Los números son vertiginosos cuando se habla de moda. 24 colecciones al año en Zara, 73 vaqueros vendidos cada segundo en todo el mundo. Hoy la ropa ya no tiene la función de proporcionar vestimenta, sino de hacer sentir bellas a las personas e identificar su pertenencia a un grupo. Estas nuevas necesidades, que en realidad son deseos ilimitados, son fabricadas por un sistema económico basado en una sed insaciable de consumo.
Piedra angular de este sistema, la publicidad hace cosquillas a la voluntad que difícilmente se resiste a la alianza entre la neurociencia y el marketing targeting. Cuanto más jóvenes somos, más sensibles somos a la seducción de los mensajes, por lo que los niños y adolescentes son -desde hace mucho tiempo- los interlocutores preferidos de los anunciantes.
¿Cómo ayudar a una adolescente a mantenerse mesurado?
Primero podemos preguntarle sobre la funcionalidad principal de la ropa: vestir; y enseñarle que la ropa tiene un lado práctico y un lado social. La vertiente práctica consiste en llevar ropa adaptada a tu actividad. Reconozcamos que las sandalias, los bañadores y las camisetas sin mangas son outfits ideales para la playa.
Hay trajes apropiados para ir a trabajar. Por qué no preguntarle: "¿Te imaginas a tu padre yendo a trabajar en pantalones cortos?" Las adolescentes son conscientes de que los adultos no se visten tan sexy para ir a trabajar. Pero al tratar de imitar a estrellas e influencers, incorporan códigos de vestimenta.
¿La vestimenta lo es todo?
La ropa también tiene un lado social. El hábito no hace al monje, pero los monjes tienen un hábito, como los magistrados, los abogados, los médicos y los profesionales de la salud. La ropa no lo es todo, pero dice algo sobre ti, tu personalidad.
Es bueno enseñarle a un niño que existen códigos relacionales. Evidentemente no hay que juzgar por la apariencia y cada uno siempre es más de lo que muestra. Pero ahorramos tiempo, evitamos prejuicios y por tanto dificultades relacionales al aceptar ciertas normas.
Depilación, maquillaje, mechas…
Más allá de la vestimenta, a las jóvenes se les imponen otras exigencias: depilación, maquillaje, mechas, tatuajes... Como si el cuerpo no fuera lo suficientemente bello en su estado natural para ser amable, amado y deseado. Seamos conscientes de que estas propuestas no están exentas de interés económico.
Y además, ¿por qué maquillarse? Desde la antigüedad, hombres y mujeres han intentado magnificar sus cuerpos con artificios. Para los hombres se trataba de mostrar su virilidad, su fuerza, su coraje y provocar miedo y admiración. ¿Y para las mujeres? El maquillaje simula los signos del deseo. Los ojos agrandados, la pigmentación más roja de la boca o las uñas son signos de un deseo... enviado al inconsciente de los hombres.
Evidentemente las niñas y adolescentes no prevén este efecto, pero es el que provocan. Y podemos preguntarnos razonablemente si tienen la madurez física y psicológica para gestionar las exigencias que este deseo traerá.
A menudo es la madre la que actúa como interventora y, sin embargo, los padres están en buena posición para hablar -como hombres- entre la protección y la admiración.