Corría el año 1535. Fray Tomás de Berlanga, sacerdote nacido en España y obispo de Panamá, se dirigía a Perú para resolver una disputa territorial entre colonizadores españoles. Partió de Panamá en un viaje de mil 118 millas a bordo de un velero español. Sin embargo, mientras se dirigía hacia el sur, el barco de Berlanga comenzó a desviarse hacia el oeste, impulsado por fuertes vientos y corrientes occidentales.
Al cabo de unos días, la tripulación divisó tierra en el horizonte. No era Perú, el destino previsto de la tripulación de Berlanga, sino un grupo de islas en su mayoría estériles que no aparecían en el mapa del capitán. La tripulación desembarcó en las islas en busca de agua dulce y Berlanga tomó notas sobre la fauna local.
Las islas albergaban leones marinos, tortugas tan grandes que podían llevar a un hombre sobre ellas y un montón de iguanas que el cura describió "como serpientes".
Las aves, señaló Berlanga, eran como las de España pero "tan tontas que no saben huir". Esas islas estériles son lo que conocemos como las Galápagos, y esas "grandes tortugas que podían cargar a un hombre" eran las famosas tortugas gigantes de las Galápagos.
Berlanga y su tripulación no quedaron impresionados con su descubrimiento, ya que consideraron las islas inhóspitas por la falta de agua dulce y alimentos fácilmente disponibles, como fruta. La tripulación informó incluso de la pérdida de dos hombres y algunos caballos por falta de agua.
El domingo de Pascua de 1535, Berlanga ofició Misa a bordo del barco mientras su tripulación conseguía por fin encontrar agua dulce en tierra. Tras reabastecerse de agua, Berlanga y su tripulación se hicieron de nuevo a la mar y, al cabo de 20 días, llegaron a Ecuador, a unas 600 millas al este del archipiélago recién descubierto.
Una vez notificado el descubrimiento, el rey Carlos V llamó a las islas recién descubiertas "Archipiélago de Colón", pero los marineros españoles se referían informalmente a ellas como "Galápagos", en referencia a las tortugas gigantes que allí se encontraban y que se asemejaban a sillas de montar (llamadas galápago en español).
En 1546, el capitán español Diego de Rivadeneira visitó las islas y las bautizó como "Las islas encantadas", en referencia a las fuertes corrientes y la niebla repentina que hacían muy arriesgada la navegación por el archipiélago. En 1570, las islas fueron incluidas formalmente en un atlas mundial del cartógrafo flamenco Abraham Ortelius.
No fue hasta tres siglos después, en 1853, cuando las Galápagos fueron reconocidas como el refugio de biodiversidad que hoy conocemos. En septiembre de 1853, el barco británico HMS Beagle viajó al remoto archipiélago durante cinco semanas. Las notas tomadas por el joven naturalista del Beagle, Charles Robert Darwin, cambiarían para siempre la biología tal y como la conocemos.
Pero aunque el nombre de Darwin quedaría ligado al remoto archipiélago, no muchos de nosotros habríamos oído hablar del intrépido obispo del siglo XVI que navegó hasta Perú y desembarcó en cambio en las Galápagos.