En Alemania ha explotado un caso que – por efecto y alcance – puede ser comparado a situaciones análogas de uso indebido de fondos de financiación pública por parte de algunos partidos en cualquier país del mundo. La diferencia es que en este caso, el abuso afecta directamente a la Iglesia católica e indirectamente al mecanismo de financiación de que gozan las confesiones en Alemania.
El escándalo lo ha suscitado los gastos que el obispo de Limburg, monseñor Franz-Peter Tebarz-van Elst, autorizó para la reconstrucción de su residencia oficial: la diócesis desembolsó 31 millones de euros, incluyendo – la prensa alemana lo ha subrayado varias veces –15.000 euros para una bañera. Es evidente que la cifra es de por sí alta, muy alta, probablemente desproporcionada y que chirría con la invitación a la sobriedad y a la pobreza que el Papa Francisco lleva adelante desde el inicio de su pontificado (Konradsblatt-online.de , 16 octubre).
Hay que señalar que hoy el Papa Francisco ha apartado fulminantemente al obispo de la diócesis hasta mayo de 2014, para que estas acusaciones puedan ser investigadas.
El escándalo, por tanto, proviene de lo que parece un despilfarro, pero para comprender bien la cuestión, es bueno entender cómo funciona la financiación de las iglesias en Alemania. En el país de Kant y Goethe existe un impuesto específico que financia directamente a las iglesias católicas y protestantes (y no solo éstas, naturalmente) de modo muy generoso, a cargo del contribuyente en el orden del 8-9% (según el Land), y es automática, es decir, a menos que haya una petición de exclusión de esta tasa añadida, todos los bautizados están obligados a pagarla. Quien no la paga es excluido de los sacramentos y de gran parte del asociacionismo católico. Ya durante la explosión del escándalo sobre la pedofilia muchos alemanes se sintieron traicionados por la actitud mantenida por la jerarquía e hicieron (por miles) un paso atrás (Vino Nuovo, 29 septiembre 2012).
En 2012, los católicos versaron 5.120 millones de euros a su Iglesia. Un poco más que los protestantes (4.630 millones). En este país en que las Iglesias gestionan innumerables servicios sociales (guarderías, escuelas, hospitales, residencias…) hasta el punto de ser el segundo dador de trabajo después del Estado, muchos fieles se preguntan, con ocasión de este escándalo, si su dinero es bien utilizado. Ahora el debate en la opinión pública católica ha vuelto a abrirse: ¿para qué pago este impuesto? ¿Para Caritas, los seminarios, los asilos y las escuelas católicas, po para permitir a los obispos tener un BMW y bañarse en bañeras ultramodernas? (Le Monde, 20 octubre)
A todo esto se añade la defensa a capa y espada que el arzobispo Gerhard Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha realizado inmediatamente del hermano “manirroto”, atacando a la prensa y acusándola de decir falsedades, pero como señala The Tablet (19 octubre), eran las mismas acusaciones que hace años se hacían a los periódicos que hablaban de los casos de pedofilia. Pueden ser exageradas o instrumentalizadas, pero se basan a menudo en casos reales y documentados como – por desgracia – la historia reciente ha confirmado. Queda la esperanza de que esto no provoque otra vez ese clima, frente a un nuevo pecado de la Iglesia.