Un análisis de cómo el país perdió su clase media, y de a quién beneficia esto
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El número 2395 de la revista argentina “Criterio”, trae como nota de tapa un estudio detallado sobre la pobreza que asola ese país desde hace largo tiempo, en una crisis que parece interminable
Firmado por Luis Alberto Romero, el texto se ocupa de revisar las condiciones del desempleo en Argentina y lo que el autor llama “la ausencia del Estado” en la solución de un problema profundo que aparece a principios de la década de los setenta del siglo pasado.
Muchos prefieren mantener la pobreza
“La pobreza es una lacra que nos interpela. Un tercio de nuestros compatriotas vive por debajo de esa línea, y una parte de ellos son indigentes”, explica Romero en su texto en “Criterio” del 6 de agosto de 2013.
La pobreza es –para el autor—un serio desafío pues a partir de ella se generan problemas como el tráfico y el consumo de drogas o la manipulación del “Además, para muchos la pobreza social no es una calamidad sino la ocasión de importantes beneficios, y lejos de tratar de reducirla, prefieren mantenerla”.
Para Romero, la pobreza en Argentina es un fenómeno relativamente nuevo. Comenzó, quizá, hace uno cuarenta años, al iniciar la década de los setentas. “Hasta entonces –explica el autor– la sociedad se había caracterizado por su homogeneidad y relativa integración, por la ausencia de fracturas profundas y por una sostenida movilidad ascendente”.
Hay que recordar que Argentina había asumido de manera muy importante a los inmigrantes europeos a fines del siglo XIX y a los provenientes de los países limítrofes, desde mediados del siglo XX, así como a los migrantes internos desde 1930.
“En aquel país hubo empleo para casi todos, así como oportunidades para mejorar y ascender, con seguridad concretadas en los hijos o en los nietos. El sistema educativo y el de salud –dos grandes creaciones de un Estado potente– fueron instrumento principal para esa integración, al igual que las políticas sociales de la segunda posguerra”, apunta en su trabajo Romero.
Estado achatado y jibarizado
Desde luego que entonces no faltaban los conflictos; sin embargo, para el autor del texto el Estado argentino comenzó su larga crisis cuando distintos grupos de poder lo presionaron “para arrancarle franquicias y subsidios”.
“Precisamente en el Estado comenzó la larga crisis en que vivimos. Sobrecargado de demandas al comienzo de los años setenta, fue objeto de una sistemática jibarización, que inició la dictadura militar, y que se prolonga hasta hoy”, apunta Romero.
En un párrafo decisivo de su texto, el autor explica que desde 1976, el Estado argentino se fue achatando y se modificó el perfil social. “La reducción de subsidios y la apertura económica desencadenaron el desempleo industrial, inicialmente compensado con la obra pública. En los noventa se agregó la privatización de empresas estatales, que agregó otra masa de desocupados”.
Como buen intérprete de las teorías liberales propagadas por los países desarrollados (y que son los primeros en no llevarla a cabo), “experimentó alternativamente breves períodos de euforia y duras crisis, como en 1989 y 2001, que fueron dejando un tendal adicional de gente empobrecida o quebrada”, según explica Romero.
“La antigua sociedad integrada y móvil se escindió. Hubo ganadores –no pocos– y perdedores. A los primeros se los vio en los countries y en los shoppings, y disfrutaron servicios privados de educación, salud y seguridad. Los segundos fueron sumándose al mundo de los pobres”.
Apagar incendios sin establecer políticas universales
Más adelante, Romero cita a la socióloga María del Carmen Feijóo quien trazó hacia 2000 un cuadro del complejo mundo de los pobres en el Gran Buenos Aires. En este cuadro, donde había grandes fábricas o pequeños talleres aparecieron los hipermercados y los quioscos.
“Quienes se quedaron sin vivienda ocuparon tierras fiscales, con frecuencia inhabitables, donde instalaron nuevos asentamientos. Quienes cobraron buenos despidos encontraron en el taxi o en el quiosco una alternativa transitoria. Trabajadores desocupados y nuevos migrantes se mezclaron con talleristas o pequeños comerciantes arruinados, así como empleados, docentes o profesionales. La deserción del Estado completó el panorama de desolación. Acosado por un déficit insoluble, redujo las jubilaciones, desatendió sus hospitales, utilizó sus escuelas para dar de comer, y toleró las prácticas corruptas de sus fuerzas de seguridad”, explica, largamente, Romero estudiando a Feijóo.
Viene luego una larga explicación de cómo la soja (soya) alivió un poco la economía a partir de 2003, sin embargo la informalidad y los subsidios focalizados dieron al traste con el equilibrio en Argentina. “El Estado podía apagar incendios pero era incapaz de restablecer las políticas universales”, escribe Romero.
La pobreza ha dibujado una nueva sociedad en la que los viejos valores tradicionales han mutado: para muchos jóvenes argentinos, simplemente “la educación o el trabajo estable han dejado de tener sentido”.
“Los pocos que lograron salir de ese mundo no lo hicieron estudiando sino por otras vías, como el fútbol”, dice Romero, quien agrega que los pobres están siendo usados como una pieza fundamental de la política por lo que, por ese camino, “los recursos del Estado con los que el gobierno hace política se transforman en los votos necesarios para su legitimación”.
Una batalla muy dura
Finalmente, el articulista de “Criterio” se pregunta: “¿Qué hacer con los pobres? ¿Cómo reabsorber este mundo de la pobreza y recuperar la sociedad integrada que supimos tener?”
“La tarea implicará una batalla, seguramente muy dura, contra todos los que viven de los pobres. Y sin embargo, es la gran tarea de cualquier gobierno que, desde 2015, se proponga volver a una Argentina normal”, subraya Romero, quien piensa que modificar la actual situación “requiere la concentración de recursos estatales y la organización de todo lo que pueda aportar la sociedad a través de sus organizaciones voluntarias”.
Y no nada más es, termina diciendo Romero, también “requiere restablecer las políticas universales, robustecer la ley y asegurar el empleo. Requiere, sobre todo, reconstruir la organización estatal, que es la herramienta con que los gobiernos operan y con la que la sociedad establece y desarrolla emprendimientos de largo aliento”.
“No es fácil, pero como suele decirse, las cosas fáciles ya están hechas”, concluye el artículo.