Durante una pandemia, buscamos alimentarnos bien para mantenernos sanos y no contraer el coronavirus. Estamos pensando en nuestro bienestar físico y el de nuestros seres queridos, y tenemos razón. Pero, ¿será que también estamos pensando en armarnos espiritualmente?
Vigilamos la propagación del Covid-19 en nuestro territorio y aplicamos escrupulosamente las normas básicas de higiene, como el lavado de manos. ¿Pero también estamos atentos al progreso de nuestra vida espiritual?
Mientras exprimimos naranjas para el desayuno, ¿pensamos en las “vitaminas espirituales” que nuestros corazones necesitan para crecer en el amor de Dios? Consejos para encontrar estas “vitaminas”:
En la oración, Dios “recarga nuestras pilas”
Un aparato eléctrico sólo puede funcionar si está enchufado o si está cargado. Lo mismo se aplica a nosotros. Sólo podemos “trabajar” si estamos conectados a Dios, si no nos olvidamos de recargarnos las pilas.
Cuanto más saturados, apurados, cansados y abrumados estamos, más urgente es detenerse y rezar. No de vez en cuando: todos los días.
Sin prisa: tomando un tiempo para calmarte, para deshacerte de tu peso en las manos de Dios.
La fatiga, como todos hemos experimentado, nos atrapa en un círculo vicioso: porque estamos cansados, tendemos a malgastar nuestra energía y a desperdiciarla, lo que nos agota. La única salida es poner todo en manos de Dios:
Señor, no son mis planes los que importan,
pero lo que quieres hacer a través de mí.
Espero todo de ti.
Sin ti, no puedo hacer nada.
La Palabra de Dios, un alimento indispensable
Leer y meditar la Palabra de Dios no es un lujo sino una necesidad. La Sagrada Escritura es como una hogaza de pan de la que la Iglesia, como una madre, nos da un trozo cada día: esta porción diaria de pan son las lecturas de la liturgia, especialmente las de Misa.
Cada uno de nosotros puede leerlas en su misal.
Por supuesto, no lo entendemos todo. A veces estamos tan cansados o distraídos, que tenemos la impresión de que estamos perdiendo el tiempo leyendo estos textos que no están a nuestro alcance.
Pero eso es olvidar que el Espíritu Santo, Él, nunca está cansado o distraído. Y es Él quien hace que la Palabra brote en nosotros, es Él quien nos permite asimilarla para que pueda ser verdaderamente un alimento para nosotros.
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