litúrgicos de cada momento. Su acción es un ministerio necesario como lo son los agentes de otros campos de la pastoral.
Regulan con guiones bien preparados para cada celebración la estética, el marco, el ambiente, el ritmo de la celebración, las acciones, los movimientos de los que intervienen y los objetos y elementos usados. Nada queda al azar. Así luce en toda su belleza y esplendor la liturgia en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía.
El equipo de liturgia no es un grupo de animadores, sino que viven su trabajo como algo de orden espiritual que les santifica. Tienen conciencia de que ayudan a que los fieles vivan la espiritualidad litúrgica penetrando el sentido interno de los ritos.
Cuando las celebraciones están bien hechas los fieles son llevados de forma natural y suave al encuentro con Cristo y a participar más plenamente de su gracia.
Cumplen el encargo del Concilio Vaticano II: “Por tanto, la Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen conscientes, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos con la palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Cuerpo del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él, se perfeccionen día a día por Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos” (SC 48)
La reforma conciliar de la liturgia entusiasmó y provocó un gran interés. El balance de lo conseguido es satisfactorio.
Quizás con el pasar de los años ha bajado la tensión de aquellas primeras reformas conciliares pensando que ya se había conseguido bastante. Pero es un reto mantener el empeño para que la espiritualidad litúrgica influya cada vez con más intensidad en la vida espiritual. No hemos de conformarnos con metas mínimas.
Dos textos del emérito papa Benedicto XVI, muy sensible a la belleza de la liturgia nos animan a considerar la liturgia como la mejor escuela de espiritualidad: “Todos debemos trabajar juntos para celebrar la Eucaristía cada vez con mayor profundidad: no sólo como rito sino como proceso existencial que toca a cada uno en su intimidad, más que cualquier otra cosa, y nos cambia y transforma. Y al transformarnos, también comienza la transformación del mundo que el Señor desea y por la que quiere hacernos sus instrumentos” (A los párrocos de Roma, 26 de febrero de 2009).
En la Audiencia General del miércoles 29 de septiembre de 2009 propuso a Santa Matilde de Hackerborn (1241) como modelo de que “la oración cotidiana y la vivencia intensa de la liturgia, especialmente la Eucaristía, son escuela de espiritualidad y camino de amistad con Dios”.
Artículo de monseñor Francisco Pérez, arzobispo de Pamplona, publicado por la agencia SIC