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¡Me alegra lo que soy!

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Dushkin | Shutterstock

"Me impresiona esa debilidad mía, tan lejana a la fortaleza que deseo..."

Carlos Padilla Esteban - publicado el 05/04/22

Un halago puede darme fuerzas y una crítica puede hundirme: la realidad es la que es pero yo puedo cambiarla cambiando mi mirada sobre ella

Hay cosas que no quiero cambiar en mí, porque me gustan. Sé que a otros pueden parecerles inapropiadas, pero siento que son parte de mí, de mi esencia.

Me gusta mi forma de sufrir la vida, de enfrentar con pasión todo lo que vivo. Me gusta mi manera de alegrarme y reír.

No me gustan otras cosas. Algunas sé que permanecen en mí para recordarme continuamente que estoy hecho de barro, que no soy oro puro.

Me impresiona esa debilidad mía, tan lejana a la fortaleza que deseo.

Estar contento con lo que soy es un camino para vivir feliz. Porque es mi mirada sobre las cosas las que lo cambia todo.

La realidad es la que es

El otro día en el Waze aparecía que en una calle no había tráfico, decía que estaba despejada.

Yo miraba la calle llena de coches y pensaba: no hay coches, si waze dice que no existen. No quise chocar con ellos a ver si eran de verdad.

En Google Maps aparece un río lleno de agua, pero me acerco y está seco. ¿Será más real lo que dice la aplicación que lo que veo? ¿O es la realidad más fuerte?

Entonces recuerdo que yo muchas veces pretendo que lo que pienso sobre las cosas sea más real que la realidad misma.

O mis expectativas más reales que lo que luego sucede. Decía Marco Aurelio:

“Si te afliges por alguna causa, no es la causa lo que te importuna, sino el juicio que haces de la misma. Borrar ese juicio depende de ti”.

No puedo borrar la causa. Ni puedo borrar los coches de la calle que no me dejan avanzar. Tampoco puedo hacer que el río tenga agua. No logro que llueva para acabar con la sequía.

Lo que sí puedo cambiar

Lo que sí puedo hacer es cambiar mi forma de pensar, la interpretación que hago de la realidad.

Por mucho que me digan que soy muy inteligente no lo soy más que cuando me dicen que soy muy necio.

Un comentario o afirmación sobre mi persona no me cambia. Pero puede influir en mi pensamiento, puede alterar mi ánimo y hacer que no quiera crecer ni luchar.

Por eso un halago puede darme fuerzas. Y una crítica puede hundirme.

Pero también un comentario negativo me permite seguir viendo áreas de oportunidad en las que mejorar. Mientras que las alabanzas continuas debilitan mi voluntad y aumentan mi vanidad.

Puedo cambiar mi forma de pensar y las expectativas que tengo sobre las cosas. Y los criterios que deciden mi forma de comportarme.

Lo que hace realmente feliz

Decía el papa Francisco:

“La Cuaresma nos invita a la conversión, a cambiar de mentalidad, para que la verdad y la belleza de nuestra vida no radiquen tanto en el poseer cuanto en el dar, no estén tanto en el acumular cuanto en sembrar el bien y compartir”.

No quiero poseer, no quiero acumular. Si el deseo de compartir, de dar, de entregarme es más fuerte en mí que mi egoísmo algo estará cambiando a mi alrededor.

No podré eliminar los coches que no me dejan pasar, pero sí podré vivir con paciencia la demora en mi viaje.

No podré lograr que el agua aumente su caudal, que la lluvia baje de los cielos. Pero sí podré ser más ahorrativo en el consumo del agua y más generoso con los que no tienen.

La manera de cambiar las cosas

La realidad es la que es. Y yo puedo cambiarla cambiando mi mirada sobre ella.

Igual que puedo hacer que una persona sea mejor si la trato con ternura y misericordia.

Las palabras se olvidan, pero las obras quedan grabadas en el alma del que recibe amor en su vida. Y ese amor recibido logra que quiera ser mejor, más generoso.

Ver a personas que en medio de esta guerra van a ayudar y muestran su lado solidario me anima a mí a sembrar semillas de paz a mi alrededor.

Puedo hacer que sea mejor mi entorno, mi vida, las personas que me rodean. Puedo lograr que los demás sean más libres si yo me comporto con libertad.

Y puedo mostrar un Dios misericordioso si mi actitud no es la del juez sin misericordia.

La fuerza del testimonio

No es tan sencillo cambiar mi forma de pensar y de mirar. Porque aprendí a hacerlo desde niño, en mi hogar.

Y si allí recibí desprecio y falta de cariño es muy difícil que yo pueda dar lo que no me han dado. No sabré hacerlo.

Si me enseñan a desear lo que no tengo y tratar de conseguirlo, incluso con la violencia, acabaré haciendo lo mismo cuando crezca.

Si la infidelidad y el faltar a la palabra dada es lo habitual a mi alrededor, es difícil que yo no quiera hacer lo mismo cuando hable y me encuentre con otras personas.

La generosidad no se aprende leyendo libros. Tampoco aprendo a confiar viendo una película.

Son los ejemplos de hombres débiles y limitados los que me enseñan cómo me ama Dios y cómo quiere que yo ame.

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