Desde hace varias semanas, los niños confrontan cada día la muerte en la pantalla de la televisión. El coronavirus ya se ha llevado numerosas vidas. Sin embargo, cuando el duelo golpea “de verdad” a un ser querido, la tragedia es insoportable. Más que para un adulto, la muerte de un allegado es devastadora en la existencia de un niño. ¿Cómo ayudarlo a atravesar este trance y hablar de ello sin ocultarle la realidad?
La aflicción de los niños en duelo es, en gran medida, subestimada y desconocida. Cuando la muerte irrumpe en una vida joven al llevarse a un abuelo o abuela, un padre, una madre, un hermano, una hermana o alguno de los tíos, se corre el gran riesgo de dejar al niño apartado de un suceso que, sin embargo, tiene una gran importancia para él.
Darse cuenta de la irreversibilidad de la muerte
Primero hay que comprender qué es lo que pasa por su cabeza. El niño tiene una representación de la muerte muy distinta de los adultos. Para los niños, la muerte es como una ausencia pasajera. “Dime, ¿la abuelita va a estar muerta para toda la vida?”.
Con esta creencia en que la muerte es reversible, el niño no puede manifestar tristeza por la muerte de un ser querido. Al contrario, continúa hablándole, manteniendo con él una relación viva, a menudo oculta para su entorno.
No es hasta los siete años que el niño se da cuenta de que, cuando uno muere, es para siempre. Para el niño, el duelo es una etapa difícil, porque percibe que no verá más al desaparecido en su forma carnal.
“Es siempre un momento muy emotivo cuando un niño en duelo comparte con nosotros que ha tomado consciencia de la irreversibilidad de la muerte”, declara Guy Cordier, psiquiatra infantil. “No entiendo muy bien”, pregunta una niña pequeña, “¿hay una vida después de la muerte?”.
Es entonces cuando el niño se plantea otras preguntas. “¿Mi padre sabe que está muerto?”. Preguntas eternas y muy pertinentes… Y así llega a percatarse de que todo el mundo está abocado a morir. La muerte, inexorable, se asocia entonces a la vejez. Uno muere cuando es viejo. Desde la perspectiva del niño, ¡es como decir que nunca sucederá!
Y aún queda una noción esencial que adquirir: en torno a los diez años, el niño integra que él puede morir también, en cualquier momento. Nadie escapa a la muerte, ni siquiera él.
Cuando la muerte afecta a un niño muy pronto, su entorno puede suponer que el niño no experimenta nada porque su principal ocupación es vivir el presente, jugar y reír. Sin embargo, en esas circunstancias perturbadoras como muchos pequeños pueden estar viviendo durante esta pandemia, el niño tiene una gran necesidad de atención.
Primero necesita tomar consciencia de la realidad de la muerte. “Recibí dos o tres cartas cuando murió mi hermana. En ninguna dice ‘muerte’”, se sorprende Jérémie. El niño necesita saber la verdad.
Le diremos que la persona amada ha muerto por una enfermedad grave o un accidente. Y no solamente “que se ha marchado o que duerme para siempre”. Estas perífrasis hunden al niño en la mayor de las perplejidades y alimentan la esperanza de un regreso. En la cabecita de un niño, cuando alguien se va al cielo, bien podría “caerse” o él mismo podría “subirse a un avión para ir a ver a mamá que está en el cielo”.
Saber recordar
“Después de la muerte de mi padre, lo ‘evocamos’ poco”, lamenta Cyrille. Por desgracia, muchos niños son privados del recuerdo, ese impulso que empuja a evocar al desaparecido, a idealizarlo, a mirar fotografías, a mantener el vínculo.
“Necesitamos esta evocación”, advierte el doctor Cordier, “para conservar una cierta estabilidad psíquica”. No obstante, para la mayoría de los niños de luto se les “quita” la posibilidad de compartir el recuerdo porque se quiere evitar preocuparles con ello. Sin embargo, el duelo es lo contrario del olvido.
Para ayudar al niño a atravesar esta difícil prueba es importante animarle a evocar recuerdos: confeccionar un álbum de fotos o una caja con recuerdos, conceder importancia a las fechas, a las celebraciones en las que la ausencia se siente particularmente. Hay que ayudar al niño a escribir sus recuerdos personales con el difunto.
Más tarde, cuando sea mayor, podrá servirse de esta base de datos que le habla de una madre, una hermana o un padre a quien conoció poco. “Siempre seguiremos amando a quien muere. Nunca lo olvidaremos. Permanecerá vivo en tu corazón”. Esta es una frase importante para decir a un niño de luto.
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Los problemas más frecuentes del niño en el duelo
Por sorprendente que pueda parecer, muchos niños se sienten profundamente culpables de la muerte de uno de sus padres, de su hermano o hermana. Rara vez son conscientes de ello, pero esa culpabilidad se expresa en sueños, en problemas de comportamiento, donde el niño intenta castigarse, a través de un síndrome depresivo. “Es fundamental saber que el niño padece este sentimiento de culpabilidad sencillamente debido a su condición de niño”, añade el psiquiatra infantil. “Hay que decirle que no es en absoluto responsable de la muerte de su ser querido. Es importante decirle: ‘No eres responsable de la muerte de tu abuelo. Nada de lo que has dicho, pensado o hecho ha causado su muerte’”.
Dificultad para comprender la realidad objetiva del fallecimiento, dificultad para recordar, culpabilidad, estos son los escollos más frecuentes que encuentra el niño en duelo. Para ayudarle, es fundamental permitirle expresarse sin temor a sentir que importuna. Todo niño tiene necesidad de saber que no solo es normal experimentar cólera, culpabilidad, vergüenza y miedo, sino que es necesario manifestarlos. Hay que favorecer la expresión de los sentimientos vinculados a la persona desaparecida. De lo contrario, esas emociones se enquistan, favorecen la aparición de estructuras defensivas.
Mostrarse atento a lo que siente el niño, a lo que expresa física o verbalmente, informarle, significa, de entrada, ayudarle a encontrar su camino y permitirle caminar a través del bosque del duelo. En la raíz de esta palabra está el verbo en latín dolere, sufrir. No se cura este dolor, sino que se acompaña. El luto no es una enfermedad, sino un largo proceso psíquico de cicatrización.
Magalie Michel