“Cuando nuestra hija Raquel nos dijo que creía que tenía vocación de Hermana de María de Schoenstatt tras dos años largos discerniendo, acogimos con enorme alegría que Dios se hubiera fijado en nuestra familia para suscitar una vocación”.
Emilio Puñet comparte con Aleteia los recuerdos de aquellos momentos en los que su hija dijo “sí” a la llamada de Dios a la vida consagrada.
“Entendimos que no era una decisión tomada a la ligera, sino que ya venía siendo probada por un tiempo”, explica.
Raquel contó a sus padres que ella le iba dando largas a Dios, por si se olvidaba, pero les aseguró con una gran convicción: “Dios llama y Dios insiste”. Por fin lo había visto con claridad y dio el paso de fe: “Creo que tengo vocación”.
“Nosotros como papás le dimos toda la confianza, la alegría y la seguridad”, relata Emilio. ¡Cuánta emoción y alegría compartida, el día de su toma de hábito!
Los padres de Raquel le dijeron que si una vez probado el camino, ella veía que no tenía que ser, no se preocupara de nada, que se quedara tranquila.
“Lo importante era que ella siguiera el anhelo que sentía en su corazón y el impulso de la voz de Dios en su vida”, explica Emilio.
El ciento por uno
La respuesta generosa a la vocación benefició a toda la familia, y en aspectos no solo espirituales.
Resonaba la promesa de Jesús: “Todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará vida eterna”.
En aquella época, la familia de Raquel estaba atravesando un problema económico muy grave. “Habíamos pasado noches sin dormir, muchas lágrimas y una angustia muy fuerte”, relata Emilio.
“Nos preguntábamos el por qué de toda esta situación tan preocupante, pero lo ofrecíamos a María como mediadora, para que Ella hiciera con eso lo que le pareciera mejor”, recuerda.
Cuando Raquel les comunicó su vocación, entendieron el por qué -o mejor dicho- el para qué de todo lo pasado:
“La vocación de Raquel, su camino de entrega nos necesitaba también a nosotros, sus padres, para que realmente pudiera afrontarlo con tranquilidad de corazón y todo nuestro apoyo, también en la oración y sacrificio que nos ocasionaba nuestra situación económica comprometida. Así que eso hicimos: rezar y ofrecer por la vocación de nuestra hija”.
Esa situación tan adversa se solucionó al poco tiempo de haber partido Raquel de España, donde vivía, al noviciado, en Chile.
Apoyo fundamental
Hoy lleva ya más de 15 años como Hermana de María. Ha constatado que Dios llama y Dios insiste y solo tiene palabras de agradecimiento a sus padres.
“Fue y sigue siendo un regalo muy grande y fundamental en mi vida de Hermana, poder ser acogida, comprendida y apoyada por mis padres en esta aventura que significó para mí la llamada de Dios.
Hasta el día de hoy agradezco a la Mater la generosidad de mis padres y la alegría de poder compartir con ellos el misterio de haber sido elegida en mi pequeñez, que ellos conocen perfectamente”.