Un innovador programa de la Iglesia Católica les da esperanza y futuro a niños rescatados de la migración ilegal. Están en una olvidada región fronteriza, en las cosas venezolanas, donde el futbol se une con la vocación misionera para convertir lágrimas en sonrisas.
Son los “futbolistas de Dios”, niños muy chicos que hacen deporte cada semana de forma profesional en Venezuela. Su academia está legalmente registrada, aunque las prácticas se realizan sobre un accidentado campo de futbol en el que sobra la arena y abundan las ilusiones.
El milagro, como le llaman, cumple 4 años de vida particularmente exitosa este enero de 2025. Es impulsado y sostenido por Cáritas, gracias a una iniciativa apoyada por la diócesis de Carúpano, a través de un programa denominado “Apamate”.
Favorece a cientos de niños, niñas y jóvenes, e incluye el acompañamiento psicosocial, con un impacto positivo en los adultos. Es resultado de un esfuerzo de muchos, que cuenta con el respaldo internacional de Unicef en un intento por prevenir las migraciones forzadas a las que suele apelar la niñez y adolescencia vulnerable en tierras sudamericanas.
Aarón es uno de sus integrantes. Tiene 13 años de edad y juega como lateral. Habló con Aleteia, en compañía de su mamá y su entrenador, el técnico del Misericordia F.C., como se llama oficialmente el equipo.
No se ahorra expresiones de entusiasmo. Pero, antes deja algo muy claro: “¡Lo que más me gusta es jugar!”. Es un chico sano y alegre que apura a su mamá para que le acompañe a caminar hasta la cancha dos veces a la semana, para los entrenamientos.
Se las arreglan para que el deporte no estorbe con los estudios, donde es aventajado, una de las condiciones para estar en ambas actividades.
“Sueño con jugar en el Real Madrid”
“Practicamos los martes y los jueves. El futbol me ha ayudado a entrenarme como futbolista y también en lo religioso. Una señora de Cáritas nos da charlas. Estas semanas nos han hablado contra las estafas y nos dicen que debemos cuidarnos”, cuenta.
Consultado con respecto a sus sueños e ilusiones, dice: “Me gustaría jugar en cualquier club por allí de España. Sueño con jugar en el Real Madrid o en la Real Sociedad”.
¿Algún referente en el deporte? También lo tiene claro: “El que me llama más la atención es Cristiano Ronaldo. Me gusta su forma de juego. Desde pequeño me ha gustado. Soy un gran fan suyo y me gustaría conocerlo”.
¿Qué le pide Aarón a Dios? “Que me ayude en mi carrera de futbol para ser un futbolista profesional”. Mientras, estudia en el liceo. Y hay una materia por la que siente pasión. Piensa que le será de ayuda en el futuro: “Me gusta mucho el inglés”.
Su mamá también se muestra agradecida. “La Academia Misericordia Futbol Club de verdad que ha sido una bendición de parte de Dios. Somos un gran equipo, una gran familia; así lo llamamos, porque ha sido una gran familia lo que se ha formado acá”, señala.
Improvisaron una cancha en la sede de Cáritas
Narra que todo comenzó “en condiciones bastante sencillas, por no decir precarias, con bastante humildad y sencillez en el terreno de una casa donde actualmente funciona Cáritas”. Explica que era un terreno sin condiciones óptimas para que los niños entrenaran.
“Nos ha servido muchísimo a los adultos para llevar a los niños por buen camino y darles algo mejor a los muchachos”, sostiene Yubira.
Se considera una persona de fe y asegura que en su tierra, el futbol se convirtió en una bendición que ayuda a tener familias más unidas. Además, sostiene que ahora acuden a Misa y abundan las personas entregadas al servicio.
“Son futbolistas de la Iglesia, misioneros en un camino de fe. Muchos se han sido bautizados ya y han hecho su primera comunión. Tienen pensamientos sanos, deseos de futuro, se forman. Eso es bueno y nos satisface como representantes”, comparte.
Siente estar en deuda con Dios. Tanto que “más que pedirle, le agradecería este regalo de hacer realidad esto que no esperábamos. Confío en que sigamos, porque es un proyecto muy bonito”.
Abunda la solidaridad: “Somos una familia”
Destaca que, en medio de las dificultades económicas en un país particularmente afectados por las crisis, la comunidad se apoya: “Si a alguno le falta una camisa para el uniforme, la conseguimos; o uno le presta un short a otro. Cuando son de escasos recursos, que pasa mucho, aparecen la solidaridad y la integración”.
Eventualmente, se apoyan en ingresos que obtienen de pequeñas ventas en su perfil Misericordia.Store en Instagram, donde con paciencia han ido sumando seguidores.
Un día de futbol es ajetreado e implica sacrificios. “A veces, Aarón me vuelve loca, porque quiere irse para el futbol a mediodía”. Lo dice con una sonrisa, tras advertir que el trabajo habitual puede llegar a complicar el ajuste de horarios.
Los entrena Robert Rojas, un joven venezolano que previamente fungía como técnico del equipo de la parroquia en futbol sala. “Jugábamos cuando había actividades religiosas o una fiesta patronal. Invitábamos a varios equipos y se hacían cuadrangulares”.
Pero, durante una conversación en la casa parroquial entre el obispo, monseñor Jaime José Villarroel Rodríguez, el párroco Jesús Eduardo Villarroel y su persona nació la idea en el diciembre de 2020. Lo pusieron en manos de Dios, y el 11 de enero de 2021 se hizo realidad.
“El futbol es un instrumento para llegar a Dios”
En el aniversario siempre celebran una Misa de acción de gracias, posteriormente juegan y concluyen con un compartir. Además, los niños escenifican el viacrucis y participan activamente durante la Semana Santa.
“Decimos que somos ‘una academia diferente’, porque en ella el futbol es un instrumento para llegar a Dios”, explica Rojas.
Además, son misioneros: “Hacen obras de misericordia. Van al hospital, acuden al cementerio a acompañar a los familiares de los difuntos. Incluso, van al retén de menores, a la cárcel, a visitar a los privados de libertad. También visitan el hospital, adonde generalmente llevamos ropa o algo muy saludable como el acompañamiento”.
Con la academia, la Iglesia logra que además del deporte ellos puedan experimentar de muchas formas el amor de Dios, sostiene.
Comenzaron en 2021, en pandemia, como una alternativa para darle ánimo a las personas afectadas por la depresión en medio del encierro forzado por aspectos médicos.
“Literalmente, se estaban volviendo locos. Así que asumimos un riesgo, pues no podíamos dejar que las familias se siguieran muriendo de tristeza. Habilitamos ese espacio en Casa Santana, que era un estacionamiento de tierra”.
“Hicimos las inscripciones a portón cerrado, con tapabocas. Nació la academia, que luego se transformó en escuela de futbol. No pensamos profesionalizarla, pero se hizo. Lo asumimos como una acción social para ayudar, con el objetivo era dar ánimo y evangelizar desde un acompañamiento real”, abunda.
“Salíamos contentos, ¡porque no nos rendimos!”
Pero, “al poco tiempo nos dimos cuenta de que, con el apoyo de Cáritas Carúpano y el respaldo diócesis, podíamos apostar un poquito más. Es cuando decidimos registrar la academia. Lugo, inscribimos el equipo en torneos avalados por la Federación Venezolana de Futbol”. Así empezó una vida futbolística profesional.
¿Les fue bien? “Evidentemente, no. Recuerdo que en los primeros juegos, ¡nos daban hasta con el tobo! Perdíamos 15 a 0. Pero eso nos sirvió, porque no nos rendimos. Y algo muy bonito de esa época es que la gente decía que ¡estábamos locos!, porque salíamos muy felices. ¡Decían que nosotros disfrutábamos las derrotas!”.
En efecto, disfrutaban más los juegos que el resultado, la aventura de apoyarse mutuamente, la esperanza de un futuro mejor y la alegría de añadir deporte a sus días. “Salíamos contentos. Disfrutábamos más que los que ganaban”, insiste Robert Rojas al contar las anécdotas de un pasado reciente.
En la actualidad, el buen nivel del modesto equipo es evidente. Son tomados en cuenta por competiciones más exigentes y especializadas. Ahora, pelean semifinales y cuartos de final en algunas categorías, con encuentros de relevancia internacional.
El joven entrenador habla con entusiasmo desde Carúpano, mientras transmite una alegría. Confía en el auxilio divino. Más que goles, le pide a Dios la satisfacción de hacer las cosas bien y que les conceda nuevas alegrías.