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Jesucristo vendrá en su gloria (capítulo 25 del Evangelio de san Mateo), para proceder al juicio final, aunque no sabemos cuál es la fecha, dice el Catecismo de la Iglesia católica.
Se descartan con esto último como falsos todos los intentos de cálculos o presuntas revelaciones que profetizan una fecha para el fin del mundo.
Por lo demás, las referencias bíblicas son complejas, y las interpretaciones muchísimas.
Aquí unos rasgos generales sobre el significado de los textos bíblicos referentes al fin del mundo:
1. Catástrofes
En primer lugar, se puede deducir de los textos proféticos del Nuevo Testamento que será precedido de un tiempo catastrófico, en el sentido más literal del término.
Habrá catástrofes, tanto naturales como producidas por los hombres, aunque parece que estas últimas serán las más graves e incluirán persecuciones contra los cristianos.
Esto está mencionado en el Apocalipsis con un escenario y un lenguaje figurativo que no hay que tomar al pie de la letra: no aparecerá una plaga de langostas con cabeza de león, ni nada parecido.
¿El tiempo actual presagia que estamos cerca?
Lo cierto es que no lo parece, al menos de momento. Hay guerras, hay calamidades, pero no más de lo que ha habido siempre; la diferencia actual es que estamos informados de todo lo que sucede en el mundo.
2. Sufrimiento
En segundo lugar, es patente que en los llamados “discursos escatológicos” del Señor –los discursos dirigidos a los Apóstoles sobre los tiempos finales- se mezclan palabras referidas a la caída de Jerusalén (del año 70) con otras referidas al fin del mundo.
La interpretación tradicional era separar unas imágenes de las otras, en la idea de que Jesús condescendía con la idea generalizada en la época que asociaba los dos acontecimientos.
Hoy se tiende a ver esta mezcla de un modo algo distinto, según el cual la caída de Jerusalén, con todo el sufrimiento que produjo, es signo de lo que acaecerá al fin del mundo.
O sea, el Señor ofrece una imagen más cercana para dar una idea de lo que quiere decir con respecto al fin de los tiempos.
3. Una mala persona
En las epístolas –no en los Evangelios- se menciona un misterioso personaje. San Juan lo llama el anticristo; San Pablo, en la segunda epístola a los tesalonicenses, también se refiere a él, como el inicuo. ¿Quién es?
Si leemos el segundo capítulo de la primera carta de San Juan, uno se ve inclinado a pensar que el Anticristo, propiamente, es Satanás, y recibe su nombre por derivación los hombres particularmente influidos por él.
En cambio, si lo que leemos es el capítulo segundo de la segunda carta a los tesalonicenses, lo que parece deducirse es que se trata de una persona concreta, especialmente ligada con el diablo.
No hay consenso entre los especialistas sobre la elección de una u otra explicación, pero son más los partidarios de la segunda; o sea, de que será una persona singular.
4. Crisis de fe
Serán días difíciles para la fe. San Pablo habla de que habrá entonces una apostasía generalizada. Jesucristo se refirió a esto con otros términos:
Es algo tan claro en las fuentes que el Catecismo de la Iglesia Católica lo recoge (aunque sin pronunciarse sobre la naturaleza del anticristo):
5. Profanación de lo más sagrado
Se puede aventurar alguna precisión sobre lo anterior. El Señor dio como signo el ver “la abominación de la desolación, que predijo el profeta Daniel, en el lugar santo” (y añadió: “quien lea, entienda”) (Mt. 24, 15). San Pablo refiere las siguientes palabras sobre el Anticristo:
En el mundo judío se entendía la abominación de la desolación como la profanación del templo de Jerusalén que realizó el rey Antioco Epifanes, al colocar una estatua de Zeus en el templo de Jerusalén.
En el contexto de san Mateo, en el que se combina la caída de Jerusalén con el fin del mundo, se profetiza en primer lugar que el templo caerá cuando se profane al no realizarse ya sacrificios y se utilice para fines ajenos al suyo, lo que ocurrió años más tarde.
Pero eso es también un signo de la futura profanación de lo más sagrado del cristianismo, el sacrificio del altar, la Santa Misa.
Y es que si deja de celebrarse este sacrificio en el mundo, pierde el sentido su pervivencia, pues se cortaría el cauce por el que llegan los frutos de la redención que realizó Cristo en la Cruz. Y esta usurpación marca efectivamente la gran apostasía de los últimos tiempos.
Podría añadirse que esta interpretación encaja bien con el mensaje del Apocalipsis, una de cuyas principales claves es la litúrgica, pero explicar esto aquí sería largo y laborioso.
6. Evangelio predicado a todo el mundo
Hay en la Escritura alguna referencia que permite pensar que todavía estamos lejos del fin de los tiempos.
Aquí se podría destacar la conversión de Israel (cfr. Rom. 11, 25 y ss) y las palabras del Señor recogidas en Mc. 13, 10:
A la vista de todo esto, podemos preguntarnos, y es la pregunta más interesante, por el sentido de todo esto. Lo encontramos en el Evangelio mismo.
La venida de Cristo al mundo supone la derrota del gran adversario, Satanás. Pero es una victoria no exenta de un intenso dramatismo.
Cuando parecía que el Señor era derrotado, pues “fracasaba” en su misión, y cuando llegó la hora del príncipe de las tinieblas (cfr. Lc. 22, 53), todo parecía hacer pensar que era éste el vencedor.
Sin embargo, precisamente en lo que parecía ser su victoria, se producía su total derrota –en la Cruz-, con Cristo vencedor del diablo, del pecado y de la muerte.
Pues bien, algo semejante, según los indicios, sucederá con la segunda venida. Cuando parezca que el demonio sale vencedor en la historia, irrumpe la victoria final de Cristo glorioso.
O sea, se trata de un dramatismo que resalta el carácter absoluto y eterno de la victoria divina.