La Iglesia como un hospital de campaña en medio de un campo de batalla
La creación, este sábado, de un nuevo grupo de cardenales por parte del Papa Francisco, constituye una buena noticia porque con ello el Papa refuerza el Colegio Cardenalicio, lo rejuvenece un poco, y lo universaliza aún más, siguiendo el criterio de sus antecesores desde el Concilio Vaticano II, por el que el Colegio va alcanzando un mayor equilibrio en la representatividad de los cinco continentes de la catolicidad, es decir universalidad, de la Iglesia.
Al Papa Francisco no le gusta nada que a los cardenales se les llame Príncipes de la Iglesia, y mucho menos que se lo crean. Con similar connotación peyorativa se les conoce como purpurados, aunque este término explica la más auténtica misión de un cardenal: el título (independiente del ministerio episcopal, sacerdotal o laical) de mártir, por el que el colaborador del sucesor de Pedro está dispuesto a derramar su sangre por la fe.
Estos días está en España monseñor Enrique Figaredo (Kike para todo el mundo) que no es Cardenal ni falta que le hace, pero que todos los viernes, en la Prelatura de Camboya que la Iglesia le encomendó hace casi treinta años, como todos los miembros de la Casa de atención de niños mutilados por las bombas anti-persona, se pone una camiseta roja (purpurada) para recordarse mutuamente que, como refleja también el pectoral mutilado de su obispo, Cristo ha hecho suyos todos los sufrimientos de la humanidad.
No sabemos si cuando el Papa Francisco definió la Iglesia como un hospital de campaña en medio de un campo de batalla que es este mundo, pensó en su amigo jesuita Kike Figaredo, pero basta concretizar campo de batalla en campo de minas, para identificar la prelatura que le fue encomendada en la que, por cierto, se ha duplicado el número de los católicos, minoría en medio de una población mayoritariamente budista, en la que la conversión al cristianismo es culturalmente casi imposible. Y en la que hasta ahora la Iglesia ha derramado sólo caridad y sangre. La caridad de obras como las de Kike Figaredo, expresión de la ternura de Dios, y la sangre del obispo al que sucedió y de todos sus sacerdotes, mártires de la dictadura de Pol Pot.
Dice un proverbio indio que todo sueño lleva a un camino. El sueño de Kike Figaredo se abrió camino en la selva camboyana con una presencia eclesial maravillosa, y el del Papa Francisco, también en este consistorio, es el de una Iglesia cuyo camino es el mismo que el emprendido por Kike Figaredo.