Reduce el estrés y la presión arterial, aumenta la concentración,... ¡sus beneficios son incontables!
Además de enriquecer nuestra espiritualidad, también puede prolongar nuestra esperanza de vida. Aquí algunos consejos para aplicar a la meditación, propuestos por Patrice Gourrier, psicólogo clínico, psicoterapeuta, instructor de meditación y… sacerdote católico.
1Aislarse del mundo
Lo primero, ser capaz de dar un paso al lado con respecto a la vida y al entorno de uno, de forma regular. Detenerse brevemente una vez al día: si estás en una ciudad, retírate a un parque o a una iglesia; si estás en el campo, pasea por el bosque o por un prado. Una vez por semana hazlo durante un poco más de tiempo y una vez al mes dedícale aún más tiempo. Muchas personas lo pasan mal hoy en día porque nunca paran, pero es necesario ser capaz de encontrar estos momentos de quietud, es fundamental.
En segundo lugar, el asiento. Nos guste o no, sentarse es fundamental para la meditación: en una silla, una butaca, un banco de iglesia, poco importa mientras que estés sentados y no te muevas. Los Padres del Desierto dicen: “Un árbol trasplantado frecuentemente nunca echará raíces”. El asiento también es interior: hay que ser capaz de posar el espíritu. También conviene estar callado. Ser capaz de vivir un momento de silencio es primordial. Comienza por uno o dos minutos, luego aumenta el tiempo de trabajo de tres a cinco minutos.
Respira. Toma conciencia del aire que pasa por tus fosas nasales, por la garganta y también siente los movimientos de vuestro vientre. Coloca el nombre de Jesús en tu respiración, como para llamarle, y en cierto modo estarás respirando a Cristo. En general, cuida el silencio. Ahora dirige el nombre de Jesús hacia el corazón a través de la respiración pronunciando desde tu foro interno “señor Jesús” y, mientras expiras, puedes pronunciar “me entrego a ti” o “ven en mi ayuda”. Las frases son opcionales, lo más importante es repetir el nombre de Dios en nuestro interior.
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