Hablar con una amiga no es un acto inofensivo
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A las mujeres nos encanta charlar. Tenemos un arte a la hora de tratar temas esenciales con palabras aparentemente ligeras. Sin embargo, aunque la conversación puede ser buena, también puede hacer daño.
Las mujeres hablan de ropa y de hombres, mientras se interesan por las personas y por lo que mueve sus vidas. Hermosas confidencias y lecciones de vida pueden surgir de la charla entre amigos, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas.
A lo largo de la conversación, la confianza se profundiza. En cuanto haces una frase, revelas las profundidades de tu corazón sin aparentarlo.
Pero la charla puede ser lo mejor y también lo peor. Lo mejor, porque la comunicación es esencial. Lo peor, porque las indiscreciones, y aún más las calumnias y difamaciones, causan daños considerables y, en cierto modo, irreversibles.
¡Esa no es una razón para callarse! Es cierto que si no hablamos con nadie, no hablaremos mal de nadie… pero ¿se beneficiará el amor de ello?
Aprender a dominar lo que dices
Hay una forma de negarse a hablar que es peor que insultar. Algunos silencios están tan llenos de egoísmo, violencia o resentimiento.
“De la abundancia del corazón habla la boca” (Lc 6,45).
Si nuestro corazón es benévolo, pacífico, atento a los demás, siempre dispuesto a perdonar y a ver la viga en nuestro ojo en vez de la paja en el del prójimo, diremos naturalmente bien de los demás.
Por el contrario, si nos consumen los celos, si juzgamos continuamente a nuestro prójimo, si rumiamos nuestros resentimientos, si siempre tenemos el deseo de imponernos, diseminaremos indiscreciones y calumnias a la más mínima oportunidad.
Cuando descubrimos que hemos hablado con dureza, malicia o simplemente con una ironía despreocupada (algunas bromas se parecen a flechas envenenadas), preguntémonos por qué nuestra lengua se ha descontrolado. ¿Por celos?
¿Porque buscamos aplastar a los demás, por falta de confianza en nosotros mismos? ¿Porque no hemos perdonado una ofensa, quizás muy lejana? ¿Porque estamos tratando de escapar de las preguntas reales al decir cosas absurdas? ¿Porque tenemos miedo de que nos miren mal? ¿Porque nos gusta exponernos?
El arte de escuchar
Hablar bien presupone tener buenos oídos porque quien no sabe escuchar, no sabe usar las palabras para entrar en relación con sus hermanos. Es probable que su charla se convierta muy rápidamente en un monólogo, del que otros finalmente huirán, a no ser que se fuercen a escuchar por cortesía o por delicadeza.
A menudo se dice que si tenemos dos oídos y una boca, es para que escuchemos el doble de lo que hablamos. El símbolo es claro. Además, escuchamos tanto con el corazón como con los oídos: esa es la diferencia entre oír y escuchar. En un caso, sólo se trata de recibir información pasivamente, en el otro de recibir en profundidad lo que se dice.
…y estar en silencio
Una buena charla significa disfrutar del silencio. No el silencio del aburrimiento, y mucho menos el del enfado o del desprecio, sino el silencio que es el lugar de encuentro con Dios para que sea Él quien te hable. Durante una conversación, sumergirse en este silencio de vez en cuando -incluso por unos segundos- es la mejor manera de disfrutar de las alegrías de charlar y evitar los peligros.
Christine Ponsard