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A un año de la renuncia de Benedicto XVI

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Jorge Traslosheros - publicado el 11/02/14
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La frescura del Papa Francisco sería inexplicable sin el poderoso magisterio de su antecesor.Durante el viaje pastoral de Benedicto XVI a Jordania y Tierra Santa, los periodistas interrogaron al presidente de Israel Shimon Péres sobre la figura del Papa Ratzinger. De hecho se quejaban, pues no encontraban elementos periodísticos notables qué reportar. Querían la nota 24/7 que hoy domina en los medios. Entonces, Péres explicó que este Papa no era para la prensa, sino para los libros de historia. Cuánta razón tenía el presidente de Israel.

Por mi parte soy historiador y, desde el lugar donde yo observo las cosas, podemos decir que Benedicto XVI es ya uno de los hombres y uno de los papas más importantes en la historia de la Iglesia. Su vida está vinculada al Concilio Vaticano II y, de hecho, es el último sobreviviente de entre sus grandes protagonistas. Sin Ratzinger el Concilio simplemente no se comprende. Fue uno de sus más profundos teólogos y estuvo en el corazón de sus grandes documentos.

En su última alocución como Papa, ante el clero de Roma, platicó la anécdota de cómo Juan XXIII, ante la ofensiva del cardenal Frigs y su joven teólogo para dar frescura y fuerza a las deliberaciones conciliares, les hizo llamar. Su temor era que los regresara a Alemania o, por lo menos, que los reprendiera con fuerza. Sucedió exactamente lo contrario. Los felicitó e invitó a redoblar esfuerzos. Creo que eso marcó la vida de Ratzinger en los años por venir.

No sólo fue una inteligencia notable del Concilio. Después empezó la explicación del Sínodo como teólogo y su aplicación como arzobispo. Lo defendió, desarrollo y articuló lo mejor de la teología conciliar como Prefecto de la Doctrina de la Fe. Después como Papa, dio la última gran batalla por el Concilio, ya no contra quienes le interpretaban o tergiversaban muy a su manera y sin comunión eclesial, sino contra quienes por mezquindades pretendían diluirlo entre los telones palaciegos con tal de salvar muy cuestionables intereses.

Hizo algo más grande. Lo defendió contra los pecados mismos de quienes formamos la Iglesia y, de manera especial, de los sacerdotes y obispos, es decir, dio la gran batalla contra la peste de la pederastia. Pero sobre todo, como teólogo y como Papa, lo propuso a la Iglesia y al mundo, articulando el diálogo entre la fe y la razón en el mundo de hoy, que ese es el corazón del Concilio Vaticano II.

Es decir, como Papa pudo mantener firme el timón de la barca de Pedro en momentos en que el naufragio parecía inminente, porque se confió sin más a Jesús y, al hacerlo, nos confirmó en la fe que es la más alta responsabilidad de un Papa. Muchos no se lo perdonan y por eso le atacan.  Es problema de ellos…

Entregó lo mejor de sí mismo hasta el último aliento de sus fuerzas, sin descanso, como un hombre de profunda oración y de mirada histórica. Llegado el momento, con enorme humildad, una vez más abandonado a los brazos de Jesús, renunció por amor a la Iglesia.

Una jugada maestra si se quiere ver así, pues simplemente salvó con ello la gran reforma de la Iglesia. Sabedor que sus fuerzas físicas le abandonaban, se hizo a un lado para que un pastor más fuerte tomara su lugar. Ahora lo vemos bien, sin su amor a Cristo que él siempre ha entendido como amor también a la Iglesia, en la Iglesia y con la Iglesia, las reformas nunca hubieran cuajado, porque Francisco nunca hubiera sido electo.

La renuncia de Benedicto XVI, en términos históricos, por la forma en que se presentó, por su sencillez, humildad y absoluta libertad, es un caso único en la historia de la Iglesia. Benedicto es el Papa del tercer milenio, si se me permite esta expresión. Con su renuncia rubrica una vida de servicio activo y ahora nos acompaña con su inteligencia y oración. Como ha dicho el Papa Francisco, es como tener al abuelo en casa. 

Hay un dato que solemos pasar por alto. La teología de Ratzinger es una de las cumbres del pensamiento católico no sólo en nuestro tiempo, sino en la historia. Su fuerza es tremenda pues es una de las cimas de la revolución teológica del último siglo como es la teología centrada en la persona. De Newman a Ratzinger se cumple un ciclo muy brillante que está en el corazón del Concilio Vaticano II.

Pues bien, al ser nombrado Papa, en sus documentos que son la síntesis acabada de su teología, su pensamiento ha pasado a ser magisterio pontificio. La frescura del Papa Francisco sería inexplicable sin el poderoso magisterio de su antecesor. Es como si este gran teólogo hiciera mancuerna con este gran pastor y místico. Benedicto XVI con Francisco. Es un gozo verlos convivir y tenerlos juntos. Somos una generación en verdad afortunada.

Lo veo muy claro como hombre de Iglesia que soy, un laico del común. La sucesión ha sido una jugada maestra del Espíritu Santo. Si Benedicto es el hombre del Concilio, Francisco es el primer Papa real y plenamente conciliar. Moisés fue dócil a Dios y condujo a su pueblo a la Tierra Prometida; pero él nunca entró en ella. Se le dio verla desde lo alto de la montaña, pero nunca la pisó. Así sucede con los grandes reformadores. Ellos nunca ven el resultado de sus esfuerzos; pero sin ellos la transformación no es posible.

La presencia de Francisco es el mejor regalo para la vida de Benedicto XVI. Francisco, en humilde pastor que guía al pueblo delante, en medio y atrás, como él mismo lo ha dicho. Nadie en la Iglesia debe estar más feliz con la elección de Francisco que el mismo Ratzinger. Como a Moisés, Dios le ha concedido contemplar a su pueblo entrar en una nueva etapa de su historia.

Los católicos latinoamericanos todavía no nos hemos dado cuenta de lo que esto ha significado para la Iglesia del continente. El proceso de recepción del Concilio Vaticano II fue muy difícil en América y en Europa. En el viejo continente sigue sin cuajar realmente y en ello se encuentra la explicación de su falta de vigor. No se atreven a dejar un pasado ni se atreven a vivir la aventura del futuro.

Fue en América Latina donde se dieron las más importantes iniciativas posconciliares. Salimos a la calle y nos accidentamos, como dice Francisco, pero aprendimos en medio de las dificultades. Si tomamos como eje de esta historia las reuniones del CELAM, el panorama nos queda más claro. De Medellín (1968) a Aparecida (2007) hay un largo camino recorrido. Aparecida es ya la serena y profunda recepción del Concilio con toda la originalidad de nuestra Iglesia.

No es casualidad que de este continente surgiera un hombre como Jorge Mario Bergoglio quien fue, junto con el arzobispo Carlos Aguiar de México y el cardenal Errázuriz de Chile, la inteligencia que permitió dar cabida a la riqueza y diversidad dentro de la unidad de la Iglesia. No es accidente ni coincidencia. Es, como decimos en México, ¡una auténtica “diosidencia”!

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