La droga sumerge México y América Central en una espiral de violencia y muerte
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El Reporte Mundial sobre Drogas 2013, presentado por la Organización de las Naciones Unidas demuestra que México se ha convertido en el segundo país con mayor producción de opio y heroína en el mundo, solamente detrás de Afganistán.
Junto con Afganistán, también, México es el segundo productor mundial de marihuana, solamente superados por Marruecos. Tanto México como Afganistán, sin embargo, son los países con mayor superficie destinada a la siembra de marihuana: 12 mil hectáreas cada uno.
Si bien México ocupa esos niveles, en el consumo interno nada puede hacer contra gigantes del consumo de drogas como Estados Unidos. En México dos por ciento de la población de entre 15 y 64 años ha consumidos drogas ilícitas, principalmente marihuana.
También es cierto que el país azteca es el que más ha incautado metanfetaminas en todo el mundo, empero en los últimos años ha aumentado el suministro de las principales drogas que se consumen a nivel mundial, sobre todo cocaína.
Criminalidad en América Central
El informe de la ONU señala que la guerra contra el narcotráfico emprendida en México durante el sexenio pasado, el que encabezaba Felipe Calderón Hinojosa, motivó que en América Central el flujo de cocaína haya aumentado.
Como un efecto colateral de una guerra del gobierno federal y el ejército mexicano contra los cárteles de la droga que dejó cerca de 60 mil víctimas, en Centroamérica aumentó el trasiego de cocaína.
Con el dinero que la cocaína trae consigo, se ha desatado en el centro del continente una actividad criminal inusitada, que ha puesto al borde de la ingobernabilidad a países como Honduras y Guatemala, por la inseguridad de sus ciudades y del campo.
Estos grupos criminales, que se disputan el territorio y el tránsito de drogas hacia el Norte y hacia Europa, según el Informe de la ONU, están controlados por “capos” mexicanos, el principal de ellos, Joaquín Guzmán Loera, alias “el Chapo Guzmán”.
En el Documento de Aparecida, los obispos de América Latina y El Caribe dejaron muy en claro que este es un problema multifactorial que reclama una solución integral.
“La Iglesia no puede permanecer indiferente ante este flagelo que está destruyendo a la humanidad, especialmente a las nuevas generaciones. Su labor se dirige especialmente en tres direcciones: prevención, acompañamiento y sostén de las políticas gubernamentales para reprimir esta pandemia. En la prevención, insiste en la educación en los valores que deben conducir a las nuevas generaciones, especialmente el valor de la vida y del amor, la propia responsabilidad y la dignidad humana de los hijos de Dios”.
Religiosidad: un factor de prevención
Más adelante, los obispos insistieron en que “en el acompañamiento, la Iglesia está al lado del drogadicto para ayudarle a recuperar su dignidad y vencer esta enfermedad (y) en el apoyo a la erradicación de la droga, no deja de denunciar la criminalidad sin nombre de los narcotraficantes que comercian con tantas vidas humanas, teniendo como meta el lucro y la fuerza en sus más bajas expresiones”.
Ciertamente, la Iglesia de América, ante estas realidades, enfrenta un horizonte inédito cuya única salida, dice el Documento de Aparecida, es la propia religión, la fe: “En América Latina y El Caribe, la Iglesia debe promover una lucha frontal contra el consumo y tráfico de drogas, insistiendo en el valor de la acción preventiva y reeducativa, así como apoyando a los gobiernos y entidades civiles que trabajan en este sentido, urgiendo al Estado en su responsabilidad de combatir el narcotráfico y prevenir el uso de todo tipo de droga”.
Y concluyeron recordando que “la ciencia ha indicado la religiosidad como un factor de protección y recuperación importante para el usuario de drogas”.