Hombres sin tierra ni hogar
Hay más de 40 millones de personas refugiadas en el mundo. Desde hace tres años, los desplazados a causa del conflicto sirio son el máximo exponente de la tragedia que supone perder el hogar. Pero hay otros refugiados que, desde hace 50 años, viven en su tierra sin ser dueños de la misma: es la población palestina en Gaza y Cisjordania. El Papa, durante su visita a Tierra Santa del 24 al 26 de mayo, no ha querido dejar pasar la oportunidad de encontrarse con todos ellos
En los 5.500 kilómetros cuadrados que abarca Cisjordania viven 2,65 millones de personas. De ellos, 875.000 -el 30%- son refugiados en su propia tierra. Viven repartidos en 19 campamentos que la UNRWA -la agencia de la ONU para Palestina- dispone hace más de 50 años para acoger a los desplazados a causa del conflicto palestino-israelí.
«Esta población sufre mucho, y no lo digo por algo que he leído o he escuchado. Es la realidad que vivo cada día», afirma monseñor Giacinto-Boulos Marcuzzo, obispo auxiliar de Jerusalén, en el documental El invierno en pausa, de Cáritas Española en colaboración con Cáritas Jerusalén, realizado para llamar la atención de la comunidad internacional ante el problema palestino.
«Ya en 1948, 429 ciudades y pueblos palestinos fueron totalmente destruidos, y la población echada, excluida, prófuga», afirma el obispo. Desde entonces, «hay problemas de juicios, visados, de residencia, de escuelas, de hospitales, de tasas, de aduanas, de permisos, de terrenos confiscados a sus propietarios… Es una comunidad que necesita vuestro amor, vuestras oraciones y solidaridad», señala monseñor Marcuzzo.
Tras la visita a la gruta de la Natividad en Belén, el sábado 25, el Papa Francisco se desplazará hasta el campo de Deheisheh -como hicieron sus antecesores, san Juan Pablo II y Benedicto XVI-, donde recibirá a varios niños del campo, y de otros dos campamentos aledaños, el de Aida y el de Beit Jibrin. En Deheisheh, localizado en el término municipal de Belén, viven 13.000 refugiados desde 1949.
«Lo que se va a encontrar el Papa cuando visite el campo de refugiados es una especie de barrio periférico de una ciudad, donde miles de personas viven en una situación precaria», afirma Raquel Martí, directora ejecutiva de UNRWA España. «La característica más destacada de los campamentos de refugiados palestinos en Cisjordania es el grado de hacinamiento. Hay que tener en cuenta que son terrenos cedidos en los años 50, y que, desde entonces, por una u otra razón, no se ha vuelto a ampliar el terreno», señala.
Pero lo que sí ha aumentado es la población. Lo que en un inicio fueron lugares pensados para albergar alrededor de 2.000 personas, ahora puede acoger hasta 160.000 refugiados. «Así que ha crecido de forma vertical, con lo que esto supone para el estado de la vivienda. Otro problema es que esta falta de espacio hace que no haya lugares públicos para la vida fuera de las casas. Llama mucho la atención la estrechez de las calles -entre un edificio y otro puede haber medio metro de anchura-, y no hay parques ni jardines para que jueguen los niños», explica Irene.
La pobreza extrema es otra de las características de estos campos. «Una familia de diez miembros malvive en una casa de 20 metros cuadrados con una habitación, un retrete y una zona para cocinar», señala la directora ejecutiva de UNRWA España. Tampoco tienen acceso sencillo a los servicios sanitarios. Dentro de los campos, la agencia de la ONU se encarga de que, en los centros de salud, se atiendan las necesidades más básicas de la población. «Pero como haya que realizar una intervención médica, hay que ir a Jerusalén. Y que un cisjordano entre en la ciudad no es tan fácil: se necesita un permiso que tiene que tramitar el Ministerio de Salud palestino con el Gobierno israelí y el ejército. Esto se traduce en que, por ejemplo, cuando un niño ha sufrido una caída grave y hay que operarle, si una ambulancia llega al checkpoint y no hay una autorización israelí para que entre al campo a recogerle, ese niño puede no llegar a tiempo al hospital», afirma Martí. Lo mismo ocurre con las enfermedades como el cáncer u otros tratamientos. Siempre se necesita la coordinación burocrática de estos tres interlocutores. «Hay mujeres que han dado a luz en el puesto de control», señala. Y es que vivir sin libertad de movimientos es otro de los puntos clave de la vida de un palestino. «Todos los campos o ciudades en Cisjordania tienen un puesto de control que hay que atravesar para todo: para ir al colegio, al hospital, para hacer una gestión administrativa, para ir a cultivar al campo…», añade.
La escuela y el trabajo
La superpoblación en los campos tiene, como consecuencia directa, un retroceso educativo para los niños: «No se pueden construir más escuelas por dos razones: por problemas de espacio y porque Israel no lo permite», recalca Martí. Así, las escuelas que hay en los campamentos tienen dos turnos, uno de niñas por la mañana y otro de niños por la tarde, con los horarios notablemente reducidos y la ausencia de actividades extraescolares. Y cuando no hay escuela como tal, cuenta Raquel Martí, «van a clase en barracones o contenedores».
Lo que sí hay dentro de los campos son negocios. «Hay que tener en cuenta que viven allí desde hace más de 50 años. Primero, había tiendas de campaña, luego barracones de madera, y ahora hay edificios, con sus correspondientes servicios: panaderías, zapateros, tiendas de electrodomésticos… Los palestinos son muy comerciantes, y han sabido montar sus negocios rápidamente», afirma Irene. Otros cultivan el campo, aunque en Palestina hay un verdadero problema de acceso al agua, porque depende del Estado de Israel. La UNRWA provee de microcréditos a los emprendedores, y tiene una bolsa de trabajo, aunque la mayoría de los refugiados vive de la ayuda humanitaria.
También Cáritas Jerusalén, en colaboración con Cáritas Española, trabaja desde 2012 en la Iniciativa por la paz, un proyecto que busca, entre otras cosas, «fortalecer el acceso a los servicios sociales a los más necesitados», afirma Rodrigo Sáez, responsable de Oriente Medio en Cáritas Española. Entre otras cosas, el proyecto trabaja en la rehabilitación de viviendas, en mejorar el acceso al agua y al saneamiento, y en la creación de oportunidades de empleo.
El drama de los refugiados sirios
Los desplazados por el conflicto sirio serán otro de los núcleos de la visita del Papa Francisco a la Tierra Santa. El sábado 24 de mayo, el Santo Padre tendrá un encuentro con refugiados en Jordania -ante la imposibilidad de ir a Siria, como era su deseo-. Actualmente, el país jordano acoge a más de medio millón de sirios -el 10% de la población- que se hacinan en campamentos de emergencia. De hecho, el campo de Zaatari es el más poblado del mundo, con más de 100.000 personas viviendo en sus tiendas de campaña. Para desahogar la situación, ACNUR acaba de inaugurar un campamento en el desierto jordano con capacidad para 51.000 refugiados.
También Líbano está al borde del colapso. En el pequeño país, 1 de cada 4 habitantes son refugiados: «Ni la propia población libanesa entiende cómo pueden salir adelante. Viven el día a día, y sufren las consecuencias de la llegada de esta masa de población, como son, por ejemplo, la alta inflación de los precios de los alimentos y de la renta de los alquileres de las casas…», explica Rodrigo Sáez. Incluso es habitual que familias alquilen sus huertos y parcelas para que los refugiados instalen sus campamentos: «Líbano no tiene grandes campos de refugiados, como Jordania. Hay pequeños campos ubicados en propiedades privadas, donde viven la mayoría de los refugiados», señala Rodrigo; otros viven en núcleos urbanos en condiciones muy precarias: «Llegamos a visitar un edificio en construcción donde había 10 familias malviviendo. Tapaban los huecos con plásticos, alfombras y mantas de la ayuda humanitaria».
Sobre la implicación gubernamental de los países acogedores de refugiados, Rodrigo afirma que difieren unos de otros: «Por ejemplo, en Turquía sólo el Gobierno trabaja con refugiados. Apenas se permite el trabajo a las ONGs». En cambio, «en el Líbano es al contrario. El Gobierno se preocupa del control de fronteras, y son organizaciones como Naciones Unidas a través de ACNUR y múltiples entidades, entre ellas Cáritas, las que trabajan con la ayuda humanitaria».
Pero quienes peor lo están pasando son los palestinos que estaban en Siria, y ahora han tenido que marcharse al Líbano. Este país no los reconoce como refugiados -en Siria sí-, por lo que son tratados como inmigrantes ilegales y no tienen derecho a trabajar, ni a utilizar el sistema sanitario, ni a nada: «Están obligados a vivir en campos superpoblados; hay una lista de determinados trabajos a los que no pueden acceder…; viven de la ayuda de Cáritas y otras ONGs, además de la UNRWA», añade Rodrigo.
Por Cristina Sánchez Aguilar. Artículo publicado originalmente por Alfa y Omega