No tenemos derecho a saberlo todo de todos ni necesidad de exponer nuestra vida sin tapujosHoy tendemos a querer saberlo todo sobre todo el mundo. Nos gustan mucho los cotilleos, y la vida de los demás, expuesta en un escaparate, nos fascina.
Estamos convencidos de que la verdad tiene que salir a la luz y nos creemos con derecho a conocerla. Nada puede quedar oculto a los ojos de los hombres aunque sabemos que sólo Dios puede acceder a lo más hondo del corazón humano.
Preguntamos, exigimos respuestas, buscamos verdades. Es razonable que busquemos la verdad cuando vemos a nuestro alrededor tanta corrupción y tanta mentira. Estafas, afán de poseer, abusos, engaños. Queremos saber la verdad más auténtica, queremos que haya justicia. Es lógico.
El amor de Dios nos lleva a querer que la verdad sea norma de vida y la trasparencia marque nuestro camino. Queremos que reine la justicia. No nos gustan las mentiras ni las medias verdades. Creemos en la honestidad y en la fidelidad al propio camino. Creemos en la verdad porque creemos en los santos, que vivieron la verdad de Cristo en sus vidas.
El problema de querer saber la verdad de todo lo que sucede a nuestro alrededor es que a veces podemos llegar a la exageración. Queremos saberlo todo de todo el mundo y nosotros, por nuestra parte, publicamos nuestra intimidad sin tapujos en las redes sociales.
Nuestro afán de saber la verdad y de exponerla puede ser bueno cuando es bueno el fin que persigue. Pero no siempre es así. Como decía el Papa Francisco: «Cuando realmente se busca la verdad es para hacer el bien. No se busca la verdad para dividir, enfrentar, agredir, descalificar, desintegrar».
¿Cuál es nuestra motivación cuando buscamos saber la verdad de los demás, su verdad más íntima? ¿No es cierto que a veces somos poco pudorosos a la hora de exponer nuestra vida en público? No siempre queremos saber para hacer el bien. Queremos saberlo todo para poder juzgar y, muchas veces, condenar.
Hoy nos preguntamos si nuestro afán por vivir en la luz quiere amar a los demás en su verdad más honda. ¿Qué vemos cuando miramos? ¿Juzgamos la realidad desde nuestro propio criterio? ¿Juzgamos y condenamos al que ha pecado por su pecado?
No tenemos derecho a conocer la verdad de los hombres. No tenemos necesidad de exponer nuestra vida sin tapujos. No tenemos derecho a exigir que nos cuenten todo aquellas personas a las que amamos. No, no podemos. El respeto, la admiración, el pudor, la gratitud, son actitudes fundamentales al enfrentarnos con la vida de los demás. Es el jardín sagrado que Cristo quiere que contemplemos con admiración.
La intimidad, jardín sagrado
Khamidulin Sergey
Carlos Padilla Esteban - publicado el 03/02/14
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