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Moisés, como arquitecto, sabe reconocer la belleza que encierra una construcción; sin embargo, la belleza más grande que ha encontrado dentro de un templo no tiene que ver con columnas, estilos o arquitectos afamados, sino con el llamado de un Dios paciente.
Mexicano, de la diócesis de Guadalajara, creció en un núcleo familiar cristiano; y aunque tuvo una infancia feliz, también recuerda haberse sentido diferente al resto. En México, y especialmente en Guadalajara, la religión católica es mayoritaria, por lo que creció viendo a sus compañeros de la escuela celebrar la Navidad o la Semana Santa, cosas que él y su familia no acostumbraban. Esto lo hacía sentir dividido. Sin embargo, desde pequeño se sintió bendecido por Dios. “Siempre he sentido su mano”, confiesa.
Al entrar a la Universidad comenzaron las dudas sobre la fe y se alejó. No supo nada de Dios.
Estudiando Arquitectura, comenzó a visitar templos por recomendación de sus profesores. “Aquí en México es una arquitectura muy emblemática. Empecé a visitar varios, de manera respetuosa, pero separando la religión y la arquitectura”.
Sin embargo, al entrar a uno de ellos -el Templo Expiatorio de Guadalajara-, la experiencia fue muy diferente, no solo por la belleza del lugar. “Ese fue mi primer acercamiento otra vez con algo referente a Dios”. Pero el camino de vuelta aún era largo.

Por invitación e insistencia de sus amigos, Moisés asistió a un retiro de jóvenes católicos. “Después de 5 o 6 años de no haber contactado a Dios, volví a sentir una paz que hace mucho tiempo no sentía”. La decisión fue muy sencilla: “Yo quiero esto en mi vida”, reconoció.
Esa sensación extraña que vivió en su infancia volvió a presentarse al surgir una pregunta clave: ¿en qué creer? Volvía a estar dividido.
Gracias a la dirección de un sacerdote que lo acompañó, llegó el alivio definitivo. El padre Sergio lo hizo ver que no se trataba de estar dividido o de sentirse entre la espada y la pared, entre la creencia que le inculcaron de niño y lo que ahora estaba viviendo. Le habló de san Agustín. “Yo me sentí totalmente identificado y fue un alivio para mí el dejar de sentirme así”.
Comenzó a ir a Misa regularmente y recibió mucho apoyo del sacerdote y de los papás de su mejor amigo, que estuvieron acompañando y animando sus primeros pasos en la fe católica, hasta que llegó el momento de dar el siguiente paso.
“Pensé: esta es la paz que quiero experimentar ahora y el resto de mi vida. Hablé con los papás de mi mejor amigo y les dije, ‘¿saben qué? me quiero bautizar; quiero recibir los sacramentos y quiero tener una familia e ir a iglesia con ellos’”.
Acudieron al párroco y él se encargó de organizar a los ministros extraordinarios para que Moisés recibiera las sesiones de catequesis. Reconoce, con mucha gratitud, que todos mostraron disposición para preparar las clases y enseñarlo.
Aunque comenzar a usar cruces y a creer en los santos y en la Virgen María ha sido extraño, para este joven arquitecto, saber que cuenta con intercesores ha sido “increíble”.
Con María su primer acercamiento fue en la Basílica de Guadalupe, que visitó para acompañar a una de sus amigas. Ahí sintió una paz muy grande. Pero en el retiro que vivió fue en donde encontró ese gran amor de madre.
“Era un mar de lágrimas. Ahí, en la capilla, tenían una imagen de la Virgen. Fui y me hinqué. Le pedí un montón de cosas que, hasta la fecha, sigue cumpliendo. Ahí sentí todas las miradas de mis amigos; para todos fue impactante ver cómo le estaba pidiendo a alguien en quien yo no creía. A partir de ahí empecé a pedirle, a rezarle. Siempre que voy al Santísimo termino mi oración y oro también a la Virgen. Así es como he ido cultivando mi relación con ella”.

A pocos días de recibir el bautismo, es consciente de lo mucho que Dios ha hecho en su vida. Por casualidad, regresó hace poco al Templo Expiatorio y entró, no solo para apreciar su belleza arquitectónica, sino con devoción. Ahí se dió cuenta de que Dios, desde la primera vez que estuvo ahí, comenzó a llamarlo y a encaminarlo poco a poco hacia Él.
Respecto al bautismo, comenta: “Esperó casi 25 años a que yo me animara y sé que hay gente con quien puede esperar muchísimo más tiempo. Incluso si algún día ellos deciden salir y luego regresar, estoy seguro de que Dios también los va a recibir con las puertas abiertas”.
Para él, estar bautizado significa poder ser llamado hijo de Dios. “Quién no quisiera llamarse hijo de Dios?”, dice emocionado. Pero también significa quitarse el pecado original y entregarse por completo. Reconoce que ir a Misa y al grupo de jóvenes no va a servir de nada si no avanza en su camino de fe.
“Me acuerdo mucho de lo que decía Jesús, que le gusta alguien o frío o caliente, no le gustan los tibios; entonces, eso me hace sentir que estoy en el camino correcto. He sentido su presencia totalmente y un bautismo es como renacer”.


