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Abraham, una fe a prueba de dudas

ABRAHAM AND SARAH
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Opus Dei - publicado el 27/05/14
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Sus características: obediencia, confianza absoluta, abandono y fidelidad a Dios

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El libro del Génesis narra la vida de Abraham a partir del momento en que el Señor se cruzó en su camino y transformó su existencia radicalmente.

Se le promete una tierra y una descendencia numerosa, pero Abraham deberá iniciar un camino: vete de tu tierra y de tu patria y de casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré; de ti haré un gran pueblo, te bendeciré, y engrandeceré tu nombre que servirá de bendición[1].

Tiempo después, Dios mismo le cambiará el nombre –no te llamarás más Abrán, sino que tu nombre será Abraham[2]– para indicar que le ha conferido «una personalidad nueva y una nueva misión, que quedan reflejadas en el significado del nuevo nombre: “padre de multitudes”»[3].

Se manifiesta así que toda la singularidad del patriarca depende de la alianza con Dios y está al servicio de ésta.

Abraham escucha la voz de Dios y la pone por obra, sin prestar demasiada atención a lo que las circunstancias podían aconsejarle.

¿Por qué abandonar la seguridad de su patria, esperar una descendencia cuando tanto él como su mujer son de edad avanzada? Pero Abraham se fía de Dios, de su omnipotencia, de su sabiduría y bondad.

El episodio de Sodoma y Gomorra[4] muestra, además de la gravedad del pecado que ofende a Dios y destruye al hombre, la familiaridad que tiene Abraham con su Señor.

Dios no le oculta lo que está por hacer y acoge la oración de intercesión del santo patriarca. La respuesta de fe se apoya en la confianza, es decir, en un trato personal con Dios.

El valor ejemplar de la fe de Abraham se compendia en tres rasgos fundamentales: la obediencia, la confianza y la fidelidad.

En la obediencia de la fe

Abraham manifiesta su propia fe principalmente obedeciendo a Dios. La obediencia presupone la escucha, pues es necesario, en primer lugar, “prestar oído”, es decir, conocer la voluntad de otro para darle respuesta y cumplirla.

«Cuando Dios le llama, Abraham parte “como se lo había dicho el Señor” (Gn 12, 4): todo su corazón se somete a la Palabra y obedece».

La obediencia que proviene de la fe va mucho más allá de la simple disciplina: supone la aceptación libre y personal de la Palabra de Dios.

De esta obediencia, Abraham es el modelo que nos propone la Sagrada Escritura.

Con confianza y abandono en Dios

Cuando consideramos la vida de Abraham, vemos que la fe está presente en toda su existencia, manifestándose especialmente en los momentos de oscuridad, en los que las evidencias humanas fallan.

Por la fe, el patriarca se pone en camino sin saber a dónde va, pero esa es sólo la primera ocasión en que deberá poner en juego esta virtud.

Porque se necesita confiar mucho en Dios para vivir «como extranjero y peregrino en la Tierra prometida», y para afrontar el sacrificio del hijo: Toma a tu hijo, a tu único hijo, al que tú amas, a Isaac, y vete a la región de Moria. Allí lo ofrecerás en sacrificio, sobre un monte que yo te indicaré.

La fe de Abraham se muestra en toda su grandeza cuando se dispone a renunciar a su hijo Isaac. El sacrificio del propio hijo es profecía de la entrega de Jesucristo para la salvación del mundo.

Pero Abraham no se rebela contra Dios, no lo cuestiona ni lo pone en duda: se fía de Él. Se pone en camino, sigue atento a escuchar la voz del Señor y, al final del viaje al monte Moria, descubre que no quiere la sangre de Isaac:

Y Dios le dijo: –No extiendas tu mano hacia el muchacho ni le hagas nada, pues ahora he comprobado que temes a Dios y no me has negado a tu hijo, a tu único hijo. (…) Abrahan llamó a aquel lugar “El Señor provee”, tal como se dice hoy: “en la montaña del Señor provee”.

Fe que es fidelidad

La fe de Abraham se manifiesta también como fidelidad: ante los diversos acontecimientos persevera en su decisión de seguir la voluntad de Dios.

Abraham fue sometido a una prueba tremenda: se vio en la tesitura de tener que sacrificar a quien era fruto de la promesa que se le había hecho.

El santo patriarca no sólo tuvo que afrontar circunstancias difíciles, sino que esperó contra toda esperanza[14], porque las circunstancias invitaban a “juzgar” la voluntad divina, a dudar de Dios mismo y de su fidelidad. En esto radica la tentación que se presentó a Abraham.

Abraham marcha hacia el monte Moria, con un gran conflicto interior, pero convencido de que antes o después Dios proveerá[16]. Y Dios, que está empeñado en hacerse entender, al final provee.

Para que se haga la luz, Abraham ha debido recorrer el camino completo, ha tenido que ponerse en marcha y llegar hasta el final.

 

Artículo publicado originalmente en Opusdei.org

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