En su corazón ya no hay herida alguna, sólo queda el agradecimiento
¡Con lo fácil que es triunfar cuando todos están a tu favor! ¡Qué difícil, en cambio, triunfar cuando todos están en tu contra! ¿No es cierto, mon Père? Ésta es la cuestión que me planteaba uno de los jóvenes de la parroquia. Su padre, muerto. Su madre, muerta.
Él, su hermano y su hermana viven con un tío que demasiado a menudo se deja caer en el alcohol, que les roba el maíz que tienen para comer y que guardan en su habitación. Un tío al que demasiado a menudo se le va la mano.
Se lo han quitado todo. A la hermana la han obligado a casarse. Su hermano ha tenido que dejar la escuela y ponerse a aprender un oficio. Pero él no se rinde.
¡Cuántas veces ha venido a casa a por algo de comer! ¡Cuántas veces ha vivido la vergüenza de pedir para encontrar un sencillo medicamento! Cuántos viajes en condiciones deplorables a países vecinos para poderse pagar las libretas: las plantaciones de cacao en Costa de Marfil, de paleta en Burkina, en la mina de oro abierta en la frontera de Ghana, donde tantos jóvenes viven situaciones deplorables… pero lo ha soportado todo.
Ha vivido en el infierno, un infierno donde las llamas se apagaban por la fuerza de sus lágrimas.
Y al final, cuando todo el mundo ya lo daba por muerto; cuando había suspendido el último curso antes de la universidad; cuando le decían: «¿Qué te creías? ¿Que podrías seguir adelante? Serás pobre como todos somos pobres»,… lo ha vuelto a intentar.
Incluso yo le había desanimado. «Aprende un oficio», le decía. Pero él lo ha querido intentar. Qué difícil es triunfar cuando todos te van a la contra…
Y le recuerdo aún como si fuera ayer. Bajó a los infiernos. Sé que no me ha contado todo lo que ha tenido que hacer para salir adelante. Entra en mi despacho y rompe a llorar.
– ¿Qué te pasa?
– ¡He aprobado!
– ¿Y por qué lloras?
– Nadie creía en mí.
– ¿Y ahora?
Y me mira. –Ayúdame a vivir.
Y le digo: – Ven la semana que viene.
Hablo con algunos de los profesores de la parroquia y le encontramos un camino. No puede ir a la universidad, pero podrá hacer una especialidad técnica en comercio.
Y os puedo asegurar que cada mes, cuando viene para recibir la ayuda para poder pagar la mensualidad del Instituto de Estudios Superiores, cuando llega vestido de joven comercial, con su maletín, con toda su dignidad, no puedo más que mirarlo y sentirme orgulloso. Y él lo sabe.
Nadie sufrirá lo que he sufrido yo. Y en su corazón ya no hay herida alguna. Sólo queda el agradecimiento de un joven que sabe que ha triunfado. Y esta Pascua, cuando le hablen del resucitado, él la entenderá como nadie la ha podido entender. Porque él también estaba muerto, pero ha vuelto a la vida.
Del infierno al éxito: La resurrección de la dignidad de un africano
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