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¿Cómo el arte puede transmitir la fe?

ART
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Rodolfo Papa - publicado el 19/12/12
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Hay expresiones artísticas que son verdaderos caminos hacia Dios, una ayuda a crecer en la relación con Él

1. En la actual civilización de las imágenes existe, paradójicamente, una extendida iconofobia. Pero en este contexto el arte sacro sigue siendo un modo privilegiado de transmitir la fe

La civilización contemporánea de las imágenes se basa sólo en una vertiente muy limitada de las mismas imágenes -es decir de las imágenes publicitarias, televisivas, telemáticas, imágenes casi exclusivamente en movimiento- e ignora de hecho el complejo lenguaje que las imágenes artísticas hablan.

Este fenómeno ha sido descrito por Peter Burke en los términos de “iconofobia”. Maria Bettetini lo vincula al “canibalismo” de las imágenes virtuales: “

Es una iconoclastia endógena, ya que las imágenes virtuales se destruyen entre ellas y se autodestruyen, porque son fácilmente intercambiables, planas en la forma de representarse a sí mismas. Invaden la vida cotidiana del hombre del siglo XXI, que, sin embargo, posee armas rápidas para deshacerse de ellas: un clic del ratón.

Como la sobreabundancia de luz eléctrica ha creado ciegos frente a la gradación de luces y sombras, así la exposición exagerada de una cierta tipología de imágenes ha creado analfabetos respecto a las imágenes en cuanto tales.

El entonces cardenal Joseph Ratzinger escribió una reflexión muy importante sobre el “fin de la imagen” en el “mundo de las imágenes”:

Nuestro mundo de las imágenes no sobrepasa la apariencia sensible, y el diluvio de las imágenes que nos rodean significa, al mismo tiempo, el fin de las imágenes: más allá de lo que puede ser fotografiado no hay más que ver. Por tanto, se convierte en un imposible no sólo el arte del icono, el arte sacro, que está basado en un modo de ver en profundidad; el arte en sí mismo […] queda sin significado”.

Es necesario recuperar las imágenes sagradas como anunciadoras de la fe, apunta el entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Ratzinger en una nota del prólogo del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica:

También la imagen es predicación evangélica. Los artistas de todos los tiempos han ofrecido a la contemplación y al estupor de los fieles los hechos destacados del misterio de la salvación…un indicio de cómo hoy, más que nunca, en la civilización de las imágenes, la imagen sacra puede expresar mucho más eficazmente que la misma palabra, desde el momento en que es eficaz su dinamismo de comunicación y de transmisión del mensaje evangélico.

SAINT JOHN PAUL II NATIONAL SHRINE, LENT, ASH WEDNESDAY

Jeffrey Bruno

Referencias:
P. Collinson, From Iconoclasm to Iconophobia. The Cultural Impact of The Second Reformation, London 1986, p. 8. Cfr. P. Burke, Testigos oculares: El significado histórico de las imágenes [2001], Carocci, Roma 2011.
H. Belting, El culto de las imágenes. Historia del icono desde la edad imperial al tardo medievo [1990], Carocci, Roma 2001, pp.557-596.
M. Bettetini, Contra las imágenes. Las raíces de la iconoclastia, Laterza, Roma-Bari, 2006, p. 148.
J. Ratzinger, Teología de la liturgia, Libreria Editora Vaticana, Roma 2010, vol. XI, Parte A, cap. III, pp. 128-129.

2. Para recuperar una mirada capaz de ver las imágenes, es importante analizar la historia del arte cristiano, que se presenta como un camino ininterrumpido de anuncio de la fe

El arte cristiano tiene, en sus propias raíces, en el mismo centro, en el propio fin, a Jesucristo.

Jesucristo es la Palabra de Dios hecha carne y se manifiesta como Imagen de Dios. En Él, Palabra e Imagen se unen. Él es la Palabra que se ve, Imagen que habla.

Desde el nacimiento de Jesús se impone la necesidad de una nueva manera de hacer imágenes, para hablar de la Palabra hecha Carne.

Juan Damasceno puso en evidencia la grandeza del arte que representa a Cristo en su figura humana:

“De ahora en adelante que se exponga también la figura humana en lugar del antiguo cordero, para que consideremos la altura del Verbo de Dios a través de su humildad y podamos ser conducidos al recuerdo de su morada en la carne, de su pasión y de la redención que por ella vino al mundo” (Defensa de las imágenes sacras).

Precisamente por esta característica típica, ligada a la Encarnación de la Palabra de Dios, impregnada además por la narratividad de las parábolas evangélicas, la pintura cristiana se convirtió en la Biblia de los pobres.

El cardenal Gabriela Paleotti en el Discurso sobre las imágenes sacras y profanas del año 1582 destacaba al respecto: la pintura “tiene la misma función que un libro”.

Porque está centrada en Cristo, la pintura cristiana es arte hecho para la liturgia: materializa la Palabra, ayuda a contemplarla, ya que esta está dotada de una inmovilidad narrativa, de una narratividad estable.

Por esta capacidad de narrar mediante la estabilidad de las imágenes, la pintura es una ayuda para la contemplación.

Como dijo Benedicto XVI, “hay expresiones artísticas que son verdaderos caminos hacia Dios, la Belleza Suprema. Son una ayuda a crecer en la relación con Él, en la oración. Se trata de las obras que nacen de la fe y que expresan la fe”. (Audiencia general del 31 de agosto de 2011).

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3. El arte sacro es un testimonio creíble

El arte cristiano es un instrumento privilegiado de transmisión de la fe. Juan Damasceno (siglo VIII) aconsejaba:

“Si un pagano viene y te dice: Muéstrame tu fe, tú llévalo a la Iglesia y enseñándole las pinturas que la adornan, explícale la serie de cuadros sacros” (Ad Constantium Caballinum).

Para esto, es necesario destacar otra importante dimensión del arte figurativo sacro: las obras de arte son testimonios creíbles.

Juan Damasceno, basándose en un texto de san Gregorio Nacianceno, ponía de relieve esta peculiaridad del arte sacro, su potencialidad de ser testigo.

No enseñes o enseña con las costumbres
para no arrastrar por un lado y empujar por el otro con tus manos.
Haciendo lo que debes tendrás menos necesidad de hablar.
El pintor con la figura enseña más
.
(De san Gregorio Nacianceno, de los Poemas)

Su explicación es la siguiente:

Si no me enseñas con tus obras entonces no lo hagas con las palabras, para que lo que consigues con las palabras no lo destruyas con actos poco honestos. De hecho, si haces lo que debes, tu conducta será también palabra de enseñanza, así como el pintor con la figura enseña mucho con la figura”. (Defensa de las imágenes sacras nº 107-108).

La obra de arte sacro es un testigo creíble porque no puede contradecirse a sí misma, permanece en la propia dimensión representativa, enseña con las “figuras” sin temor de contradecirse mediante las acciones.

Este papel de testimonio evangelizador fue asumido en todos los templos por las obras de arte sacro.

Por esto Juan Pablo II en un Discurso de 1981 afirmaba:

“El arte religioso, en este sentido, es un gran libro abierto, una invitación a creer para comprender”.

GAUDI

Shutterstock | Lestertair

4. La verdadera belleza siempre ha sido un atributo de santidad

Analizando la historia del arte descubrimos que la belleza siempre ha estado vinculada a la santidad, a las virtudes, a las perfecciones divinas.

En toda la tradición católica, la belleza posee un calibre ontológico considerado trascendental o al menos se sitúa entre aquellas características que todos los seres poseen porque existen o en la medida en que lo hacen.

Se trata de perfecciones que se pueden reconducir con facilidad a la verdad, a lo bueno, a lo bello.

Cada realidad, participando del ser, participa de perfecciones ontológicas que tienen en Dios su causa primigenia.

Dios es, de hecho, verdadero en grado sumo, sumamente bueno y bello, y toda realidad es, de alguna manera verdadera, buena y bella exactamente porque ha sido creada por Dios.

La belleza está ligada a la santidad, tanto que proviene originalmente de Dios y se deriva en las cosas. Dios es suma belleza y origen de toda belleza.

También la belleza artística está fundamentalmente ligada a la santidad. Grabriele Paleotti en el Discurso en torno a las imágenes sacras y profanas de 1582 escribía:

También está la nobleza cristiana, más sublime y honrosa que las demás, exactamente como la considera nuestro Salvador en el Evangelio, la más perfecta de todas las demás pertenecientes a los siglos anteriores (Summa 1.2 q.91 a.5). Consideramos que a esta nobleza se le atribuye justamente el arte de dar forma a las imágenes.

El arte cristiano ha sido siempre el lugar de la belleza entendida como proporción en el espíritu de san Agustín, o como claritas, en el espíritu de santo Tomás.

Los artistas cristianos han sido siempre custodios de la belleza que es signo de la presencia de Dios, que es una escalera para llegar a Dios, instrumento para alabar a Dios, manifestación de la santidad de Dios.

Las obras de arte cristiano, nacidas de la fe y destinadas al culto, han buscado y realizado la belleza, dando lugar a obras grandiosas, usando materiales preciosos también.

El elemento material es sólo un aspecto funcional dirigido a la finalidad de alabanza y de oración.

Por ejemplo el oro, a menudo usado en el arte sacro, es elegido por su luminosidad, por su permanencia y por su maleabilidad.

La misma materia formada por la belleza artística se convierte en testimonio de fe. Nada es suficientemente precioso para alabar la inmensa belleza de Dios.

Referencias:
Juan Pablo II, Tríptico romano, Libreria Editora Vaticana, Ciudad del Vaticano 2003
Benedicto XVI, Teología de la liturgia, Libreria Editora Vaticana, Ciudad del Vaticano 2010
Rino Fisichella, La nueva evangelización. Un desafío para salir de la indiferencia, Mondadori, Milán 2011
Rodolfo Papa, Discurso sobre el arte sacro, introd. Card. A. Cañizares Llovera, Cantagalli Siena 2012.

 

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