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¿Las heridas de amor te han roto? Mira arriba

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By Six Dun/Shutterstock

Carlos Padilla Esteban - publicado el 13/02/20

Dios no te va a dejar solo nunca

Me gusta mirar al cielo de vez en cuando sin sentirme turbado. Contemplar el sol escondiéndose detrás de las nubes sin llegar a tener miedo.

Y asombrarme ante las sombras que se alargan ante mí cada mañana mostrándome que mi vida tiene un proyecto, un sueño detrás de cada paso, una meta alta y brillante.

Y sentir el viento en medio de mis dudas, como una caricia de un Dios escondido, que me habla para decirme que no me va a dejar nunca solo.

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Me gusta agradecer por todo lo que tengo, de forma especial cuando no estoy contento. Y reír en ese momento en el que siento que la tristeza me invade.

Me gusta alzar la voz rompiendo el silencio de vez en cuando y dejar que las lágrimas de emoción rieguen la tierra, no me importa el llanto.

Sé que es muy fácil que me desoriente en medio de mi camino. Y me despiste cayendo en las redes que tienden a mi paso. Es fácil oír los gritos de sirena invocando mi nombre, haciéndome creer que si me dejo llevar todo será más fácil.




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No estoy dispuesto a vivir sin un rumbo, por eso prefiero dejar las redes a mis pies caídas, para seguir alegre a Jesús ya sin ataduras. Leía el otro día algo muy verdadero:

“Si la libertad no está orientada hacia un bien real, conducida por valores objetivos, deja de existir. Solo la verdad nos hará libres”[1].

Esa libertad orientada hacia el bien es la que me hace más libre. Por eso abro mis manos al cielo para coger otras redes, las del amor de Dios que cubre mi alma con un abrazo tierno.

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He podido ver que hay muchos falsos dioses que no me dan la felicidad, no llenan mi corazón que está roto y herido. A menudo toco el dolor del mundo, mi propio dolor y siento desazón y desánimo. Me sucede lo que comenta el padre José Kentenich:

“Habrá situaciones en nuestra vida en las cuales nos costará mucho esfuerzo rastrear la huella de Dios en todas estas cosas. En tales horas de perplejidad no logramos comprenderlo, sacudimos la cabeza desorientados y desearíamos decir ¡no! y apartarnos de Dios. Tengámosle simpatía”[2].

Quiero tener simpatía al Espíritu Santo para que oriente mis pasos y me enseñe el camino que conduce a la paz. Estoy aquí para dar y recibir amor. Pero sólo se puede dar lo que se ha recibido antes.

Mis heridas de amor me han dejado roto y vacío, porque todo el amor que llevaba dentro se me ha desparramado entre los dedos. Y me siento solo y lleno de rencores que aumentan mi amargura.

Sé por eso que por esas grietas del alma pierdo el agua de los amores humanos intentando retenerlo todo. ¿Cómo podré cerrar esos orificios por los que corre la vida para evitar derramarme a cada paso que doy buscando amores?

WATER
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Persigo un triunfo más, un amor más que dure en mi alma, una alegría que no muera repentinamente sin darme cuenta. Veo que todo corre como el agua del torrente dejando húmeda el alma y más sedienta aún.

La nostalgia de plenitud y de infinito grita dentro de mí. No quiero vivir desorientado buscando fuera de mí esas felicidades etéreas que no me satisfacen, que no me colman. Esas felicidades pasajeras que dejan el alma triste con su paso fugaz.

Quiero orientar mis pasos en la dirección adecuada. ¿Hacia dónde va mi camino? Miro hacia delante esperando que surja ante mí un sol radiante. Quiero abrazar confiado el cielo azul, dejando a un lado esos miedos que me paralizan.

WALK
graphicmaker|Shutterstock

Quiero que el aire fresco de la mañana me llene el rostro de sonrisa. Espero abrazar la vida que se abre ante mí sin temer poner como prenda mi propio corazón. El que no se entrega, no ama. El que no se da, no siembra.

No quiero vivir de paso por la tierra. Quiero quedarme en las raíces que crecen en la tierra que riego. No mido los pasos que doy. Ni llevo cuenta de todo lo que entrego.

No miro el cielo azul con miedo. No me canso de vivir amando. Es tan sencilla la vida cuando la nostalgia no hace desvanecer la sonrisa… No me quejo, no miro con nostalgia. El corazón permanece alegre, lleno de esa luz que viene de lo alto.

[1] Jacques Philippe, Si conocieras el don de Dios

[2] José Kentenich, Envía tu Espíritu

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