Cómo luchar contra los enemigos del amor: son muchos y hay que estar atento
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De todas las relaciones fuertes no existe ninguna más frágil que la relación de esposos. Son muchos los enemigos que aparecen de cuando en cuando para intentar horadar la fuerza de la entrega que un día prometieron delante de Dios a modo de alianza perpetua e indestructible. El sueño que construyeron con el enamoramiento, las promesas que en el fragor de los sentidos se repitieron una y otra vez de “ir contigo hasta el infierno” o “bajar la luna y ponerla bajo tus pies” muchas veces pierden sentido y se escuchan hasta ridículas cuando intentan volverlas a repetir pero se han dado cuenta que ya no existen las mismas razones, motivaciones, afectos y pasiones que antes les hacían decir todo lo que brotaba de un corazón enajenado.
Ahora viene la convivencia, la realidad aplastante de aceptar realmente al otro tal y como es, pero ya no solo desde la distancia y del encuentro ocasional en la época del noviazgo sino bajo el peso de un mismo techo que hace a veces imposible ser soporte de alguien que puede resultar más incómodo de lo que en un primer momento se pensó.
Ahí es donde empiezan a aparecen los amigos, los fines de semana fuera de casa, el descanso de la familia y no con la familia, la cotidianidad avasallada muchas veces por una frágil economía, los anhelos que dejaron estancados por el beneficio y en pro de la relación pero que reaparecen exigiendo la satisfacción de todo su deseo de plenitud, los hijos que “roban” tiempo a la madre y que ya no presta como debería la misma atención a su cónyuge, las aventuras que hagan sentir que la vida continúa, que aun se respira, que permanecen las fuerzas para parecer galanes o divas capaces de conquistar el mundo y corazones distintos de aquel con quien un día decidimos unir la vida.
No es fácil vivir para el otro, ni donarse completamente sin sentir que hay una especie de mutilación de sí mismo, como si hubiera aparecido la castración y aniquilación de las esperanzas individuales para fundirlas en las comunes.
Es que es necesario saber que el amor de esposos requiere de un enorme proceso de cuidado, de la experiencia de los hortelanos que conocen los tiempos perfectos para sembrar para que la cosecha produzca el mejor de los frutos; porque el amor es como una planta de semi-sombra. La exposición permanente al sol terminará abrasándola porque ahogarán, acapararán, manipularán, absorberán, cuidando de modo extremadamente enfermizo, no dejando respirar, buscando controlar los mínimos movimientos del día y de la noche, queriendo conocer cada pensamiento por tonto que sea, que aparezca por la cabeza, porque esa exposición al sol hace que se pierda la libertad se deje de ser quien se es, que olvidemos la unicidad necesaria de quien quiere y puede amar en la libertad pues solo los libres e irrepetibles saben amar.
Pero también están los que creen que el amor es como una planta de sombra permanente, de los que creen que se cuidan solas, que no se debe exponer al viento ni al sol, que sólo sirve para engalanar la casa y ser objeto de admiración de quienes viven dentro de ella, de los que piensan que ya no son necesarias las palabras de amor, la ternura, el calor del afecto, de quienes por malos cultivadores se imaginan que un árbol que está destinado a crecer hasta las nubes puede volverse un bonsái, condenado al enanismo intencional, sólo porque se ve mucho más bello y aparentemente de menor responsabilidad.
Tanto el sol extremo como la sombra permanente mata el amor, mata el afecto, llevan a la tumba la relación. Un verdadero amante conoce que el amor es una planta de semi sombra, que diariamente debe ser puesta a los más tenues y beneficiosos rayos del sol, pero que debe ser protegida de la canícula meridiana, esa que hará desaparecer en minutos la humedad del afecto.
El amor necesita espacios de libertad y de identidad, de proyecto personal y de vida social, pero además requiere de uno común que no es otra cosa que el proyecto de familia, de saber morir en ocasiones a caprichos personales por el bienestar de la comunidad, de salidas juntos, de espacios de intimidad en el que ni siquiera los hijos estén presentes, para que sea sólo el momento de los esposos.
No se puede esperar que fructifique una relación cuando ante la primera cosecha (el primer hijo) los esposos se vuelcan sobre él y olvidan de modo peligroso el “lugar” y el motivo por el que provino. No pueden amar a los hijos en detrimento del amor mutuo; ahora lo que tienen que retener es que deben amarlos a ellos sin dejarse de amar entre ellos. Es que hasta la presencia de un hijo – espero que esto no me lo malinterprete – puede dar al traste con una relación de pareja cuando estos ponen bajo la sombra lo que necesita ser sacado frecuentemente a los vitaminosos rayos del sol.
Amar a los hijos sin dejar de amar al cónyuge, esa es tarea que requiere de adiestramiento. Si descuida su pareja no se extrañe que algún día tenga que llamarle su “ex”.