Encontrarse con personas difíciles o con personas con las que constantemente entramos en conflicto, no es fácil. Hace falta tener mucha caridad. Es una batalla continua.
Por suerte para nosotros, el amor de Dios brilla radiante como el sol incluso a través de nuestras ventanas manchadas, y, aunque fallemos, Dios no deja de poner amor en nuestra vida.
Por tanto, se trata de cuánto estamos dispuestos a recorrer el camino del amor en nuestras relaciones.
Lo que debemos a los demás
El Señor nos dice en Mateo 7, 25:
“Cayó la lluvia, vinieron ríos, y soplaron vientos y golpearon la casa, pero no cayó, porque estaba cimentada sobre la roca”.
El fundamento, la roca del amor, surge del reconocimiento de la belleza y dignidad de toda vida humana.
Por tanto (incluso cuando alguien es difícil) estamos llamados a desear su bien porque Dios desea su bien.
“Yo pienso a veces que si se nos concediera por una gran gracia de Dios descubrir lo que en nuestra alma es realmente nuestro y lo que debemos a los demás, nos impresionaría comprobar qué cortas fueron nuestras conquistas personales. ¿Qué seria yo ahora sin todo lo que recibí de prestado de mis padres, mis hermanos, amigos? ¿Cuántos trozos de mi alma debo a Bach o a Mozart, a Bernanos o a Dostoievski, a Fray Angélico o al Greco, a Francisco de Asís o Tomás de Aquino, a mis profesores de colegio o seminario, a mis compañeros de ordenación y de trabajo, a tantos como me han querido y ayudado? Me quedaría desnudo si, de repente, me quitaran todos esos préstamos”.
Martín Descalzo
La sana humildad
Para poder encontrarnos con estas personas difíciles con auténtica caridad, primero debemos reconocer nuestras propias imperfecciones y caer en la cuenta de cómo también nosotros podemos ser difíciles para quienes nos rodean.
Este reconocimiento de la “paja” en nuestro propio ojo nos ayuda a tolerar mejor las imperfecciones de los demás.
Un examen de conciencia diario es fundamental para recordar y reflexionar sobre el día que Dios nos ha regalado, viendo así los momentos en los que nos hemos quedado cortos de amor.
El camino del amor es el camino de nuestra felicidad, de nuestra santificación. Por lo tanto, el amor no es un añadido, como si se dijera: “yo soy bueno, y además, con lo que me sobra, amo”.
“Soy bueno en la medida en que amo, vivo en la medida en que amo. No solo es que -como decía Camus- debería «darnos vergüenza ser felices nosotros solos»; es que solos podemos tener placer, pero no felicidad; es que solos podemos correr tanto como un coche dentro de un garaje, ya que, por fortuna, los sueños de nuestra alma son siempre mayores que nuestra propia alma, que no se desarrolla encastillada dentro de las cuatro paredes de nuestros propios intereses”.
Martín Descalzo
No temas practicar la humildad pidiendo perdón a aquellos a quienes has herido por tus comentarios y actitudes sin caridad y también, perdona constantemente a quienes te hieren.
La humildad se alcanza cuando aprendemos a escuchar, a discernir y nos esforzamos por cambiar.
Somos pecadores que deseamos amar incondicionalmente. El reto de cada día es poner el corazón para actuar en consecuencia. Que todos seamos faros del amor de Dios para los demás.