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¿Por qué en los países musulmanes se persigue a los cristianos?

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María Angeles Corpas - publicado el 19/04/13
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Factores estratégicos, ignorancia religiosa, problemas históricos no resueltos, caldo de cultivo de las persecucionesLos cristianos son perseguidos hoy por las mismas razones que lo han sido desde su origen: negación de su libertad individual y comunitaria. A menudo, en esta persecución se han mezclado factores diversos. De un lado, el fanatismo religioso o las ideologías laicistas. De otro, motivaciones políticas y económicas, de carácter geoestratégico. Fenómenos que persisten a pesar de extensión mundial de los Derechos Humanos y la democratización posterior a 1945. En el Islam actual, esta discriminación obedece a ambas tendencias, desconociendo su fundamento de tolerancia hacia las minorías monoteístas.

1. Raíces del conflicto. El Islam del siglo XXI, resultado de las tensiones heredadas del pasado: imperialismo y descolonización.

Con anterioridad al mundo contemporáneo, se hacía una identificación plena entre sociedades, gobernantes y religión. Así, en el plano teórico, existía una coherencia perfecta entre comunidad política y religiosa. De esta realidad se derivaba la creación de una frontera tanto física como mental, cuyo resultado fue la imbricación de lo religioso en conflictos seculares, como las guerras de religión en la Europa del siglo XVI y potentes imágenes medievales como la noción de “cruzada” o “reconquista”.

El mundo actual está fundamentado en la recomposición de la comunidad internacional en 1945 y la Declaración de Derechos Humanos de 1948. La experiencia del totalitarismo nazi y del antisemitismo había llevado a promover la tolerancia y la libertad religiosa como valores universales indiscutibles. A pesar de ello, han sido frecuentes los ejemplos de discriminación religiosa justificados por ideologías laicistas de Estado. Singularmente en las dictaduras comunistas, como la Unión Soviética, China o Corea del Norte.

En los países islámicos, el eje dominante se relaciona con los problemas derivados de la descolonización. Entre ellos, la artificialidad de los nuevos Estados, incapaces de articular eficazmente sociedades. El deseo de reforma/resurgimiento de un Islam triunfante conlleva fuertes tensiones internas, en las que se ha ofrecido la religión como solución global a su dependencia. Las opciones más radicales dentro de este debate han fomentado una imagen culpable del “otro” occidental y cristiano, a concebir el cristianismo como una religión colonizadora, extraña a sus raíces culturales y dependiente de autoridades exógenas. Ello ha provocado diversas manifestaciones de discriminación. En el extremo, incluso el deseo de exterminio para favorecer un modelo teocrático.  

En los países occidentales también se ha simplificado un problema tan complejo. Tras la caída del muro de Berlín en 1989, parecía abrirse un periodo de prevalencia indiscutida del modelo capitalista encabezado por Estados Unidos. Una de las consecuencias del 11-S fue cuestionar la validez de estas premisas, potenciando la percepción del Islam como “el nuevo enemigo”. Noción de “choque de civilizaciones” que potenció el victimismo de los sectores radicales y oscureció la percepción de la heterogeneidad del Islam actual.

Referencias:
ÉTIENNE, B.: El islamismo radical, siglo XXI, Madrid, 1996.
CORPAS, M.A.: ¿Es el Islam intrínsecamente violento?, Aleteia.org: http://www.aleteia.org/es/religion/q&a/el-islam-es-intrinsecamente-violento-541004
HUNGTINGTON, S.: El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, Paidós, 1998.

2. De la convivencia a la frontera. Las comunidades cristianas en países islámicos: depreciación del estatus de tolerancia y objetivo del radicalismo.

El recrudecimiento de la persecución contra las comunidades cristianas ha hecho patente la debilidad de algunos Estados para articular una sociedad plural y respetuosa de los derechos de las minorías. Por el contrario, a partir de 1979, el avance de los discursos radicales ha propuesto una islamización integral, incompatible con la presencia de comunidades no musulmanas. Este planteamiento ha conducido a la discriminación de minorías cristianas, incluso las de largo arraigo. Del mismo modo, ha elevado a la categoría de “frontera” religiosa/civilizatoria a espacios geográficos como África. Una visión de lucha entre creencias monoteístas de vocación universal concebidas como “proselitismos confrontados”.

Así, diversos conflictos internacionales y civiles han sido interpretados en esta clave de lucha entre comunidades o de marginación de las minorías. Si no se respetan los derechos individuales ni la libertad religiosa, si se percibe el hecho diferencial como amenaza, entonces se corre el grave peligro de manipular la creencia para legitimar la violencia.

De otro modo, se trata de una actualización perversa de las connotaciones negativas de “cruzada” o “guerra santa”, que ocultan otros factores explicativos de raíz económica, estratégica o local. Existe una clara gradación que va desde los Estados en los que existe una cierta protección, los que las discriminan, hasta los que promueven su exterminio. Se ha citado como ejemplo de relativa tolerancia el caso de Marruecos. Un modelo en el que la herencia de los protectorados mantuvo estructuras sociales en las que la presencia no islámica era cotidiana y relativamente admitida.

El prototipo más significativo de minoría cristiana es la Iglesia Copta de Egipto. Frecuentemente se ha presentado esta realidad como argumento para desmentir la existencia del conflicto. Los coptos son representativos por ser una minoría relevante del cristianismo árabe en un país de referencia para el pensamiento islámico contemporáneo. Sin embargo, han sido objeto de violencia reiterada que dificulta su supervivencia comunitaria. Clima empeorado a raíz de la caída del régimen de Mubarak en 2011.

La desaparición de regímenes de corte laico (Irak de Sadam Hussein) o su transformación (Palestina tras Arafat) ha supuesto un revulsivo. De un lado, de carácter movilizador de las nuevas generaciones ansiosas de cambio. De otro, aprovechado para cuestionar la presencia de todo elemento ajeno a lo islámico en la vida pública, en particular lo occidental y cristiano. Ejemplo significativo de la repercusión dentro de un Estado de estos conflictos es la partición de facto de Nigeria y los episodios recurrentes de violencia. Igualmente, pueden citarse las guerras civiles sudanesas (1955-72 y 1983-2005), que condujeron a la independencia del sur de mayoría animista y cristiana. La represión de la actividad misionera y  múltiples formas de rechazo y discriminación étnico-religiosa alcanzaron cotas muy elevadas.

Tras 2001, muchos conflictos están ligados a la extensión de este radicalismo y al intento occidental de eliminarlo o, al  menos, limitar sus efectos. Por ejemplo, con la intervención militar francesa para erradicar a los grupos que controlaban el norte de Mali, ejecutores de numerosos secuestros y atentados. O en la rebelión de la República Centroafricana (2012-13) que culminó con el triunfo de la coalición Seleka y la persecución de opositores y de la mayoría cristiana tras la caída de Bangui.

Referencias:
AMIGO VALLEJO, C.: Dios clemente y misericordioso. Experiencia religiosa de cristianos y musulmanes, Ediciones Paulinas, Madrid, 1981.
DE HARO, F.: Cristianos y leones, Planeta Testimonio, 2013.
ZENIT (ed.): “Golpe en la República Centroafricana. Crónica de los misioneros salesianos”, 25-III-13: http://www.zenit.org/es/articles/golpe-en-la-republica-centroafricana-estamos-bien-pero-no-podemos-salir-de-la-mision

3. La ausencia de reciprocidad y el deterioro de la libertad religiosa.

Se argumenta que existe una creciente “ausencia de reciprocidad” en el tratamiento jurídico y en la realidad cotidiana de las minorías religiosas. Así, los musulmanes en países occidentales vienen gozando de reconocimiento y protección jurídica, derechos que, o bien no se reconocen o no se respetan en caso de las minorías cristianas en países islámicos. Una disimetría que parte de concepciones distintas sobre el tratamiento oficial del hecho religioso. En una, existe una definición garantista de la libertad de conciencia. En otra, se parte del estatus de minorías “protegidas” (ḏimmíes), con diversos grados de aplicación. Discrepancia que se verifica en aspectos cruciales como edificación y protección de lugares de culto, libre ejercicio de los ministros, enseñanza religiosa de menores y adultos, matrimonios mixtos o posibilidad legal de conversión. En países como Arabia Saudí, la policía religiosa ejerce una férrea vigilancia contra cualquier conato de apostasía, posesión de textos o símbolos religiosos y la mera presencia de actividad pública no islámica.   

Fuentes musulmanas argumentan que tales manifestaciones no corresponden a un Islam originario, que rechaza la coacción (Qur. 2, 256) y es ejemplo pionero de tolerancia de las minorías. Se insiste en la necesaria interpretación islámica de los Derechos Humanos, incompatible con la violencia. A pesar de estas declaraciones bienintencionadas, las minorías cristianas se han convertido en objetivo preferente del radicalismo, agravando aún más la persecución, obligando a los creyentes al exilio o la clandestinidad. El resultado es el de comunidades menguadas y peor consideradas.

Referencias:
WORLD WATCH LIST: “A ranking of the 50 countries where persecution of Christians is most severe”, 2013: http://www.worldwatchlist.us/
USCIRF (ed.): Annual report of the United States Commission on International Religious Freedom, 2012, Washington: http://www.uscirf.gov/reports-and-briefs/annual-report.html
Declaración Islámica Universal de los Derechos del Hombre (19-IX-1981):  http://www.nurelislam.com/derecho.htm

4. La Iglesia perseguida hoy: estímulo de evangelización.

La persecución es una carga que han soportado los cristianos desde el nacimiento de la Iglesia. Hoy, como siempre, las penalidades y el martirio de los perseguidos suponen un valioso testimonio y una exigencia acuciante para una evangelización comprometida. Desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia ha propuesto unas relaciones interconfesionales basadas en el respeto mutuo y en una defensa inequívoca de la Verdad.

Asimismo, la promoción de la paz ha sido una constante en el magisterio de los papas, haciendo especial hincapié en la desvinculación entre religión y violencia. El Papa Francisco ha dicho: “Dios no mata, el hombre se arroga hacerlo en su representación. Matar en nombre de Dios es una blasfemia”. La citada ausencia de reciprocidad no debe justificar manifestaciones anti islámicas, sino que debe convertirse en un acicate para defender una genuina libertad religiosa como pilar fundamental de los derechos inalienables del individuo.

BERGOGLIO, J. y SKORKKA, A.: Sobre el cielo y la tierra, Debate, Barcelona, 2013, p. 33.
RATZINGER, J.: Fe, verdad y tolerancia, Sígueme, Salamanca, 2005.

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