¿Quién ha dicho que los enfermos son “clase pasiva”? En la Iglesia tienen un papel muy importante
En los hospitales, en las clínicas, en muchas casas, en todas las familias nos encontramos con personas que sufren, personas enfermas que viven en su cuerpo y en su espíritu, la pasión de Cristo, la pasión de la comunidad cristiana. Su desafiante realidad de dolor y de soledad, de dependencia y alteraciones psíquica y física nos interpela y nos llama a la caridad fraterna, a la solidaridad con su dolor o su abandono.
El sufrimiento forma parte de la existencia humana, extirparlo del mundo por completo no está en nuestras manos, simplemente porque no podemos desprendernos de nuestras limitaciones a lo largo de nuestra historia personal.
Nuestra sociedad ensalza sobre todo a los campeones, a los que tienen mucho, a los que puedan ser eficaces; y margina a quién no gana, a quien no produce, al que no es útil. La Iglesia reconoce los valores de los enfermos, descubriendo que no son miembros pasivos sino activos en la Iglesia. Ellos nos ayudan a relativizar muchas cosas, nos evangelizan, estimulan nuestra esperanza y silenciosamente construyen “el tiempo del espíritu” como piedras vivas. Los enfermos al participar tan cerca en la pasión de Cristo realizan y completan la salvación de Cristo.
La enfermedad conlleva inevitablemente un momento de crisis y de seria confrontación con la situación personal. Los avances de las ciencias médicas proporcionan a menudo los medios necesarios para afrontar este desafío, por lo menos con respecto a los aspectos físicos. Sin embargo, la vida humana tiene sus límites intrínsecos, y tarde o temprano termina con la muerte.
Esta es una experiencia a la que todo ser humano está llamado, y para la cual debe estar preparad. El Papa nos lo recuerda. «La Iglesia desea apoyar a los enfermos incurables y en fase terminal reclamando políticas sociales justas que ayuden a eliminar las causas de muchas enfermedades e instando a prestar una mejor asistencia a los moribundos y a los que no pueden recibir atención médica. Es necesario promover políticas que creen condiciones que permitan a las personas sobrellevar incluso las enfermedades incurables y afrontar la muerte de una manera digna. Al respecto, conviene destacar una vez más la necesidad de aumentar el número de los centros de cuidados paliativos que proporcionen una atención integral, ofreciendo a los enfermos la asistencia humana y el acompañamiento espiritual que necesitan. Se trata de un derecho que pertenece a todo ser humano y que todos debemos comprometemos a defender».
Una de las grandes obras de misericordia es visitar a los enfermos, ayudarles a vivir con calidad de personas desde la misma enfermedad. Hacerles ver que como Cristo nos acercamos a ellos para que tengan vida y la tengan en abundancia. Con nuestras obras de amor podemos transformar toda la civilización humana en la “civilización del amor”.
Teniendo presente la condición de los que no pueden ir a los lugares de culto por motivos de salud o edad, hemos de asegurar la asistencia espiritual a los enfermos, tanto a los que están en su casa como a los que están hospitalizados. Se ha de procurar que estos hermanos y hermanas nuestros puedan recibir con frecuencia la Comunión sacramental. Al reforzar así la relación con Cristo crucificado y resucitado, podrán sentir su propia vida integrada plenamente en la vida y la misión de la Iglesia mediante la ofrenda del propio sufrimiento en unión con el sacrificio de nuestro Señor.
Carta de monseñor Ángel Rubio, obispo de Segovia, publicada por la agencia SIC