Tuvo la suerte de encontrar alguien en el camino que le hizo recapacitar
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Damos un salto a otro continente. De labios de un gran sacerdote de nuestra época, santo, oí contar este suceso: en un país sudamericano, de madrugada, un camionista que inicia su viaje de trabajo, después de atravesar un pequeño pueblo se encuentra con un autostopista y se detiene para recogerlo.
El pasajero, mientras sube al camión pregunta “¿va usted sólo?”, el camionista, como dudando, responde “bueno pues si, voy solo” Se hace un breve silencio y el pasajero pregunta “¿y por qué dudó usted al decirme que va sólo?”, a lo que responde el camionista, que se ve que era un buen católico: “Pues mire, yo nunca voy sólo, siempre voy con Dios”.
Ante esta respuesta el pasajero se queda reflexionando y responde: “¡pare, pare!, por favor, que voy a bajarme y regresar, que soy el cura del pueblo que me escapaba”
Me alegra comprobar como Dios emplea los caminos más inesperados cuando quiere intervenir. La casualidad, coincidencia o el destino son palabras que empleamos cuando no somos conscientes de que Dios tiene un propósito con cada cosa que nos sucede o deja de sucedernos. ¿Quién iba a decirle a ese pobre cura que se escapaba de la parroquia de su pueblo que un camionista le haría reaccionar?
Traté de imaginarme que le podría ocurrir a ese cura para abandonar. Pensé que la grandeza de la vocación sacerdotal va acompañada, como en todo lo humano, de la dureza y crudeza de la vida; pensé en la soledad que uno supone al sacerdote y, más en concreto, al que está en un pequeño pueblo; supuse que la Iglesia, a través del cabeza de la Diócesis, el Obispo, tiene en cuenta la situación particular de cada uno de sus sacerdotes y busca la manera de hacerle su oficio, su servicio, más humano, más llevadero; supuse que los sacerdotes, de alguna manera, se organizan para vivir la fraternidad entre ellos, de manera que no sientan la soledad.
La soledad del sacerdote no proviene del celibato, como algunos piensan. El cura, con mayor motivo que un camionista, siempre se siente cercano a Dios, que le llena el corazón de un afecto distinto pero, mucho más grandioso que el de una esposa. Indudablemente el ser humano es sociable y, por ello, el sacerdote necesita estar acompañado de sus parientes, amigos y, sobre todo, otros sacerdotes que lo arropen en determinados momentos de cada día y de la vida. Supongo que importante puede ser el papel de la madre de cada sacerdote.
Me viene a la memoria aquel sacerdote que yo conocí de cerca cuando ya era mayor y tenía verdaderamente un carácter de viejo cascarrabias; desde su juventud había sido un hombre con empuje y carácter fuerte que le llevó a emprender muchas iniciativas, entre ellas crear y dirigir un Colegio en un barrio necesitado. Ya, en su vejez, no se que atenciones le daban sus superiores pero, desde luego, su salud exigía tener cerca un enfermero o enfermera que cuidase sus achaques; tenía desde siempre un asistente, más bien un guardaespaldas, con el mérito de ser el único capaz de soportar su carácter fuerte pero, con el interés de apropiarse de las propiedades del buen cura, lo que fue logrando poco a poco.
Frutos del celibato
Hablando del celibato, me ha venido a la memoria la predicación de un sacerdote en Cartagena, en Colombia, la ciudad para mi representativa de la cultura caribeña. El sacerdote, sin embargo, era de la vecina Venezuela, hombre veterano, con experiencia y con una simpatía especial para comunicar. Nos explicaba que es entre las mujeres y hombres célibes por amor a Dios, donde se encuentran las personas más ejemplares en valores como la generosidad, valentía, alegría, magnanimidad y, con mayor capacidad de ideales.
Nos decía, con una gracia que nos hacía reír, que el celibato por amor a Dios no es aburrido, que actualmente hay mayor fidelidad al celibato que al matrimonio, que hay más casos de pederastia, violaciones y homosexualidad fuera del celibato. Que no es verdad que el celibato deforme a las personas, sino que las ennoblece; que el celibato no genera personas desequilibradas afectiva y sicológicamente sino, todo lo contrario, personas maduras y ecuánimes.
Finalmente nos reímos a gusto cuando nos dijo que era consciente de que se estaba dirigiendo a un público cuya cultura era la del macho verraco y la hembra reproductora y, por tanto, la cultura peor dotada para comprender los valores incalculables del celibato, la castidad y la pureza.
Mañana publicaremos: sacerdotes bien dentro de la vida real