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“Hacer el amor”, mucho más que ir a la cama

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Por tu matrimonio - publicado el 11/10/13
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Se trata de desarrollar en todos los aspectos de la comunicación y convivencia las posibilidades de entrega e intimidad

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La característica esencial del amor matrimonial es su condición de entrega total de la vida, con el propósito de constituir una comunidad de personas que se dan mutua seguridad, placer, compañía, consuelo y apoyo.
 
Por eso el tipo de intimidad que esta entrega establece incluye la donación libre y gozosa de nuestros cuerpos a través de la intimidad sexual, pero no se  limita sólo a ella.
 
Es más, el grado de complementariedad y beneficios de la sexualidad tiene que ver con el grado de intimidad que la pareja ha alcanzado en los diferentes aspectos de su vida. Esto es, con el grado de comunicación, de confianza, de respeto, de trato delicado y con la solidaridad y mutuo apoyo en su convivencia diaria.
 
Se puede por eso decir que, a excepción de las limitaciones que a veces una enfermedad o una disfunción biológica pueda traer a la vida sexual, la gran mayoría de los problemas que afrontan las parejas en la cama, tiene que ver con su intimidad o trato en la vida diaria.
 
Así por ejemplo, es muy difícil que la esposa se sienta atraída y dispuesta a dar todo de sí en la noche, a un esposo que durante el día no ha hecho más que criticarla u ofenderla, o que la vio cansada y no le dio una mano en las tareas de la casa.
 
Para mejorar el nivel de intimidad, una pareja debe por eso tener en cuenta, al menos  lo siguiente:
 
La intimidad supone aceptación: Aceptamos a nuestro cónyuge cuando le hacemos sentir que, aún sabiendo sus defectos y limitaciones, tanto de carácter como físicos,  ella o él, es la persona más importante en nuestras vidas y que por eso, puede contar siempre con nosotros.
 
Esto lo demostramos a través de la atención con la cual escuchamos, a través de las palabras de consuelo que le damos, a través del interés y preocupación que manifestamos por saber cómo se siente la otra persona, y por la forma como, aún cuando manifestamos nuestros desacuerdos, lo hacemos sin juzgar las intenciones del otro.
 
La intimidad supone confianza: la confianza no es algo que se pueda exigir sino una realidad que nace espontáneamente entre dos que se sienten aceptados. Pero la confianza se puede cultivar.
 
Para ello, es preciso partir de un acto de fe fundamental: creer que en ningún momento el otro tiene la intención explícita de ofendernos o hacernos daño.
 
Esta actitud de confianza en las buenas intenciones del otro y en su bondad fundamental es decisiva para que se de un diálogo abierto entre las parejas, tanto a nivel de las diferencias de opinión o modos de actuar, como sobre las preferencias que tenemos a nivel íntimo.
La falta de confianza puede en cambio obstaculizar todos los niveles de comunicación tanto emocionales como corporales.
 
Conozco por ejemplo parejas que se sienten muy incómodas en la intimidad porque su cónyuge tiene mal aliento y tiene pena de decírselo. Esto la ha llevado a desarrollar un gran desgano y fastidio por la sexualidad y su esposo no sabe lo que pasa y piensa que ya no lo quieren.

 
Gracias a la confianza las parejas deben poder decirse qué caricia les agrada más y cuál en cambio no les agrada o les satisface. En pocas palabras, la confianza crea la complicidad y amistad que se requiere entre dos buenos amantes y que los hace compañeros para siempre.

 
Esa confianza debe poder dar igualmente a la pareja la libertad tanto de poder sugerir tener una relación como poder negarse a ella porque no se siente con ganas de hacerlo, sin que esto lleve al otro a pensar que lo están rechazando o que no lo aman.
 
Y cuando, con el paso de los años, la intimidad sexual no sea la que prime, la confianza puede mantener en la pareja el grado de unidad gracias al cual se experimenta que no hay secretos entre los dos; que con el cónyuge se pueden abordar aun los temas más difíciles como sentimientos respecto de la relación con su familia, o los problemas de trabajo, incluso nuestros dilemas de conciencia.
 
La intimidad supone la ternura. La ternura se compone de gestos o palabras
generosas con las cuales una persona acaricia no sólo el cuerpo sino también el alma de la otra persona.
 
Es decir, son esas miradas de admiración, esa guiñada de ojo que le levanta el ánimo a nuestro cónyuge; son las flores con las cuales queremos decirle a alguien: “Hoy pensé especialmente en ti”; es el abrazo de consuelo o de compañía con que recibimos a nuestra pareja después de un día de trabajo.
 
Pueden ser también los “piropos” o frases de halago que, aunque pase el tiempo y el espejo  deje ver el deterioro, hagan sentir a nuestra pareja que la seguimos admirando y amando.
 
En fin, el poder de la ternura es tal, que podemos decir que es el mayor y mejor afrodisíaco, no sólo porque motiva a las caricias, sino porque mantiene a la pareja enamorados.
 
Por todo esto es claro que “hacer el amor” es mucho más que ir a la cama. Es desarrollar en todos los aspectos de la comunicación y convivencia las posibilidades de entrega e intimidad de las cuales Dios nos ha hecho capaces, y que con su gracia podemos siempre mejorar.
 
 
Más sobre este tema se puede ver en: Alba Liliana Jaramillo, Las soluciones que buscas/ en lo sexual. Lecturas que pueden ayudar: Zig Ziglar , Cómo hacer que el romance no muera con el matrimonio. Ed. Norma, 1991; Hendrix Harville Amigos y amantes: la relación de pareja ideal. Editorial Norma 1991.

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